Santo Domingo, colonial y bella mucho más allá de los paisajes de las postales

  • La primera isla del Caribe acoge joyas del Descubrimiento que hacen enmudecer a sus paradisíacas playas.
Santo Domingo
Santo Domingo
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Santo Domingo
Casco histórico de Santo Domingo / Pixabay

Una isla, la primera isla que se encuentra cuando la Corriente del Golfo y los Alisios arrastra el velero para cruzar el Océano Atlántico mientras desciende en latitud hacia la línea del Ecuador. Una tierra de la que el propio Colón confundió con el Paraíso. Tierra de playas inverosímiles, sierras suavizadas por unas nubes que coronan sus lomas; valles, vegas verdes y campiñas que dan varias cosechas al año; un auténtico tesoro que distraen al viajero del valor incalculable de la colonial de Santo Domingo, la primera ciudad que se fundó en América.

En la orilla izquierda del río Ozama, los españoles levantaron la primera catedral americana, la que se conoce como La Primada en donde se enterraron los restos del Descubridor de América. Santo Domingo también muestra orgullosa la primera universidad que impartió clases magistrales en el Nuevo Mundo y el primer hospicio donde los europeos practicaron la medicina occidental fuera del Viejo Continente. ¡Ay cuántos turistas despistados olvidarán las maravillas que Santo Domingo nos muestra desdibujadas por el efecto del tiempo, los terremotos y los huracanes; buscando playas y paisajes de postales!

La vieja ciudad colonial concentra en apenas un docena de manzanas, un pedazo de la historia del Descubrimiento. El hecho histórico más importante de la humanidad por el que España completó el Mundo. En el Alcázar vivieron todos los grandes conquistadores: Cortés, Balboa, Pizarro y Ponce de León. Pasearon por Las Damas, la primera calle empedrada del continente por el que también se dejaban ver las primeras señoras que embarcaron tras sus maridos al otro lado del mundo. Rincones ancestrales que guardan pedazos de historia, fachadas encaladas y soportales bajo los que resguardarse del rigor del sol del trópico.

Si las Damas paseaban por la calle homónima, la calle Atarazana, la más antigua del continente, rezuma historia y sus piedras hablan y saben del pasado. Pequeñas casas humildes y de una sola altura que enlucen sus entradas con plantas y flores que sostienen las ventanas enrejadas. Calles angostas que reproducen el urbanismo de las viejas ciudades europeas. Viejas bicicletas reconvertidas en puestos de fruta fresca y sorbetes de hielo impregnados de saborizantes que refrescan el alma. Si levantan la vista enjambres de cables enraizado unos entre otros cruzan las calles en altura de un edificio a otro.

El Parque de Colón engalana la gran Catedral mientras una estatua del Almirante vigila el antiguo Congreso Nacional y el Palacio consistorial. Viejos bancos de hierro pintados del color de la vegetación acomodan gente que descansa viendo pasar el tiempo, mientras otros juegan al dominó los más y al ajedrez, unos pocos. El Museo del Tabaco es un imprescindible para comprobar como se lían los cigarros así como todo el proceso desde que crece la planta. Santo Domingo es ritmo, tierra de merengue y bachata, ron y daiquiris y licor de mamajuana que contribuyen y regalan una vida más placentera al dominicano.

En el mercado Modelo encontramos la imagen más fiel del carácter del dominicano: un país y una gente que ama el color, la alegría, la relajación con un punto de desorden controlado. Una tierra que mantiene tradiciones que trasladan la pugna a peleas de animales, difíciles de encajar en nuestra cultura, pero que ellos atienden con especial fervor. Para comer: Pat’e Palo, una taberna legendaria en la calle Atarazana, con una gran terraza donde comer bien, y un bar donde tomar un buen vino. El Mesón de Bari, estupenda comida criolla. Ricas empanadillas de cangrejo y un dulce de leche imbatible.

Para dormir, el Hotel Coco Boutique, un pequeño establecimiento, sencillo pero con mucho encanto. En un edificio colonial de fachada color pastel y una amplia azotea donde descansar y beber un ron añejo a la puesta de sol. No es un hotel de lujo, pero la calidez, simpatía y el cariño de sus propietarios y de todo su personal hace que su estancia sea la mejor posible.

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