Sociedad

El filósofo Javier Gomá reflexiona sobre el mundo en tiempos de Covid-19

  • El escritor y filósofo analiza la realidad para intentar iluminar estos tiempos sombríos que han convencido a la especie de su vulnerabilidad.
Javier Gomá
Javier Gomá
Javier Gomá
Filósofo, ensayista y escritor, letrado del Consejo de Estado en excedencia, dtor. de la Fundación Juan March, patrono del Teatro Real y del Teatro de La Abadía (Madrid).

Estudió Filología Clásica y Filosofía, como buscando entender el mundo, y Derecho, como buscando herramientas para transformarlo. Javier Gomá Lanzón (Bilbao, 1965) no es solo un prestigioso filósofo, sino uno de los más grandes pensadores y creadores contemporáneos. Autor de un sólido cuerpo teórico –basado en la ejemplaridad como ideal universal, si es que semejante aporte intelectual, reflejado en una extraordinaria Tetralogía de la ejemplaridad, puede resumirse así–, es letrado en excedencia del Consejo de Estado, director de la Fundación Juan March, escribe ensayos –'Dignidad' es otro de sus trabajos fundamentales–, colabora en prensa y crea obras literarias. Su agenda, de hecho, incluía para los próximos meses el estreno de, entre otras, la más reciente, la comedia 'Quiero cansarme contigo'. Pero, como el mundo entero, la vida pública se congeló de repente a su alrededor ante una pandemia que, según dice en esta entrevista, demuestra que no solo el individuo, sino también toda la especie humana, “es frágil, vulnerable y en peligro de extinción”. Hemos apelado a su lucidez para encontrar respuestas en un mundo convulso.

¿Comparte esa percepción de que nada será igual en el mundo post coronavirus?

Cuando uno se asoma al balcón de la historia descubre que la humanidad avanza, pero muy lentamente. La Declaración de Derechos Humanos se fue gestando desde principios del siglo XX, pero necesitamos dos experiencias absolutamente traumáticas, como las guerras mundiales, para alcanzar el consenso necesario para su aprobación en 1948. La pandemia tiene rasgos singulares. Posiblemente, es la primera vez que la humanidad comparte al mismo tiempo una experiencia tan traumática, con unos efectos de cosmopolitismo: todos unidos ante una amenaza común y una conciencia de la vulnerabilidad de nuestra especie. Cómo va a cuajar eso en nuestros hábitos en los próximos años es muy difícil de prever. No soy de imaginar el futuro; sé que la humanidad avanza, pero con experiencias extremadamente traumáticas, y que aún así le cuesta.

“Vamos a mejor en todo, lo material y lo moral”. Lo dijo usted hace tres años. ¿Lo diría ahora?

A veces me ponen al lado de los optimistas y yo eso lo matizo con intensidad. Frente a ese grupo de filósofos optimistas que confían en una ley del progreso necesario, yo mantengo que si algo aprende uno de la historia es que toda conquista es reversible, frágil y vulnerable, y que, en consecuencia, nada sabemos del futuro. No tengo ni idea de si va a ser mejor o peor. Es verdad que, si uno observa la historia, no si mira al futuro, que es lo que hacen los optimistas, sino al pasado, como hacen los analistas, ve que en los últimos dos mil años, mil, cien o cincuenta, el mundo progresó, tanto en lo material como en lo económico, pero ese progreso no es lineal, ni tampoco a corto plazo, admite rodeos, regresiones, caídas. Nada está asegurado.

Disculpe la intromisión personal: ¿qué sentimientos se agolpan en usted estos días?

Antes pensábamos que el hombre y la mujer son individualmente seres frágiles y que cualquier soplo de aire puede terminar con ellos, pero que la humanidad en su conjunto era una especie fuerte, que había logrado dominar no solo a las otras especies, sino a la naturaleza en su conjunto; y además la ciencia nos prometía en poco tiempo algo así como una especie humana mejorada, trashumana, casi perfecta. Pero ahora, junto a esa conciencia de la fragilidad individual, nos encontramos con que la especie humana es también frágil, vulnerable y en peligro de extinción. Ya no es inconcebible que sea arrasada por un virus todavía más violento que este. Así que contra los augurios de la ciencia, que prometían algo así como una raza de superhombres, esta epidemia me genera la sensación de que la humana es una especie digna de protección.

