Joyas

Cartier, la historia de una saga de orfebres que revolucionó la joyería

  • Recordamos la historia de una marca emblemática del lujo del último siglo y medio.
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Imagen cortesía de Cartier
 
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Todavía hay quien piensa que la casa Cartier es una multinacional de la joya, ignorando la historia de una saga de orfebres que revolucionó la joyería de este siglo. El fundador de la marca fue Louis François Cartier, quien abrió su taller joyería en 1847, después de haber sido aprendiz con el maestro Picard. Cuando éste murió, Cartier se hizo cargo del negocio de la Rue Montorgueil, dándole su propio nombre. Es entonces cuando comienza la historia de la casa, en un momento en el que se producen diseños de inspiración histórica. Era el París del segundo Imperio, dibujado en grandes bulevares por el barón Haussmann, y del taller de Cartier salen piezas que se adaptan a todos los 'revivals' históricos, desde el neorenacentista al neogótico, siguiendo las modas de la época, que por entonces marcaban los miembros de la aristocracia.

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En la imagen, diseños preparatorios de varios accesorios de Cartier: juego de brazaletes y collar.

Cinco años después, Cartier se trasladaría a la Rue Neuve-des-Petits-Champs, coincidiendo con el matrimonio de Napoleón III con Eugenia de Montijo, y el joyero decide acercarse a la princesa Matilde, prima del Emperador, cuyo Salón frecuentaban literatos y artistas y en donde se empieza a hablar de él. Este nuevo impulso social hace que algo después decida mudarse a otro barrio mejor, frecuentado por la alta sociedad, el Boulevard des Italiens. Allí se siguen haciendo las joyas de gusto histórico y comienza a aparecer lo que se llamó el 'estilo guirnalda' que surgió de la idea de la Emperatriz de deshacer sus joyas y volverlas a montar en el estilo de las desaparecidas de María Antonieta. De las manos de Cartier salen diademas, collares, gargantillas cubiertas de brillantes que provenían de las nuevas minas recién descubiertas en Sudáfrica.

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Es el momento en el que Alfred, hijo de Louis François, que había ido a pasar unos años a Londres, regresa y se hace cargo del negocio, al que incorpora en muy poco tiempo a su propio hijo Louis. Los otros joyeros de la época eran Bapst, Sauvenat y Boucheron, todos ellos, al igual que Cartier, hacían gala de una gran perfección artesanal, pero estaba por llegar quien revolucionara el estilo. Y fue de la mano de Louis Cartier, un hombre sorprendente, de talante inquisitivo y experimentador, un amante de la investigación y vanguardista de corazón.

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En la imagen, Jeanne Toussaint y Jean Cocteau, vinculados a la historia íntima de Cartier.

A su vez no se dejó tentar por el imperante gusto Art Nouveau que animaba el espíritu del fin de siglo, que la firma Cartier llegó a las mayores cotas creativas de su historia. Louis significó la ruptura con los estilos más conservadores y la llegada de un nuevo lenguaje para la joyería del siglo XX. Instalado en la Rue de la Paix, en la dirección que se convirtió en leyenda de la joyería mundial, inventó desde allí algunos ingenios que por sí solos le habrían hecho pasar a la historia.

Pero otro de los grandes impulsos que había recibido la casa Cartier fue el que le proporcionaron sus clientes rusos, encabezados por la familia Romanov, quienes hicieron que el propio Louis Cartier, con su curiosidad habitual, estimulada por su visión de hombre de negocios, comenzase una serie de viajes a este país, donde conoció y admiró a Fabergé, tomando buena nota del virtuosismo que éste dedicaba a los objetos, algo que tendrá en cuenta a lo largo de su carrera.

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A la izquierda, Louis Cartier, artífice del esplendor de la firma. A la derecha, la característica pantera de la firma en pedrería sobre esfera de vidrio.

Compendio de innovación

De su mano sale la asociación del platino con el diamante. Este metal, de una aleación muy dura a la vez que maleable y dúctil, le permitía trabajar las monturas reduciéndolas hasta casi hacerlas desaparecer. Son las monturas aéreas llamadas invisibles, que realzan el brillo de los diamantes y parecen flotar en el aire. Pero no fue éste su único adelanto. Casado con una hija del modisto Charles F. Worth, que vestía a las mujeres elegantes de París, fue observando el diseño de uno de esos vestidos adornados con brillantes redondos en los hombros, cuando Cartier pensó en la posibilidad de la talla alargada, rectangular, dando lugar así a los llamados diamantes 'baguette', que por otro lado eran perfectos para adaptarse a la corriente Art Déco, de gustos geométricos y lineales que aparecería unos años después.

