Un nuevo vuelo para la cerveza El Águila

  • Misma receta, fidelidad al original pero un nuevo estilo son las señas de este esperado retorno cervecero.
Cerveza Aguila
Cerveza Aguila

Cuando el siglo XX amanecía, allá por el año 1900, España era un país en el que reinaban en sus tabernas los chatos de vino y los tragos de anís. Ahora, casi 120 años después, la balanza se ha inclinado del lado de la cerveza, que se ha convertido en dueña y señora de la mayoría de barras de nuestro país. Esta tendencia, a la que todos estamos ya acostumbrados, poniendo cara de extrañeza cuando nos dicen que no éramos un país de cerveza no hace tanto tiempo, la invirtieron emprendedores como Augusto Comas y Blanco, que presentaba un perfil de hombre renacentista con toques de bohemia, siendo a la vez político, licenciado en Leyes y pintor, una afición que le acompañaría durante toda su vida.

En aquel país en blanco y negro que abría los ojos, levantando el velo de un cruel siglo XIX que agonizó con la derrota moral de Cuba, innovar era casi un extranjerismo. Y no es una forma de hablar. Uno de los iconos de la Generación del 98, Miguel de Unamuno, daría vida al célebre tópico “¡que inventen ellos!” que ha trascendido hasta nuestros días y revela las diferencias entre lo español y lo europeo.

Sin embargo, Augusto Comas se subió a aquel tren del progreso que comenzó a circular bajo el nombre de cervezas El Águila en 1903. Castiza –fabricada en la calle General Lacy- y sin filtrar comenzó a fluir esta nueva historia, embarrilada en madera, que pronto se convertiría en uno de las más consumidas no sólo en Madrid, sino extendiéndose como un reguero por el resto del país.

Así se vivieron los primeros años doblemente dorados de El Águila, reivindicando el papel que aquel fresco y burbujeante líquido podía tener en tabernas, tascas y casas de toda España. Expansiva, como su propio carbónico, la historia de El Águila pronto se consolidó –con Augusto Comas fuera del negocio, debido a una mala situación personal- pero que continuó con otros socios. De esta forma y de manera ininterrumpida, la cervecera comenzaría a adquirir a mediados de siglo otras marcas y construyendo nuevas fábricas. Surgió así una marca reconocida y reconocible en todos los rincones del estado, cuyo refrescante sabor y carácter amargo pronto se convirtió en un básico de los vasos de los españoles. Ganando terreno al aún imperante vino, la cerveza avanzaba posiciones así en el día a día del consumidor, que ya había perdido el miedo a acompañar de rubias espumosas sus aperitivos o sus comidas.

En la batalla, no cruenta, entre vinos y cervezas, ésta última continuó avanzando posiciones hasta convertirse en una de las favoritas del público. Incluso saltando las clásicas barreras autonómicas que siempre han atenazado –aún hoy lo hacen- a la cerveza, siendo casi imposible conquistar plazas de las que no se es oriundo. Sin embargo, El Águila se erguiría como referente nacional, siendo frecuente encontrar su mítico cartel en casi todas las provincias, colgando de puertas y paredes. Un éxito sin precedentes que no guardaba relación, a pesar de ciertas leyendas en el imaginario colectivo, con la asimilación del logo de la cerveza con la simbología de la dictadura franquista.

Una evolución imparable que sufrió un pequeño parón a principios del siglo XXI, cuando la cerveza El Águila dejó de producirse pero que ahora resurge con fuerza. Más como un fénix que como un águila, que regresa al mercado abanderando su carácter madrileño, su trago no filtrado y con el arte por bandera. Razón por la que el nuevo logo, vestido en azul y dorado, reivindica la figura artística de Augusto Comas y del mítico azulejo que aún hoy preside aquella primera fábrica en General Lacy, hoy convertida en la Biblioteca Regional Joaquín Leguina.

Un completo viaje de ida y vuelta que no para y que ahora, casi 120 años después de aquella irrupción, El Águila resurge de sus cenizas bajo el paraguas del grupo Heineken. Recuperando la fórmula original en un duro trabajo de recopilación entre archivos, el resultado ve la luz con dos versiones de esta popular lager, una filtrada y una más purista sin filtrar, reflejo de aquella versión centenaria. Fiel a sus orígenes, con un sabor distinto y que da una vuelta de tuerca al “¡que inventen ellos!” para demostrar que en España se han hecho y se harán grandes cervezas.

Mostrar comentarios