¿Deberíamos sacar alguna conclusión, en nuestra actuación personal, de esa vulnerabilidad que comenta?

Escribí en mi libro Filosofía mundana que de la conciencia de nuestra propia mortalidad brotan todos los bienes que hacen la vida digna de ser vivida: el arte, la solidaridad, la justicia, el Estado, la ciencia, la filosofía, la compasión, la amistad, el amor… Por intentar ver el lado positivo, es posible que de esta pandemia que nos provoca a todos conciencia de que no existen razas, que existe solo una, la humana, a la que todos pertenecemos y que está en peligro, broten otra vez con más fuerza, o vuelvan a tener significado, aquellos bienes que hacen justamente la vida digna de ser vivida.

Ha dedicado usted una tetralogía a la Ejemplaridad y un ensayo a la Dignidad. ¿Cuánto de esas dos virtudes está viendo en esta situación extrema?

En mi tetralogía mantengo que la ejemplaridad, desde un punto de vista subjetivo, exige una doble especialización: la del corazón y la del oficio. Es decir, en determinado momento, un hombre o una mujer especializa su corazón eligiendo a una persona con la que funda una casa, y elige una profesión con la que se gana la vida. Esas dos instituciones de la ejemplaridad, que son el oficio y la casa, se están manifestando en grado extremo en esta pandemia. Por un lado, con millones de personas que aceptan la pérdida de su libertad y la probable ruina de su negocio para luchar contra la pandemia. Y por otro, con otros muchos que tienen que salir de su casa para desarrollar su profesión en grado heroico. Dos casos de ejemplaridad que se pueden predicar de la ciudadanía y con gran eficacia. 

¿Qué opinión le merece el papel de la mujer en esta crisis? Da la sensación de que incluso en los más difíciles momentos seguimos mirando el mundo en masculino.

Por algún motivo el virus respeta más a la mujer que al hombre... Muchas de ellas están en primera línea de lucha contra la pandemia. Y, al parecer, hay un grupo de mujeres líderes de países como Alemania, Taiwán o Nueva Zelanda, que han coincidido en una política más acertada en la lucha contra el virus.

¿Dónde se esconde más filosofía en estos tiempos rápidos de tecnología y productividad, en las redes sociales o en las aulas?

En las redes sociales no encuentras filosofía, pero tampoco lo espero. Y en las aulas normalmente tampoco, allí se da más bien historia de la filosofía. Una cosa es lo que podríamos llamar la filosofía profesional, que administra la historia de la filosofía de grandes autores, una introducción a sus tesis, la edición de sus libros, la traducción, la interpretación, la glosa, la divulgación, y otra cosa es la filosofía tal como yo la entiendo, que es un universal: todo hombre y toda mujer somos filósofos porque interpretamos el mundo, y la filosofía es una interpretación del mundo. Y luego hay un pequeño número de personas con vocación literaria que además de interpretar, escriben libros sobre esa interpretación con los que aspiran a iluminar o mejorar la interpretación que todo el mundo tiene. Esos son los filósofos.

Hace unos días, ante tanto sufrimiento provocado por la pandemia, compartió usted en redes sociales Inconsolable, la obra que escribió por el luto de su padre. ¿Algún atajo para encontrar el consuelo?

Tras el desconsuelo y esa experiencia insondable que es la del dolor absoluto, en la parte final de la obra el protagonista empieza no tanto a mirar al pasado, a la pérdida, sino a contemplar por primera vez la imagen de la vida de su padre, póstuma. Creo que solamente cuando uno muere lega a los demás la imagen completa de su vida. Y cuando el que sobrevive ve la imagen completa de la vida de su padre experimenta una conmoción particular. En el desenlace final, el protagonista empieza a encontrar consuelo en la idea de que él también algún día dejará una imagen a los que le sobrevivan y que todavía está a tiempo de mejorarla, llenarla de colores, de formas, de luz, a fin de que sea una imagen que dé esperanza, ilumine y ofrezca dignidad. De hecho, la obra termina diciendo: “Os invito, procurad que vuestra vida sea una vida digna y bella”.

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