Descubrir Formentera en otoño desde el Gecko Hotel

Formentera
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Formentera es una lengua en el mar que va desde la magia y color de Es Caló, uno de los pueblos más bellos y característicos de todo el litoral a los impresionantes acantilados de La Mola, donde parece que la isla se eleva para quedar suspendida a gran altura sobre el mar. Farallones y acantilados que se ascienden más de cien metros por encima de las aguas. Desde el faro de La Mola que, dicen sirvió de inspiración a Julio Verne para una de sus novelas fantásticas al de Barbaria, que inspiró a Medem. Desde las lagunas que encierra el mar para crear remansos de aguas tranquilas donde anidan los flamencos a las salinas de Es Pudent y de ahí al desierto de rocas de Sa Pedrera

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Puede que sea la última isla casi virgen del Mediterráneo. Allí al borde de un idílico arenal de casi diez kilómetros, en la playa Migjorn, se encuentra un magnífico hotel que se levanta en medio de la naturaleza rotunda que le rodea. Entre blancos encalados y los azules del mar y del cielo que se entremezclan en el horizonte cercano. Gekco es una especie de embarcadero hacia un modo de disfrutar  una isla increíble cuando se vacía del turismo masivo que la invade en julio y agosto. A Formentera el otoño siempre llega con retraso y aún en octubre se puede disfrutar de la belleza de una isla única con buen tiempo.

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Es una isla en la que aún se respira parte de ese espíritu hippie que se vivió a finales de los años 60. Se vive con calma y tranquilidad en pueblos de casas encaladas enmarcadas en azules cobalto. Se disfruta de la belleza descarada de sus calas y playas y del inimitable color verde de sus aguas que hace palidecer las del Caribe. Se recuerda a personajes como Bob Dylan o Los Rolling y a Julio Medem que años después inmortalizara el faro de Cabo de Barbaria y a una bellísima Paz Vega que paseaba en bicicleta por sus caminos solitarios a la que ahora se puede imitar por cualquiera de las 32 rutas verdes que recorren la isla.

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A primeros de mayo, justo antes de iniciarse la temporada estival, Gecko Hotel renovó sus espacios y redefinió su estilo para transformarse en un hotel de carácter y personalidad marcadamente balear. Una suerte de nueva Riviera Mediterránea que funde los atardeceres frente al mar, con la tranquilidad, la naturaleza y la energía de una isla hecha para pasear. En la playa de Migjorn, recibir los rayos del sol que aún en esta época calientan para disfrutar de sus aguas transparentes y de noches plácidas y tranquilas a la orilla de un mar irrepetible. Una renovación profunda que ha servido para rememorar y evocar el servicio y el glamour propios de mitad del Siglo XX.

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Gecko ofrece a sus huéspedes una zona de piscina y de club de playa integrado en un paisaje natural de sol y mar, de tumbonas balinesas, de música chil out y bossa nova con atenciones de todo tipo para descansar en jornadas en las que solo tiene cabida el relax más distendido. Su restaurante sorprende con una carta en la que destacan platos sencillos pero resultones y en los que se reúne algunos de los más característicos del Mediterráneo: fideuas y arroces en su punto perfectos, espetos de pescado, ensaladas frescas y nutritivas y carnes y pescados a la parrilla; todo ello a precios muy razonables.

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