Madrid, ciudad en sombra

Siete escenarios para siete días de un confinamiento confuso que se ha convertido en el vecino menos deseado para más de cinco millones de personas acostumbradas a la libertad y a vivir en la calle. 

Madrid "es el fantasma de una ciudad (…) bajo la luna grande del miedo". Francisco Umbral, como antes hicieran desde Benito Pérez Galdós a Manuel Chaves Nogales, escribió mucho y bien de la capital. A diferencia del canario y del sevillano, para quienes la ciudad jamás hincó la rodilla en cuanto a bullicio y vida social por muchos golpes de Estado, invasiones y guerras estallasen en sus rincones, el periodista local se emborrachó de nostalgia y pesimismo en su ‘Madrid 1940’, donde rememoró el primer año tras acabar la Guerra Civil y empezar el dolor. 

80 años después, ese virus al que durante tantos meses se le quiso vestir de enemigo bélico en tantos discursos oficiales, lleva enterrados a casi 10.000 madrileños (según Sanidad, que la Comunidad los eleva a 17.000) y la capital acaba de hundirse en su segundo estado de alarma en pocos meses tras una semana propia de la ciencia ficción con órdenes y contraórdenes de todo tipo. El madrileño ya sale poco y mal, de tan cansado y confuso. Las calles vacías de turistas y ociosos se llenan de sombras: a veces, en los centros sanitarios o en los bares con límites de todo tipo, se viste de miedo; en otras, con las barajas echadas y los escaparates cegados, esgrime el nombre de ruina. En cada esquina, callejón o avenida queda la nostalgia de lo que se fue: lo que se marchó y lo que se ha sido. 

¿Ha vivido Madrid su semana más dura? Sin duda, peor fue cuando morían habitantes a cientos. Ahora, la resignación toma las plazas en una historia triste que arrastra meses de melancolía, hartazgo y perplejidad. Y en otoño, los días se acortan, las sombras se comen a bocados las horas de sol antes de que el invierno traiga el frío y la noche, más virus e incertidumbre, otro mes de gastos sin ingresos, sin visitantes, sin respuesta. Sin poder entrar ni salir.   

1) En el tren. Viernes, 2 de octubre. Primera hora de la mañana. El tic tac de un segundo confinamiento vibra sobre una población de cinco millones de habitantes (Madrid y otros nueve grandes municipios aplastados por la tasa de incidencia acumulada de la Covid). A las diez de la noche (dicen) habrá toque de queda de bares y fiestas. ¿O era a las once? Sobre los raíles de la alta velocidad, y a través de los campos resecos que las nubes negras de una borrasca salvaje tiñen de ceniza, el revisor va gritando para pedir los billetes. Que nadie se quede dormido: "Vamos a la guerra, así que prepárense".

El convoy va de sur a norte y quizá se pueda pensar en sorna andaluza. Qué va. La literalidad es el peor miedo porque el fantasma se hace carne. El tren va a una cuarta parte de capacidad, quizá a una quinta, y la mitad de su pasaje son jóvenes pertrechados de petates a punto de explotar, tres o cuatro cada uno, claramente por encima de los 25 kilos que Renfe pone de límite al equipaje, el escudo con flechas y águila del Ejército de Tierra negro sobre caqui. 

"Saquen las identificaciones que la Policía está en Atocha pidiendo documentación. Mucha suerte. Mucha suerte". La seriedad se torna en simpatía cuando pide los billetes a dos orientales al fondo de vagón: enjutos, pequeños, cara de susto y bolsas baratas de tienda de alimentación donde presionan picudas zapatillas de deporte recién compradas y liberadas de esas cajas que ocupan tanto. "Ya me enseñaron el billete", concede antes de pasar al vagón siguiente, el de una cafetería vacía y sin oler a café y tostadas desde hace meses, cuando se decidió interrumpir ese servicio en los viajes.

Unas horas después, mediodía en Atocha, no hay policías ni controles que revisen la procedencia o destino de los viajeros y los militares no se agrupan para acudir prestos a su misión contra la Covid, sino que se dispersan cada uno hacia el enlace de Cercanías o hacia el aeropuerto, el Metro, la espera para otro tren de larga distancia… Sus conversaciones revelan que vuelven a casa ahora que todavía se puede: en Santander, Cataluña o Galicia. No venían a una guerra. Iban de descanso al hogar.

