Singapur, las antípodas de una urbe latina

  • La urbe ha impuesto cristales y hormigón relegando la naturaleza abundante y omnipresente, verde y densa que se mantiene en el resto de la isla.
El dueño filipino de Torre Espacio se lleva el control del rascacielos a Singapur
El dueño filipino de Torre Espacio se lleva el control del rascacielos a Singapur
EFE
El dueño filipino de Torre Espacio se lleva el control del rascacielos a Singapur

Singapur es un pequeño territorio allá en el sudeste asiático que cultural y económicamente se encuentra en las antípodas de la cultura latina. Sus políticos se eligen entre los mejores y se les paga como a tales. Su potente economía que se articula entorno a mercados financieros ha sabido transformar una pequeña población de pescadores en uno de los lugares más avanzados del planeta. Su conciencia social y cultural se encuentra tan distante de nuestros estándares que puede resultar incómodo y encorsetado para una persona del entorno del Mediterráneo, y sin embargo es un lugar mágico.

Es una sociedad eficiente y ordenada que sorprende al occidental. Nada más aterrizar se comprueba la eficacia con que se gestiona este pequeño país. Desde el ‘finger’ del avión al taxi, en apenas un cuarto de hora. Si el aeropuerto es modelo de gestión, el puerto trabaja a ritmos imposibles para los estibadores de este lado del mundo. 24h al día para dar entrada y salida al mayor flujo de mercancías de Asia lo que permite adquirir todo tipo de aparatos tecnológicos a precios más que interesantes en su calle más comercial Orchard Street.

El espacio determina el paisaje de Singapur convirtiéndolo en un abigarrado conjunto de rascacielos apretados unos contra otros que elevan el perfil de la ciudad para posar estilizada sobre la bahía sobre la que se levanta en una magnífica fotografía. Una sociedad perfectamente educada y plenamente conciendada, mantiene las calles más limpias que uno pueda imaginar. La urbe ha impuesto aceros, cristales y hormigón relegando la naturaleza abundante y omnipresente, verde y densa que se mantiene en el resto de la isla.

El anochecer desde la esplanada es una imagen que no debe dejar escapar. Cuando el sol cae, ilumina el perfil de los rascacielos, encendiendo sus ventanales de un color naranja que contrata, en un paisaje de extremada belleza, con el azul del agua de la bahía. Si sube a Flyer, la gran noria mayor que London Eye, el espectáculo sobre el resto de la ciudad es asombroso. Otro punto desde el que disfrutar de unas vistas inmejorables de Singapur es desde el puente Helix desde donde se dibuja y destaca el perfil de la ciudad.

Su edificio más icónico el inconfundible Marine Bay Sands Resorts, es un gran complejo de casinos que compiten con los de la vecina Macao, con más de quinientas mesas de juego y miles de máquinas tragaperras y un gran hotel. Sobre la plataforma destaca su voladizo y piscinas infinitas bajo la que el resto de rascacielos quedan reducidos a una mera sombra. Aunque es una urbe plagada de rascacielos, mantiene algunos barrios de casas más bajas que hacen el entorno de dimensiones más humanas en cuyas calles se reúne gente de diversos orígenes.

En Little India, predominan los saris naranjas y la sencillez innata de sus gentes. Se escuchan los rezos al amanecer en bellos templos de nombre irreproducible para un occidental. Costumbres, bazares y comercios más propios de alguna zona de la India. Visite el sorprendente The Wet Market, un mercado de frutas y verduras, en el que se vende pescado tan fresco que aún está vivo y corderos recién sacrificados.

En Arab Road, por contra, la población es de origen malayo y musulmán, una zona en la que destacan los minaretes de las mezquitas, como la del Sultán de cúpula dorada, alfombras de diseños atractivos y hombres barbados que visten de chilaba en cafés en los que fuman la tradicional sisha. China Town es una de las zonas más apretadas de gente, en la que pagodas, tiendas de hierbas de medicina tradicional china, y casas en los que tomar una taza de té nos transportan a la China más característica.

Visite Gillman Barracks, un moderno centro de arte con tres estupendos restaurantes donde comer o cenar: Mason un Bistro francés; The Naked Finn, donde comer buen pescado; y Timbre Chillout, comida más sencilla y bandas de jazz en directo. Para desayunar puede acudir a Kith Café. No pude perderse los tradicionales hawkers, esos puestos de cocina callejera que tanto han inspirado e influido en la cocina occidental y en nuestro David Muñoz (DiverXO) en particular. Si prefiere algo más formal, pruebe el enorme y sabroso buey de mar de Sri Lanka, que aquí elaboran sólo con mantequilla y pimienta para darle un punto de fuerza y que la gente acompaña de cerveza Tiger.

Para dormir no hay otro lugar en la isla como el colonial hotel Raffles, un hotel cargado de historia en el que se han hospedado personajes singulares. Un hotel de gran calidez y lujo sostenido tanto en sus zonas comunes como en sus habitaciones.

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