Carme Ruscalleda, la mujer con más estrellas del mundo, apaga su cocina

  • La carta de su tres estrellas Michelin ha estado íntimamente ligada a los productos locales interpretados desde una línea atrevida.
Carme Ruscadella
Carme Ruscadella
EFE

Nunca un Papa había dimitido hasta que llegó uno alemán, más cartesiano y abandonó el anillo de San Pedro. Dicen que tampoco se había visto ningún restaurante con tres estrellas Michelin que cerrase sus puertas sin más; hasta que llegó el mejor cocinero del último medio siglo, el que había revolucionado la culinaria mundial, Ferrán Adrià y cerró El Bulli. Ahora le llega el turno a la que podría ser nombrada como la mejor cocinera del mundo, al menos la que más estrellas Michelin lleva en su chaquetilla: Carme Ruscalleda. Su restaurante Sant Pau cierra esta noche sus puertas tras servir su última cena, con lo que acaba una trayectoria exitosa de treinta años desde su apertura.

Carme Ruscalleda nació con un don, con una impronta que le ha llevado a ser la mejor cocinera del mundo siendo autodidacta. Una falta de formación académica que no sólo no le ha restado capacidad para evolucionar e impulsar una cocina creativa, sino que probablemente esa falta de formación estructurada le ha permitido ser más libre en su propuesta.

Posiblemente esa libertad que le ha permitido crecer como cocinera es la que ahora le ha hecho preguntarse por el recorrido de sus 50 años de profesión y la meta y el objetivo al que pretende llegar, al tiempo que la influencia de la cocina japonesa le han planteado interrogantes.

La cocina de San Pau ha basado su propuesta en la más absoluta tradición en la que Carme ha bebido desde que era niña. La tradición charcutera de su familia permitió a Carme introducirse en una incipiente cocina que comenzaba a ofrecer platos preparados.

Con el paso de los años la cocina de Carme ha estado íntimamente ligada a la cocina y productos locales pero interpretados desde una línea atrevida, sofisticada e impecable en sus creaciones. Una cocina pura y de sabores definidos pero muy elegante. Un estilo que mantenía una liturgia muy estudiada y en los últimos años con evidentes influencias orientales.

Su restaurante San Pau se encontraba en un sitio casi paradisíaco. En un entorno de fachadas encaladas de blanco puro, persianas de paja que cuelgan por encima de los balcones para protegerse del sol, pinos y las vías del tren que corren junto a un Mediterráneo azul. Ahí Carme y su marido Toni adquirieron una antigua casona del siglo XIX con impagables vistas al mar y un agradable jardín donde servir sus mejores creaciones. Esta vieja casa mediterránea ha mantenido la distribución original, con un comedor interior de tonos de color vino, ambiente sofisticado, elegante, y cómodo. Probablemente cuando vuelva a abrir sólo permanezca el azul del Mar.

Carme, una mujer discreta, de sonrisa permanente, pero apenas esbozada, exquisita en todas sus manifestaciones dice adiós, o según el comunicado filtrado a la prensa, un hasta luego para pararse a pensar de donde viene, donde está y a donde quiere ir. En su horizonte más próximo se replanteará la cocina local que ha inspirado sus menús y que ella ha hecho universal transformando en un lienzo de puro arte gastronómico. Una cocina perfeccionista, irreprochable desde el punto de vista técnico y ¿por qué no? desde la libertad que le daba no haber estado sometida a ningún tipo de academicismo la permitían ser hasta cierto punto radical.

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