Un agente de la Policía Nacional revisa los billetes y permisos en la estación de Atocha tras el estado de alarma.
Un agente de la Policía Nacional revisa los billetes y permisos en la estación de Atocha tras el estado de alarma.
La Información

Una semana y unas pocas horas más tarde, decretado el estado de alarma sobre Madrid, decir que hay más policías que viajeros en Atocha es una exageración... excepto que no lo es tanto. Cada acceso de la vieja estación está custodiado por varios agentes del Cuerpo Nacional y en los controles de equipajes previos a los andenes que permitirían la huida de la capital revisan billetes y permisos. No muy lejos de allí, al salir del túnel de Mariano de Cavia y enfilar la autovía del Mediterráneo otro retén de 'nacionales' provoca atascos y revisa coche por coche a sus ocupantes. 

(Alrededor de las once de la noche del viernes 2 de octubre, cuando entró en vigor la orden de restricciones luego anulada por la justicia, Renfe envió un email a sus clientes informándoles de que el cambio o anulación de los billetes con origen o destino a Madrid se podría realizar sin coste añadido. Desde marzo, añadía el mensaje, han devuelto casi 40 millones de euros en desplazamientos que no se realizaron. Según el Instituto Nacional de Estadística y su última actualización de la Encuesta de Transporte de Viajeros de julio, la larga distancia en ferrocarril es la segunda que más cae en número de viajeros en tasa anual: casi un 70% tras el 77% de los vuelos peninsulares).

2) En la madrugada. A las siete de la mañana del domingo 4 de octubre, Madrid calla. Es posible que incluso duerma pese a que, de haber una ciudad en el mundo por encima de canciones y dictadura pop neoyorquina que nunca lo hacía, era la capital española. Calle Toledo, Plaza Mayor, Calle Mayor, pasadizo de San Ginés: recodo donde, en la Chocolatería del mismo nombre, terminasen tantas noches o quizás continuasen antes de seguir con la velada de Rastro, y última, penúltima, antepenúltima, ¿cuántas llevo? cañas en La Latina.

A pocos centímetros de uno de esos carteles que narran la noches de Valle Inclán y su Max Estrella en Madrid (y que ahora son melancolía impresa), la vieja cafetería todavía anuncia que abre mañanas, tardes y noches. Era su seña de identidad: 24 horas y 365 días al año sin cerrar para vender, según sus propios datos, 9,5 millones de tazas de chocolates y algo más de seis millones de churros en sus 125 años de historia. Tuvo que venir la pandemia para enfriar el aceite, apelmazar el chocolate y engullir las limitaciones legales: de ocho de la mañana a once de la noche.

La plaza de Callao, en el centro de Madrid, en la madrugada solitaria del 4 de octubre.
La plaza de Callao, en el centro de Madrid, en la madrugada solitaria del 4 de octubre.
La Información

La secuencia de ocio nocturno fracturado deviene en consecuencia con todo su impacto monetario y social. Callao y Gran Vía, donde no había hora solitaria, se visten con la mortaja de la rutina, solo trabajadores dispersos que van a abrir sus cafeterías. Dos pitidos dispersos rompen el silencio sin borrachos ni trasiego: el de los semáforos y la marcha atrás de los camiones de baldeo que pastan como paquidermos en un parque jurásico improbable. En la Puerta del Sol se oye el chorro de las fuentes, el rasgueo de las palas de los barrenderos que arañan un suelo que apenas se ensucia. Amanece un domingo pandémico sobre el kilómetro cero.

"Ahora el peor día de la semana con mucha diferencia. Sin Rastro esto ya era un desastre, pero ya no sé lo que va a pasar". Ahmed abrió su ‘Santo Remedio’ en plena Latina el 1 de agosto de 2019, a pocos días de multiplicar exponencialmente (y aquí sí se usa bien el término matemático) su caja gracias a la Verbena de la Paloma que comenzaría en unos días. Originario de Egipto, ha viajado por casi todo Oriente Medio como periodista y en los últimos años ha trabajado para Médicos sin Fronteras. Hace un par de años se asentó en España porque "aquí se vive en la calle". Arquea las cejas para subrayar la ironía antes de ponerse serio: "Los españoles son unos racistas pero entre los propios españoles, de comunidad a comunidad".

"Burkina Faso está gestionando mejor la pandemia que España"
​Ahmed, propietario de un bar en La Latina

Su análisis entronca con su otra gran queja de la situación: "Me da igual el Gobierno y los partidos pero está claro que entre los dos nos están hundiendo. Para el mes de abril, de seguir la situación como está, desaparecerán el 80% de los bares de Madrid". Habla y habla y, con esa parcialidad del recién llegado al que le faltan datos pero también desinformación cruzada y, por tanto, clava la imparcialidad, se acuerda de su pareja, quien anda con la ONG en una campaña para paliar los efectos del coronavirus en el tercer mundo, para sentenciar: "Burkina Faso está luchando mejor contra la enfermedad que España".   

