Aubercy, el último gran zapatero de París, fiel a la tradición artesana

  • La firma nacida en la capital francesa cuenta con 85 años de historia, marcada por la tradición, la calidad y el buen hacer.
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Aubercy reserva su gama más alta, 'Gran Medida', para su elaboración por maestros artesanos en sus propios, en el sótano de la tienda de la calle Vivienne, en París.

Xavier Aubercy es un hombre de principios sólidos, la tercera generación de una familia que lleva más de ocho décadas ofreciendo el mejor calzado a los hombres más exigentes. Para algunos, pertenece a la estirpe de los últimos del sector que resisten en París, con una compañía pequeña y una única tienda, en el 34 de la rue Vivienne, junto al edificio histórico de la Bolsa.

“Mi abuelo André tuvo la idea de instalarse en la que era la city parisina de los años 30, porque si ofrecía calzado masculino debía estar en un lugar frecuentado por hombres”, explica a GENTLEMAN en el negocio familiar, que poco ha cambiado desde sus orígenes. Se trata de esos establecimientos clásicos, de siempre, con paredes de madera de caoba y enmoquetado, donde uno creería que el tiempo se paró, y en el que el protagonismo se reserva para cada par de zapatos expuesto. Es como un viaje al lujo envolvente, al de toda la vida.

Si Arturo López Willshaw (1900-1962), el millonario bon vivant y mecenas chileno no se hubiera cruzado en el camino de André Aubercy, es probable que la historia hubiese sido bien distinta. “Se conocieron en la sala de deportes que mi padre tenía en Neuilly-sur-Seine (localidad cercana a París), de la que López Willshaw era cliente”, nos recuerda Philippe Aubercy, hijo de André y padre de Xavier. Las cualidades y personalidad de André llamaron la atención del millonario, que le inició en el mundo de la alta sociedad, donde aprendió a desenvolverse entre ricos y aristócratas.

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Cosido final del cuerpo del zapato a la suela.

Renée, la esposa de André, trabajaba en una zapatería por entonces, y ambos decidieron abrir una tienda, que llevaría el apellido del patriarca, y se dedicaría al calzado masculino más artesano. Arturo López se conviertió, claro, en uno de los primeros clientes de la casa, junto a otros rostros conocidos de su época. “De la clientela actual, por discreción, no hablamos”, comenta Xavier, mientras nos muestra los diferentes modelos de la casa: desde el André, el primero, creado en los 30 por su abuelo, al Lupin, el Eclipse, los botines Morgan o los Xavier, un rechelieu de lo más sobrio. “El estilo Aubercy no es ni inglés ni italiano, sino muy creativo”, nos cuenta el nieto, a la cabeza en la actualidad del diseño, y subraya la posibilidad del cliente de personalizar cada modelo. Aquí, las pieles exóticas, como el cocodrilo, el lagarto, el avestruz y hasta el tiburón, tienen también su espacio.

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Acabado de la horma en madera, previo a la elaboración del zapato.

Hay quien piensa que sus propuestas (a partir de 1.150 euros la línea de prêt-à-porter) no están a la altura de firmas más internacionales de calzado y de precios más elevados. Pero la diferencia de tarifas no es una cuestión de calidad: Aubercy puede hacerlas más atractivas porque no invierte colosales sumas de dinero en publicidad, marketing, tiendas, personal… Su exclusividad es incluso mayor, puesto que solo se venden en su tienda. “También tenemos puntos de venta en Corea, muy selectos. A la cabeza de ellos está un gran cliente y coleccionista que tiene ¡350 pares de nuestra firma en su armario!”, cuenta Xavier.

Los Aubercy han recibido numerosas ofertas para distribuir sus calzados en Francia y en el extranjero. “Me siendo muy halagado –cuenta Xavier–. Para sondear al responsable de la tienda multimarca que se pone en contacto conmigo y me habla maravillas de nuestros zapatos, le pregunto: ¿Tiene usted un par de Aubercy?”. Su respuesta, en el 99% de los casos, es no. “Entonces, ¿cómo va a transmitir la filosofía de la casa si no los calza?”.

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Resultado final del proceso de elaboración. 

No suele andarse por las ramas Xavier Aubercy, que cuenta que también se niega a regalar zapatos a personalidades de los medios de comunicación, la política o la empresa, y que dice quedarse atónito cada vez que le piden una rebaja. “En cierta ocasión, un alto dirigente del CAC 40 (el Ibex 35 galo) me pidió un descuento, a lo que, como es lógico, me negué. En otra ocasión, un joven vino entusiasmado con su primera prima. Era de mil euros. Le aconsejé que mejor se comprara dos pares de zapatos en la competencia. No porque no le quisiera vender los míos, sino porque pensé que iba a ser mejor para él. La verdad es que no se lo creía, sobre todo porque le mandaba a tiendas en las que habían criticado la mía”, recuerda con una sonrisa.

En Chez Aubercy, reconocida como Empresa del Patrimonio Vivo (EPV) galo, distinción de Francia reservada a sus mejores artesanos, no se habla mal de los demás. “Nunca oirá que echemos pestes de la competencia”. Tampoco hay lugar para la prepotencia, ni la de casa ni la de fuera, lo que les ha llevado a rechazar encargos que no partieran del respeto y la educación. Lo dicho: gente de sólidos principios. “Usted no merece un par de mis zapatos”, le soltó su abuelo a un conocido presentador de televisión francés que no le trató con respeto. El lujo de los Aubercy es poder permitirse decir no.

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Tanto la línea de zapatos prêt-à-porter como la denominada Medida (1.750 euros el par) –en la que el cliente puede participar incluyendo las modificaciones que desee y hasta diseñando un modelo– se realizan a mano en talleres italianos artesanos, mientras que la Gran Medida (5.000 euros el par) se elabora íntegramente aquí, en los bajos de que disponen en la tienda. El hecho de que se produzcan las dos primeras gamas fuera de Francia no tiene que ver con los costes, ni mucho menos, sino con que ya no quedan prácticamente artesanos de calzado masculino en el país de Molière. Y de entre los pocos que quedan, algunos de los mejores trabajan para ellos, en la gama más alta: como el responsable del taller, de 74 años, que confiesa que, cuando pasa más de dos semanas lejos de su mesa de trabajo, no piensa más que en volver a la tarea.

No hay por el momento cuarta generación –Xavier Aubercy es hijo único y no tiene descendencia–, así que la esperanza está en que algunos de estos jóvenes artesanos que trabajan en la Gran Medida tome el relevo en el futuro en esta casa que tiene entre sus características elaborar zapatos cuya comodidad se percibe desde el primer momento: no hace falta hacerse con ellos sufriendo durante varios días hasta que pies y zapatos lleguen a adaptarse.

“Me gustaría crear un círculo de personas a las que les apasione lo bien hecho, la calidad de siempre, fuera de todo el marketing que nos invade en nuestra era”, dice Xavier Aubercy mirando al futuro mientras, como sus padres Philippe y Odette, que continúan atendiendo en la tienda como el primer día, sigue desarrollando un oficio que siente en cuerpo y alma. “Intento ofrecer lo que a mí me gustaría encontrar, que las personas que apuesten por nuestros pares sientan emoción cada vez que abran una de las cajas que los contiene”.

Si el célebre Balzac, que situó gran parte de su obra literaria Gaudissart II en la rue Vivienne, donde se halla la casa zapatera, y sus aledaños, hubiera nacido más tarde, no es descabellado imaginar que se habría convertido en uno de los clientes más fieles de Aubercy. Él, hombre de gustos refinados, amante de lo mejor y más artesanal.

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