Los campamentos de verano para los más pequeños: experiencia sí, castigo no

  • Hacer amigos, disfrutar de actividades al aire libre y gozar de mayor autonomía son sólo una pequeña parte de los beneficios.
Niños en un campamento de Amazing Athletes
Niños en un campamento de Amazing Athletes
Amazing Athletes

Llega la segunda quincena de junio y en las aulas de toda España suenan tambores de retirada. El curso académico ha finalizado y los niños tienen por delante más de 90 días de asueto, descanso y relax. Justo lo contrario que para sus padres, que por delante ven una travesía en el desierto en la que tienen que planificar horarios y actividades para que los menores estén educados y entretenidos en la medida de lo posible.

Ahí es donde entran los campamentos de verano. Una solución frecuente para menores que van desde la Educación Infantil hasta los primeros cursos de la ESO. Caracterizados por dos matices fundamentales: urbanos (donde el niño duerme en casa) y los de pernocta (donde ya pasará noches fuera), ambas opciones son una buena forma de que los niños hagan nuevas amistades, despierten vocaciones, sean más independientes y que sobre todo se diviertan.

De ello nos habla Ana Herrero, psicóloga y coordinadora del departamento de Orientación del grupo Brains International Schools, que reivindica la función que los campamentos de verano tienen, mucho más allá de considerarse un ‘apeadero’ de niños. “Hay que ver estas experiencias como oportunidades para hacer a los niños más autónomos, sin olvidar que son parte de sus vacaciones y que tiene que primar el componente lúdico”, afirma.

A ello también se refiere Marta Cunillera, pedagoga y experta en Atención Temprana, que reivindica la misión que las vacaciones tienen. “Son momentos para descansar, jugar y disfrutar, no para llenar al niño de nuevas obligaciones”, afirma. Algo que también implica a los horarios que queramos poner para ejercer un cierto control para el niño. “Los adultos pueden estar acostumbrados a jornadas laborales de ocho horas, pero ese patrón no debe ser el mismo que se le aplique a un niño durante el verano”, considera.

Partiendo de esa base lúdica y de aprendizaje vital, los campamentos ofrecen experiencias que van desde las propuestas urbanas, en muchas ocasiones dentro de los mismos colegios, o los campamentos fuera de la ciudad, que generalmente están caracterizados por realizarse en entornos naturales, lejos de la cotidianeidad que el niño ha mantenido en el curso. Un matiz importante y que también se debe tener en cuenta a la hora de mandar al menor a uno de ellos.

“Es una cuestión de madurez. Puede haber niños que con siete u ocho años puedan estar en un campamento de pernocta y otros con 10 años que no”, opina Ana Herrero. En ese caso, lo que recomienda la especialista, es que se escoja un campamento en el que vayan compañeros del colegio, familiares o algún vecino. Algo similar cree Marta Cunillera, que además refuerza la idea de grupo que se genera en los campamentos una vez que se prueban. “Se crean nuevas amistades, repites con otros compañeros y al final amplías un círculo de amigos con el que seguramente quieras coincidir al año siguiente”, afirma

Aunque ambas coinciden en un factor fundamental para elegir un campamento: el consenso. Partiendo de que no se debe utilizar el argumento del campamento como castigo, aseguran que es necesario que el niño encuentre una motivación que le resulte atractiva dentro de él. Ya sea por el entorno, las actividades o los propios compañeros. “Es conveniente conocer los gustos del niño antes de elegir campamento, para que él también pueda decidir y que la experiencia sea lo más enriquecedora posible”, asegura Marta

Eso no implica que el campamento no tenga un carácter didáctico, aunque quede disimulado en el contexto de la diversión. “El campamento debe ser atractivo para el niño pero que tenga también un componente de aprendizaje”, reivindica Ana Herrero. Una realidad que no significa que deban estar en una especie de escuela de verano, sino que haya valores que el niño desarrolle allí. “Autonomía, madurez, aprender a ser responsables son elementos que el niño puede aprender fuera de casa”, considera.

¿Estarán bien mis hijos?

Sí, despreocúpate, porque la mayor parte del tiempo están bien. En muchos casos son los padres los que más temen por lo que esté ocurriendo en el campamento, sumergiéndose en una fase de duda e inseguridad más infundada que real. “Según dejas a un niño en el campamento lo más normal es que ya esté divirtiéndose y haciendo nuevos amigos”, afirma la pedagoga.

Para quedarse más tranquilos hay numerosas opciones, aunque Ana Herrero recomienda conocer de antemano el campamento, pero no sólo las actividades, sino también cómo se desarrollan, al equipo al mando o a dejar pautadas algunas aclaraciones o guiones sobre el niño. Un cariz útil para poder confiar en los que alojarán al niño durante una o dos semanas y donde no conviene mostrar un carácter sobreprotector.

“El padre que deja al niño por primera vez en un campamento tiene que normalizar la situación y no dramatizarla, porque el niño puede ver la situación como anormal”, aclara Marta Cunillera. Eso también implica el no crear una nueva dependencia directa con el niño a través del móvil, algo cada vez más frecuente, por lo que no sería necesario hacer varios reportes al día de cómo está. “Se puede tener un grupo de whatsapp de padres o preguntar al niño al final del día pero tampoco estar demasiado encima”, opina. “Al final un campamento mejora la autonomía del niño, le hace responsable y le sumerge en las rutinas del día a día”, sostiene la coordinadora de Orientación de Brains International Schools. “Hay que saber decir adiós, aunque el campamento es una especie de liberación para niños y padres, pero los adultos sufren más por regla general”, cree.

El temido retorno

Estar dos semanas disfrutando en la naturaleza, con actividades al aire libre, pasando muchas horas con amigos, jugando a diferentes deportes o haciendo talleres muy variados ponen el listón muy alto para el regreso. Un momento complicado que debe saber gestionarse por parte de los padres para que los niños no se aburran al volver, pero tampoco crean que el hogar es un parque de atracciones o tienen libertad absoluta para hacer cosas.

En los preadolescentes es necesario planificar algunas rutinas vacacionales, como buscarle actividades a través del consenso”, valora Ana Herrero. Una necesidad sobre todo cuando los padres están fuera de casa y no desean que el móvil o los videojuegos sean el único ocio que los niños tengan durante cinco o seis horas al día.

Una relación en la que el consenso es importante pero donde el padre debe saber marcar límites claros, permitiendo una negociación, “pero consensuando qué tareas quiere o puede hacer el niño”, aclara Herrero. “Por eso es fundamental hacerle ver ventajas de los planes que surjan”, admite. Ejemplos claros podrían ser ir unos días con un amigo a su casa de vacaciones o pasar un par de semanas en el pueblo con los abuelos.

En definitiva, una panoplia de oportunidades con las que los padres no deben agobiarse en verano ante la diatriba de decidir por el niño, sino partiendo de una base de acuerdo común. Y siempre sin recurrir a ello como castigo o correctivo, porque se muestra ineficaz. “Si ha habido problemas académicos todo el año no es conveniente usar el argumento del campamento como castigo”, indica Marta Cunillera. Del mismo modo, cuando el niño es muy pequeño, argüir las bondades del campamento como refuerzo positivo no son funcionales. “Los niños de 7 u 8 años prefieren las ‘recompensas’ más inmediatas en el tiempo, ya que proponerle un premio a varios meses vista no les seduce tanto”, concreta.

Mostrar comentarios