(La asociación Hostelería Madrid recalcula las consecuencias de la pandemia a menudo. La última corresponde a principios de octubre, nada más imponer Sanidad sus medidas y apunta a que la decisión reducirá de media un 75% la actividad de los 23.014 locales ubicados en los municipios afectados. Con las limitaciones de horario previstas y la reducción de los aforos el sector perderá en el último trimestre del año una facturación de 1.131 millones de euros, que supone el 7% de la facturación anual del sector, y que se suma al 50% de descenso de facturación acumulado en lo que va de año).

3) Sin reservas. La Gran Vía de Madrid es un cementerio de hoteles. Muchos de ellos, como si fuera otro 'spin-off' de 'The Walking Dead', son ya zombis que no saben que están condenados. En sus cristaleras hay folios cuarteados y amarillentos que prometen con volver pronto pero sus trabajadores hace meses que se temen lo peor. Es el caso del medio centenar de empleados de un establecimiento de cuatro estrellas cerca de Callao que, en los tiempos de antes, ocupaba a menudo el primer lugar en valoraciones de usuarios en redes sociales. Con el estado de alarma de marzo, cerró sus puertas y la plantilla al completo se fue a un ERTE del que se rumoreó que podría levantarse en junio, con el fin del confinamiento total. 

No fue así. Esperemos al verano y veamos qué hace el resto, dijeron desde la dirección. Pasaron las semanas, la actividad continuó en letargo en la principal calle comercial y turística madrileña y, con el fin del primer ciclo de ERTE a finales de junio, llegaron los problemas de cobro: la nómina de julio no se abonó a principios de agosto ni a mediados ni a finales y, ya en septiembre, tras un mes en blanco, se cobró la de agosto. Desde el SEPE aseguran que, cuando termine el expediente, se les abonará lo que se les debe. La dirección, que mediado el verano pensaba volver en octubre ya no da fechas. ¿Para qué?

(La Comunidad de Madrid todavía concentra el 21% de los afectados por un ERTE en España y es la tercera comunidad, tras las turísticas Canarias y Baleares, que mantiene todavía a más trabajadores sin volver a su puesto de trabajo, según las últimas cifras del Ministerio de Seguridad Social. Según las asociaciones hoteleras de la capital y Barcelona, apenas tres de cada diez de sus establecimientos está abierto en estos momentos). 

4) En venta. A la vera de la misma plaza de Cascorro, donde hace medio año que el medio millar de los puestos del Rastro no hincan sus hierros, Alberto y sus socios de la pequeña inmobiliaria Novahome despejan algunos nubarrones recurrentes. Su actividad es inferior a la que existía hace un año (claro está) pero pueden moverse en torno al 60% y el 70% de ventas y se consideran afortunados por ello. Procedentes de grandes cadenas del gremio, apostaron por la proximidad y su cartera de clientes en el centro les ha salvado en los meses más duros que recuerda Madrid. El ladrillo también llora, aunque "cuando el precio es adecuado la vivienda no tiene problemas para salir. El mercado no está parado, solo es justo", apunta Alberto. 

Ni siquiera les detuvo la amenaza que se cernió sobre su negocio cuando se habló de que Lavapiés, situada en la otra acera de su oficina, a la distancia exacta de un paso de peatones, podría ser confinada. Ellos siguieron vendiendo y ahora se asombran de la velocidad a la que crece la oferta de pequeños pisos en alquiler: más de 1.300 en cartel para un distrito donde antes los apartamentos en torno a 500 euros duraban apenas una hora en el mercado. La abundancia de stock se nutre desde varias coordenadas: numerosos propietarios de pisos turísticos han vuelto al alquiler residencial, no han venido tantos estudiantes como en otros años y el teletrabajo ha bajado la presencia de trabajadores temporales de provincias. 

(Las compraventas de vivienda se situaron en 33.201 transacciones en toda España durante el pasado mes de agosto, lo que supone un aumento interanual del 6,8%, tras la caída del 5% del mes de julio y los mayores retrocesos previos debido a la pandemia. Por su parte, el precio promedio de las viviendas cedió un 7,3% en el octavo mes del año y los préstamos hipotecarios aumentaron un 6,5%, según los datos del Consejo General del Notariado recogidos por Ep este jueves).