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A la izquierda, neceser esmaltado con cubierta en zafiro y esmeraldas, creado en 1925. Al lado, alfiler en oro, platino, rubíes, diamantes y esmalte negro.

A comienzos de siglo se había producido la primera apertura de otra tienda Cartier en Londres, a cargo de su hermano Jacques (algo después abriría la sede de Nueva York al mando de Pierre) y donde los mejores clientes eran el rey Eduardo VII y la reina Alejandra. De hecho, fue el rey quien dijo de Cartier que era “un joyero de reyes, el rey de los joyeros”. Mientras, su avidez estética le llevaba a disfrutar de todos los espectáculos de la capital francesa, donde descubrió entonces a los Ballets Rusos de Diaghilev, con decoraciones de Bakst, cuya inédita combinación de colores tomó prestados para el diseño de sus propias alhajas.

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De izquierda a derecha: anillo de 1967 con pedrería en zafiro y turquesa, el ‘Tank’, inspirado en los años veinte (la pieza maestra en relojería de Cartier) y reloj de los años veinte con diamante triangular encastrado.

En su búsqueda de avances técnicos y extraordinarios, Cartier se asocia con los hermanos Couët, con los que desarrolla un reloj cuyo funcionamiento era un misterio y que pasó a llamarse mystère. El movimiento de las agujas de estos relojes, con esfera de cristal de roca transparente, resulta enigmático y se debe a que estas agujas van unidas a un disco de cristal que gira mediante un mecanismo de tornillo sin fin. Otro reloj le daría también un gran prestigio, el que creó en 1906 para el aviador Santos-Dumont y que tiene el honor de ser quizá el primer reloj de pulsera que se conoce.

La llegada de la guerra mundial hizo que, por un lado, los tanques británicos inspiraran el primer reloj de pulsera tank, y por otro lado, apareciera en escena la más estrecha colaboradora que Louis Cartier tendrá en el futuro y que es también su musa: Jeanne Toussaint, la amiga de Coco Chanel. Fue ella quien introdujo en la casa, dirigiéndose a un público más burgués, como correspondía a los nuevos tiempos, la famosa “línea S” que incluía bolsos, objetos de plata, neceseres de viaje, agendas y el papel de cartas que es ya emblemático de Cartier.

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En la imagen, diadema rematada en diamante, otro ejemplo de exquisitez 'made in' Cartier.

La “línea S” será la precursora de otro de los grandes aciertos de esta marca, la creación de los Must de Cartier en los años setenta. Mientras tanto, ya se habían producido las primeras piezas cuyo motivo era una pantera, curiosamente el sobrenombre que se usaba para llamar a la moderna Jeanne Toussaint, y éstas tienen tanto éxito que la pantera se va a convertir en el símbolo de la marca. De la mano de Jeanne se fue abandonando poco a poco el uso del platino y se favoreció el del oro amarillo y las piedras de colores vistosos como el rubí, el zafiro, el jade, el coral e incluso los esmaltes. De Jeanne Toussaint se recuerda siempre el “Pájaro en una jaula” que puso en el escaparate durante la ocupación de París por los alemanes, una evidente alusión a la situación política que la obligó a explicarse ante las autoridades.

Louis Cartier murió en 1948 y con él se fue el genio de un joyero, pero no el espíritu de la marca a la que había llevado a sus más altas cotas. Su obra queda en manos de Toussaint, que en 1968 lanza en primer encendedor, un must, algo imprescindible. La idea la recogen y desarrollan después Robert Hocq y Alain Dominique Perrin, que se suceden en la dirección de Cartier y con los que aparecen las estilográficas, los perfumes, porcelanas, cristal, gafas... La democratización del lujo estaba servida.

La recuperación de su pasado llevó a la creación de las Colecciones Antiguas, formadas a base de comprar piezas que salen a la venta en subastas, firmadas por Cartier, recuperando así su historia. Y la visión de futuro se cristaliza en los años noventa con la apertura de la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo, cuya sede es un edificio del arquitecto Jean Nouvel. Como se ve, Cartier vive fiel a su filosofía de “innovar sin destruir el patrimonio”.

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