Quinta San Cayetano en Candeleda, un alojamiento en plan Memorias de África

  • Una zona por la que dar largos paseos y contemplar el cultivo de pimientos, que secan y ahúman, para dar lugar al mejor pimentón de la Vera.
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Candeleda es uno de los pueblos mas bonitos de España. Ubicada en el centro de la península, a la sombra del pico del Almanzor que sobresale sobre el perfil de cumbres nevadas de la Sierra de Gredos, el río Tietar en su recorrido constante y fluido por las tres gargantas que atraviesan sus valles riega las fértiles huertas que dan de comer a la comarca. En las solanas, las terrazas de la casas tradicionales de uno de los pueblos mejor conservados, aún se secan pimientos; en las cocinas aún se confitan higos y en las chimeneas aún se asan castañas.

Una arquitectura popular de “Casas Entramadas”, de fachadas de piedra encaladas en blanco, vigas de madera que sustentan balconadas repletas de flores y macetas que hacen más bello si cabe el pueblo. De entre todas ellas, destaca la que llaman la Casa de las Flores, de cuyo enrejado exterior cuelgan cientos de pequeños tiestos que en primavera alumbran unos característicos geranios que transforman y alejan la sensación de frío intenso del invierno, por el sol de mediodía al que los parroquianos acuden para sentir su calor reconfortante.

La subida al Santuario de Chilla, a las afueras del pueblo, levantado en honor a la Virgen que se apareció a un pastor, o el paseo hasta la iglesia de la Ascensión, contrastan con otras liturgias que se mantienen en Candeleda desde tiempo inmemorial: el cultivo de pimientos, que secan y ahúman, en un largo y laborioso proceso para dar lugar al mejor pimentón de la Vera, con el que dan vida a guisos y chorizos. Y otro más reciente y si cabe más placentero, los cócteles que Paolo prepara en su posada Alborea. Entre semana si no ha llenado sus 7 habitaciones, le preparará un Tom Collins o un Bloody Mary, junto a la chimenea.

Quinta San Cayetano se encuentra a un par de kilometros de Candeleda, en una finca de 6 hectáreas en la que los robles son los protagonistas de un paisaje abierto que recuerdan un ‘lodge’ en plena sabana africana, con sus atardeceres grandiosos, y una cocinera que se encarga de preparar, a partir de un recetario muy tradicional, grandes platos, como unos huevos (de gallinas de la propia finca) con pisto, guisos y arroces caldosos de marisco a la lumbre, migas cazador, un coquelet (pollo) campero en cazuela, o un delicioso cochinillo al horno.

La decoración en tonos blancos y ocres del salón con piezas tan originales como una mesa auxiliar con pie de bicicleta, estanterías con vasijas de cristal, grandes espejos dorados, pequeñas esculturas de aves en madera, macetas que de alguna manera incorporan al interior de la casa parte del jardín que se extiende más allá de los enormes ventanales de cuarterones que prolongan la vista hasta el cercano pantano de Rosarito. Las cinco habitaciones exteriores con vistas al jardín son magníficas. La cocina de grandes lámparas de estilo industrial y suelo hidráulico traído de Marruecos, multiplican la personalidad de la estancia. Bajo el porche cubierto en donde se puede comer, hay un gran sofá chaise longue y unas camas balinesas. Además, la piscina de agua salada permite relajarse en temporada.

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