5) De compras. "Hace un año había tortas en cuanto se quedaba un local libre y ahora mismo hay ocho o nueve en esta manzana y nadie los quiere". Quien habla acumula ya 31 años en su tienda de ropa en la calle Narváez y se considera de los afortunados que han podido afrontar los meses de cierre y los posteriores de menor afluencia de compradores sin miedo a la quiebra. Su producto estrella, los pantalones Levi's a precio americano (un 30% más baratos, en resumen), atrae clientes de toda la Comunidad. No ha pasado lo mismo "con tantos que se gastaron una fortuna en reformas antes de la pandemia y ahora han tenido que cerrar".

Muy cerca del Retiro, en una de esas zonas madrileñas de calma aristocrática y renta muy por encima de la media municipal (y nacional), también acusan el golpe decenas de comercios que vivían de la exclusividad y los caprichos. No está la capital para demasiados alardes. Que se lo digan, de vuelta al centro mismo de la Villa, a la Librería Méndez. Antonio e Inmaculada reordenan las estanterías con el aluvión de novedades con el que las editoriales han celebrado no se sabe muy bien qué. "Vamos a hablar de salud, porque de lo demás es mejor no decir nada", comenta, pese a que luego admite que han tenido que impulsar la venta online y renovar la página web y empieza a notarse la inversión. En media hora apenas han entrado dos clientes; hace un año habrían pasado por allí más de treinta en el mismo lapso. 

Panorámica del sur de Madrid desde el Viaducto de Segovia, en la calle Bailén de Madrid, en al atardecer del jueves 8.
Panorámica del sur de Madrid desde el Viaducto de Segovia, en la calle Bailén de Madrid, en al atardecer del jueves 8.
La Información

Precisamente, la salida de emergencia para unos es la trampilla al abismo para otros. De regreso al Retiro, la única juguetería de su principal arteria comercial ha decidido que arroja la toalla y solo una campaña espectacular de Navidad podría hacerle reconsiderar su opinión. Saben no será así porque los clientes solo acuden a sus pasillos repletos de muñecas y piratas para hacer fotografías y luego pedirlos por internet. 

(La Confederación Española de Comercio estima que el 15% de los pequeños establecimientos de todo el país ya no volvieron abrir tras el primer periodo de confinamiento que terminó en junio. Tras el reciente acuerdo en torno a la prórroga de los ERTE, denunciaron que el Gobierno les dejaba fuera de sus estimaciones y que, de no resolverse la situación, podrían desaparecer hasta la mitad en el medio plazo).

6) Fiebre, tos, diarrea. Sin conjunciones y, de transcribir fielmente la velocidad con la que la sanitaria recita los tres síntomas, sobrarían hasta las comas. Al sur de la capital, en un centro de salud que se libró por una acera de distancia de ser una de las primeras zonas confinadas por el Gobierno regional, reciben a los pacientes con la triple pregunta de seguridad. Saben que en unas pocas semanas tendrán que redoblar esfuerzos y equipo en el 'itinerario Covid' (donde son desviados quienes responden de manera afirmativa a una de las tres afecciones) porque la gripe y los resfriados se extenderán y no habrá manera preventiva de distinguirlos del coronavirus.

 "El día que se levantó el estado de alarma y Pedro Sánchez salió diciendo que era el momento de la atención primaria nos echamos a reír por no llorar. Hemos sido el parapeto desde el primer momento porque es lo que le convenía también a la Comunidad de Madrid, que la ira de la gente se quedara en nuestra puerta. Que no cogemos el teléfono, nos dicen. Como si tuviéramos tiempo o personal. Hay centros sin médicos, solo con enfermeras atendiendo. Las bajas por enfermedad o jubilación no se cubren porque no hay personal. Contraten a más médicos, nos dicen también. Como si fuera tan fácil formar a un médico de un día para el otro. Pero tampoco contratan lo que sí es fácil contratar. Porque lo de los rastreadores es otra historia. Deciden por su cuenta cuándo un sospechoso tiene que venir a hacerse la prueba al centro de salud y ni se molestan en avisarnos. Luego, llega el paciente y monta en cólera porque exige que se le haga la prueba..."

"Estamos cansados y agotados y no sabemos si podremos aguantar otra oleada"
​Médica en un centro de salud del sur de Madrid

Más de 30 años de experiencia en la atención primaria contemplan a la médica que relata todo lo anterior y su relato daría para llenar párrafos y párrafos. Aunque por encima de todo lanza una advertencia o profecía o certeza: "Estamos cansados y agotados y no sabemos si podremos aguantar otra oleada". 

