"La niebla nos atrapa en un mundo gris donde el tiempo se detiene"

  • El desfiladero de Shareston es uno de los puertos más peligrosos del mundo. Una carretera sin asfaltar, con densa niebla, zonas nevadas y un abismo infinito bajo las ruedas de los coches que se atreven a atravesarlo, hacen de un viaje por este paso del país centro asiático de Tayikistán a China una verdadera aventura. De hecho, es posiblemente el viaje más peligroso al que me haya enfrentado nunca, y eso que he viajado por los sitios más recónditos de Irán, Afganistán o Siria.
El desfiladero de Shareston en las montañas de Tayikistán es uno de los puertos más peligrosos del mundo (Imagen: Montañas Pamir de Tayikistán, autor: Le Behnam )
El desfiladero de Shareston en las montañas de Tayikistán es uno de los puertos más peligrosos del mundo (Imagen: Montañas Pamir de Tayikistán, autor: Le Behnam )
Le Behnam
Iason Athanasiadis | GlobalPost

(Desfiladrero de Shareston, Tayikistán)."Cuando se termine de construir este túnel, el viaje se recortará en tres horas", me dice mi compañero de viaje mientras conducimos a través de un paisaje dinamitado repleto de camiones, material de construcción y casetas abandonadas que sobresalen entre la nieve negruzca y pasamos por la entrada de un túnel decorada con caracteres chinos.

Con la apertura del túnel prevista para 2011, no nos queda otro remedio que preparar el motor y sumarnos a una fila de vehículos cuatro por cuatro y viejos camiones soviéticos Kamaz que suben con dificultad la ladera.

La ruta nos lleva 3.300 metros cuesta arriba por uno de los desfiladeros más peligrosos del mundo.Yo ya había hecho unos cuantos viajes peligrosos en mi vida: una ruta suicida desde la frontera de Siria hasta el Beirut bombardeado de 1996 a través de carreteras resbaladizas por la lluvia en las que los camiones retaban a carreras de manera totalmente temeraria; tres años asumiendo riesgos en las autovías plagadas de accidentes de la república islámica de Irán, y varios viajes a través del legendario paso de Salang, al norte de Kabul, que los soviéticos construyeron a 3.400 metros para transportar su material miliar y que continúa siendo aún hoy una zona de peligro mortal, helada y llena de escombros.

Pero nada de eso se puede comparar a cruzar el paso de Shahreston, a una altitud extrema y por una carretera sin asfaltar, sorteando una niebla densa, curvas muy cerradas y sin ningún tipo de barreras protectoras. Con la vía a menudo no mucho más ancha que un vehículo, a punto de caer en picado hacia un valle cuyo fondo se ve oscurecido por la bruma, el viaje resulta tan inolvidable como peligroso.

Los habitantes de la zona me habían advertido que no intentase pasar el desfiladero sin un vehículo cuatro por cuatro de alta gama y sin un conductor experimentado. Esta traicionera cordillera conecta el norte y el sur de Tayikistán, un país sin salida al mar, al norte de Afganistán y que tiene algunas de las montañas más altas del mundo. Pero al final he acabado metiéndome en un desbaratado BMW blanco conducido por un joven de 24 años que masca noos (el tabaco local).

Unas pocas horas esperando de pie en un desolado control policial viendo cómo el sol empieza a caer y las finas extorsiones de la patrulla de carreteras de Tayikistán a los conductores que pasan hacen que me meta en el BMW. Cruzar el desfiladero de Shahreston, sea cual sea el método de transporte, me parece más atractivo que dormir en un bloque de cemento sin calefacción con los mismos hombres que habían matado el tiempo en espera de conductores frescos a los que timar friéndome a preguntas sobre el contenido de mi mochila.

Así que cuando un BMW blanco conducido por dos veinteañeros vestidos con camisetas púrpura y turquesa se presentan en el control de seguridad, me parece poco menos que una intervención divina. Mis dudas momentáneas sobre la conveniencia de meterme en un BMW con dos chavales en un país donde los sueldos mensuales de los funcionarios rondan los 60 dólares se difuminan al escuchar una mezcla de música pop iraní y rusa y temas de rap mientras nos encaminamos al desfiladero.

Verdaderos hijos del mundo post soviético, Turquesa y Púrpura hablan entre ellos en dialecto tayiko-ruso, utilizando a veces lo que denominan "persa literario" para explicarme algo."Salimos anoche a las 10 de Leninabad", me dice Turquesa, utilizando el viejo nombre soviético de la histórica ciudad de Chumando, donde Alejando de Macedonia levantó la base más al norte de su imperio, Alexandria Échate (La más lejana).

"Cruzamos este paso pasada la medianoche en un Opel que teníamos que entregar en Dushanbeh. Después estuvimos unas horas con unos amigos, recogimos este coche y ahora estamos volviendo sin haber dormido ni pizca", cuenta Turquesa. "Si nuestros padres supiesen lo que estamos haciendo, no se lo creerían", añade con orgullo.

