En China, la cueva de Xi Jinping atrae a los peregrinos

Xi Jinping vivió siete años en una cueva de un pueblo de la China maoísta. Hoy, cuatro años después de su llegada a la presidencia, los peregrinos afluyen para rendirle homenaje.

El joven Xi siguió a los 15 años el mismo camino que toda su generación de "jóvenes instruidos" urbanos: en 1969, durante la Revolución Cultural, fue enviado a una zona rural. Aunque era hijo de un cacique del Partido Comunista Chino (PCC), no escapó al trabajo en el campo y a las noches en camas de ladrillo infestadas de pulgas.

El polvoriento pueblo de Liangjiahe, en la provincia de Shaanxi, a un millar de kilómetros al sudoeste de Pekín, es ahora una atracción turística que celebra los años de dura labor del hoy hombre fuerte del régimen, cuya omnipresencia en los medios recuerda a algunos el culto al presidente Mao Zedong (1949-1976).

La localidad, a la que desde este año se puede acceder por una autopista, recibe entre 1.000 y 7.000 turistas diarios, según la prensa estatal. Los visitantes pueden admirar la cueva donde vivía el joven Xi, adornada con retratos de Mao, termos de la época y lámparas de petróleo.

Según Guo Moxi, un vecino de la localidad que dijo haber trabajado en el campo con el ahora presidente, la vida "cambió mucho" desde el nombramiento de Xi en el cargo de secretario general del PCC, hace cuatro años el martes.

Guo recuerda a un chico "bondadoso". "Se preparó para pasar su vida en Liangjiahe. Sufrió mucho y quería cambiar este lugar", aseguró.

Yang Xianglin, un exmaestro cuya vivienda troglodita está empapelada de fotos de Xi Jinping y de su esposa, la cantante Peng Liyuan, recuerda a un adolescente combativo y devorador de libros que ya mostraba que "no era un hombre ordinario".

Casi medio siglo después, Xi Jinping, considerado ya como el dirigente chino más poderoso desde Mao, reforzó todavía más su poder el mes pasado en un "pleno" del PCC.

Su ascensión a la cumbre tras años de sufrimiento en el campo son "elementos de un cuento de hadas", estimó Warren Sun, de la Universidad de Monash, en Australia. "Promover Liangjiahe como nuevo 'lugar sagrado' sirve visiblemente para desarrollar la imagen de un Xi cercano al pueblo", estimó.

A pesar de que él mismo regresó al lugar el año pasado, Xi Jingping "trata de no exagerar con su historia personal para no dar la impresión de que alimenta un culto a la personalidad", observa Victor Shih, de la Universidad de California en San Diego. "Pero no observamos el mismo esfuerzo de parte de su administración".

Liangjiahe sigue rodeado de campos de coles, pero el turismo ha revolucionado las costumbres. Algunos vecinos alquilan sus viviendas a los visitantes, otros los llevan en minibús o les venden licores y salsas "Liangjiahe". En cuanto a los turistas, deben pagar ahora 20 yuanes (2,90 dólares) para acceder al pueblo.

Así, el ingreso anual medio se duplicó en el pueblo en tres años, para superar los 15.000 yuanes (2200 dólares) el año pasado, según el museo local.

Las visitas a los grandes lugares del comunismo se dispararon en los últimos años en toda China, gracias a la vez a la voluntad del poder y a una cierta nostalgia por la época de Mao, considerada más sencilla.

"El turismo rojo es una especie de necesidad para el culto a los dirigentes", opina He Jianmin, especialista en gestión turística en la Universidad de Finanzas y Economía de Shanghái.

"Si fuésemos a Francia, a lo mejor querríamos ver a Napoleón. Napoleón era un francés cualquiera pero se convirtió en líder. La gente tiene una especie de fascinación por el pasado, de admiración por los jefes", observa.

Pero Li, un turista llegado a Liangjiahe, no lo aprueba.

"Con el pretexto de que un dirigente vivió en algún lado, lo convertimos en un lugar de educación pero al reescribir el pasado se transforma en un lugar de culto", lamentó. "Es una mala costumbre en China".

Para él, "es la historia la que juzgará" si Xi ha sido un buen dirigente.

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