(La Comunidad de Madrid ha notificado el viernes 9 de octubre 2.499 casos nuevos de coronavirus, de los que 1.428 corresponden a las últimas 24 horas y el resto a días anteriores, y 35 fallecidos en hospitales. El número de pacientes hospitalizados sigue descendiendo hasta situarse en 2.678 (55 menos con respecto al informe del jueves), mientras que los pacientes en UCI se mantienen sin variación en 487, con 301 altas hospitalarias en el día de este jueves.  La cifra total de fallecidos se sitúa en 16.999, según datos de Sanidad Mortuoria: 4.882 en centros sociosanitarios, 11.041 en hospitales, 1.046 en domicilios y 30 en otros lugares. El Ministerio calcula que los muertos no llegan a 10.000). La incidencia en los últimos 14 días difiere según se acuda a la Comunidad, que la sitúa ya cerca de la barrera de los 500 (aunque por encima) o Ministerio, que la acerca a los 700. 

7) De porras y cañas. Un vecino cruza la Plaza Mayor sin tener que sortear al 'Spiderman' gordo o colarse en la foto del turista que quiere captar la panorámica completa de la multitud. Jueves 8 de octubre, cerca de las dos de la tarde. Sumando todas las meses ocupadas no llegará a una veintena entre todas las terrazas. "¿Qué pasó?", saluda el viandante a los camareros que intentan captar a cualquiera que pase por allí (un cualquiera formado por muy pocas personas). "No pasó y ese es el problema, que no ha pasado", le replica un profesional desde el último restaurante antes de descender a la calle Toledo. 

A los profesionales de la hostelería madrileña se les ha agotado la paciencia. Aunque la esperanza siempre es más fuerte si es que la supervivencia económica depende de ello. Cerca de Avenida de América, allá donde el Barrio de Salamanca linda con la otrora confinada Ciudad Lineal, un bar que vivía de su barra ha tenido que sumarse a la extraña fisonomía que adorna los locales madrileños en esta primera semana de octubre. Sin posibilidad de atención directa, han sembrado de mesas altas o situado las de toda la vida bajo el mostrador como si fueran parapetos a pie de trinchera. Con su distancia mínima de seguridad entre sillas y la camarera entrando y saliendo para tomar nota y entregar el café y los churros pese a que el cliente solo tenía que alargar la mano para recoger el pedido. "Hay que hacerlo así y así lo haremos", contesta muy seria la camarera. 

"Es mi trabajo y nos tenemos que acostumbrar", corrobora otra camarera en la calle Bailén, frente a las puestas de sol sobre el suroeste de Madrid que se otean desde el viaducto: nubes inconsistentes de octubre, naranja sobre celeste desvaído. "No podemos arriesgarnos", insiste antes de ahondar en la anécdota que, a modo de lección, circula sobre el barrio para quien no cumpla con las medidas restrictivas. Fue en los tiempos en los que aún se podía cerrar a medianoche cuando una pareja de mediana edad entró en un bar abierto cinco minutos pasada la hora tope. Pidieron una caña y el camarero no solo accedió sino que desbarató su eventual línea de defensa (un posible desconocimiento de la norma) cuando alardeó de que servía por encima del tiempo reglamentario. La pareja bebió con calma. Doce y cuarto. Y veinte. Cuando el hombre de la pidió la cuenta y abrió la cartera enseñó la placa. 1.000 euros de multa. "Eso no lo hacemos ahora en una semana, así que mejor no arriesgarse ni un minuto", redondea la parábola la compañera del gremio.    

"Hacen su trabajo pero es muy fácil incumplir una norma. Aquí tienes que controlar tres posibles multas: los grupos de seis, la distancia entre grupos y que no superes la mitad de aforo. A mí, en cuanto me entra un grupo ya no permito más porque la Policía pasa continuamente. Supongo que tienen que recaudar de alguna forma para pagar los ERTE". De vuelta a Ahmed, el egipcio que abrió un bar porque amaba la forma de vida callejera de Madrid. Apuntilla: "No hay nadie en la calle. A partir de las ocho de la tarde solo ves a gente que pasea el perro. Es una pena. Es un desastre". 

Es el Madrid del segundo confinamiento y del segundo estado de alarma. La misma ciudad a la que generaciones y generaciones durante siglos y siglos han otorgado el cartel de libertad y diversión, ocio y cultura, oportunidades y crecimiento profesional, universidad y compras. Todos querían venir a Madrid y ahora, como en aquella canción de hoteles malditos, nadie puede salir.