Es en este momento cuando me asaltan las primeras dudas.Cuando el BMW ya va avanzando por la carretera, dando giros en torno a curvas cada vez más cerradas, me dedico a observar con atención a mis compañeros de viaje. Turquesa, que va conduciendo, farda con aplomo: botas de fútbol relucientes Adidas, camiseta Puma y anillo con una brillante esmeralda verde pálido. Su amigo, Púrpura, parece prematuramente envejecido para tener 28 años, y sus ojos verdes tienen como una permanente mirada de lobo.

Son amigos y "socios", me dicen. Cuando no acuden a la universidad nocturna llevaban coches a compradores de un lado a otro de Tayikistán. El padre de Turquesa exporta piedras preciosas directamente desde la fuente, las míticas minas de esmeraldas de Badakhshan. El padre de Púrpura es un agente de aduanas de la frontera entre Tayikistán y Kirguistán. Un celestial matrimonio de conveniencias."Si quieres esmeraldas, te puedo conseguir unas así de grandes", me dice Turquesa juntando las palmas de las manos. "Por 800 dólares el quilate".

Lo último que veo al entrar en túnel es una delicada mujer china de aspecto asustado que tira de su perro y un hombre tayiko que agarra a otro por el pescuezo. Túneles como logros imperiales, murmuro, recordando el túnel de cinco kilómetros de Istiqlal, en Irán, que he atravesado el día anterior al norte de Dushanbeh: una hazaña de la ingeniería finalizada en 2006 cuyo interior cubierto de agua ya muestra los estragos del tiempo.

Los iraníes respaldaron y acogieron a la oposición islamista al gobierno tayiko durante los cinco años que duró la guerra civil en el país (de 1993 a 1997), pero esa desafortunada estrategia hace tiempo que ha sido olvidada y perdonada. Actualmente, Mahmud Ahmadineyad visita con frecuencia Dushanbeh para ofrecer su ayuda a Tayikistán para evitar los cortes de electricidad, y se asegura de no quejarse nunca sobre la Administración laica que detiene a supuestos fundamentalistas islámicos y prohíbe a las niñas usar el hiyab en las escuelas tayikas.

Despierto de mis pensamientos cuando empezamos a subir una traicionera zona de la montaña parcialmente bloqueada por nevadas o arrasada por deslizamientos de tierra. La conversación va disminuyendo, sustituida por un atento silencio.

Turquesa conduce el coche por encima de surcos, pilas de rocas, gravilla suelta y un flujo constante de hielo derretido que a veces es como un río, rozando sonoramente los bajos del coche. La niebla asciende por las laderas, atrapándonos en un mundo gris donde el tiempo parece estar detenido.En medio de la niebla sobresalen las siluetas de máquinas quitanieves inmóviles o de jeeps atrapados bajo derrumbes de rocas recubiertas de nieve. Sobre la ventana delantera cae lluvia helada, que después se va convirtiendo en aguanieve.

Nuestra concentración se centra en el esfuerzo que está haciendo el coche y el ruido de unos enormes postes de alta tensión que transportan electricidad por encima de nuestras cabezas hacia el valle. De vez en cuando nos llega un rugido por la espalda, cuando nos sobrepasan potentes camiones Kamaz recubiertos con señales amarillas de "INFLAMABLE". Estamos cruzando una histórica tierra de nadie, con la que no ha podido nunca ninguna burocracia.

Históricamente, los únicos hombres que llegaban a esta cotas eran individualistas por definición: forajidos, bandidos, contrabandistas y espías embarcados en negocios personales o nacionales que justificaban los riesgos. Hoy en día sigue siendo lo mismo, a la vista de los camiones que nos adelantan, llenos, según Turquesa y Púrpura, de kilos y kilos de heroína.

Tayikistán es un país fronterizo con Afganistán, y allí se suele capturar los mayores alijos de heroína de cualquiera de las repúblicas de Asia central."Este es un país de la mafia, lleno de traficantes de droga y señores de la guerra. No se diferencia mucho de Afganistán, excepto por su fachada de occidentalización de la era soviética", me dirá más tarde un analista con base en Dushanbeh que quiere permanecer en el anonimato.

Como si hubiese que remarcar que esto es una zona gris donde no imperan las reglas, una furgoneta negra con matrícula roja diplomática y ventanas opacas llega de repente por el lado contrario. Su conductor mira fijamente hacia delante, en lugar de intercambiar con nosotros la habitual mirada de curiosidad y el bocinazo de camaradería que comparten todos los viajeros atrapados en estas montañas.Y llegamos al paso.

Un glaciar ha acabado con un tramo de dos kilómetros de la carretera. Las filas de camiones y vehículos se hacen señales con las luces largas para darse prioridad y meterse en faena: conducir por una estrechísima franja de barro entre la nieve y el abismo absoluto. Los restos chafados de coches que salpican la ladera son una señal de atención más que elocuente. Despacio, con mucho cuidado, Turquesa mueve el coche hacia delante, prefiriendo pegar el chasis al glaciar antes que dejar que las ruedas se queden flotando en el aire.

Cuando empezamos el largo descenso respiramos con alivio. Tras cruzar la niebla, volvemos de nuevo al mundo de los vivos. La luz del atardecer pinta las montañas de amarillo y rosa y los pájaros vuelven a piar. Aún permaneceremos un rato alegremente aturdidos por nuestra aventura.

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