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Le invitamos a descubrir los baúles legendarios de Louis Vuitton, el lujo del siglo XX

El departamento de encargos especiales de Louis Vuitton ha producido piezas extraordinarias para clientes legendarios.

Louis Vuitton
El bául Autoski, realizado en 1923 para los periplos africanos de Jean du Taillis. 
 
Louis Vuitton

El bául Autoski, realizado en 1923 para los periplos africanos de Jean du Taillis.

Louis Vuitton comenzó a fabricar baúles en 1854. Visionario, ya desde entonces concebía el equipaje como un todo perfectamente personalizable, adaptado a las necesidades de cada cliente, hecho por tanto a medida. Con los años la firma ha diseñado piezas extraordinarias para atender y satisfacer las necesidades más singulares de muchos grandes personajes: una Tea Case para el Maharajá de Baroda, un 'secreter' para el compositor y director de orquesta Leopold Stokowski, o el neceser Milano, que asombró en la Exposición de Artes Decorativas de París, de 1925.

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En la imagen, baúl-cama para las expediciones de Pierre Savorgnan de Brazza, Congo, 1905.

Esta tradición constitutiva de una marca que hunde sus raíces en la más depurada artesanía del cuero y la madera, fue produciendo, a lo largo de su historia piezas excepcionales que aun hoy tienen continuidad en la sección de Pedidos Especiales que la firma mantiene y alienta, orgullosa de una tradición que ha servido a muy distinguidos clientes, a veces entre la necesidad y la extravagancia. Pero para ambas ha tenido siempre una respuesta adecuada el 'savoir faire' de Louis Vuitton, anclado en los orígenes de la firma y favorecido por una voluntad de excelencia que encuentra sus mejores cómplices en un excepcional plantel de expertos artesanos instalados en la fábrica de Asnières, a las afueras de París, en el mismo lugar que dispuso y desarrolló en su día el propio Louis Vuitton para el departamento.

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En la imagen, de izquierda a derecha, baúl-ducha, premiado en el concurso de ideas de la marca, París, 2004 y secreter de consulta médica diseñado por Damien Hirst para celebrar el 150 aniversario de la Cruz Roja, en 2009.

Asnières

Asnières está situado a orillas del Sena, lo que ya entonces facilitaba la llegada de materias primas, incluida la madera de álamo necesaria para los ya famosos baúles Vuitton. También en esas afueras del noroeste de París se disponía ya entonces de un medio de transporte moderno y ágil: por Asnières pasaba una de las primeras líneas ferroviarias en Francia, la que conducía a la Gare Saint-Lazare, cerca de la primera tienda del fabricante de baúles parisino. Construidos en el estilo futurista de la época impuesto por Eifel, estos luminosos talleres supusieron un cambio radical respecto a los oscuros talleres de la capital. Asnières se convirtió rápidamente en el corazón del savoir-faire de Louis Vuitton, y allí se construyeron baúles, equipaje y pedidos especiales para su envío a todo el mundo.

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Caja especial para máquina de escribir, realizado en Asnières en 1923.

Y en Asnières se siguen fabricando, absolutamente a mano, pedidos especiales llegados de todo el mundo: desde un baúl clásico hasta un contenedor a medida para equipos de grabación digital, las creaciones abarcan el pasado, el presente y el futuro, enlazando la herencia orgullosa con la voluntad contemporánea.

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En la imagen, baúl-biblioteca, elaborado en Asnières en 1923. 

Los orígenes

Con apenas 14 años, Louis Vuitton abandonó la casa familiar en la región del Jura, montañosa, aislada y muy boscosa entre Francia y Suiza, para dirigirse a París, llevándose consigo solo unas pocas pertenencias y sus habilidades como carpintero, transmitidas a través de una línea familiar de artesanos. En 1837, el adolescente llegó a la capital, donde la riqueza y el aire cosmopolita convivían con la pobreza extrema. Inteligente y perspicaz, Louis Vuitton fijó su mirada en la zona de la Place de la Madeleine y la Rue Saint-Honoré, buscando empleo como fabricante de maletas y empacador. El joven Louis fue desde entonces testigo privilegiado de los cambios sociales, políticos y económicos que se fueron produciendo en la capital, sintonizándolos con sus propios planes.

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En la imagen, baúl para tacos de billar revestido con lona Vuittonite. Tras producir las mesas de billar presentadas en la tienda de los Campos Elíseos, Louis Vuitton desarrolló esta caja en 1914.

Cuando Louis Vuitton abrió su propio negocio en 1854, en la Rue Neuve-des-Capucines, había perfeccionado tanto su oficio que disponía de una visión propia que le diferenciaba de la competencia. Desde el principio, se declaró un “empaquetador” de modas: la década de 1850 era aún una época de vestidos opulentos, crinolinas y faldas anchas, que requerían contenedores ingeniosos y manos hábiles para empacar y transportar. Louis Vuitton proporcionó ambos, pero mientras tanto repensó el baúl tradicional para hacerlo más ligero y resistente.

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Caja de juegos especial para ajedrez y 'backgammon'.

Frente a las crepusculares costumbres indumentarias y viajeras de la época, Vuitton se dio cuenta rápidamente de que un baúl sería siempre más práctico y eficiente que los diseños clásicos de cajas y embalajes. Para la confección de sus baúles eligió una tela cubierta con pintura al óleo, un material de cobertura impermeable y ligero pero duradero. A medida que los fabricantes rivales comenzaron a copiar sus innovaciones, optó por diseños cada vez más complejos, pasando de la tela gris a otra con rayas de colores, y más tarde a un diseño a cuadros hasta hoy conocido como Damier.

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En la imagen, caja de acuarelas también perteneciente a los proyectos creados en beneficio de la Cruz Roja para celebrar su aniversario, realizado por Patrick-Louis Vuitton.

En 1896, su hijo mayor, Georges-Louis, creó el Monogram en honor a su difunto padre. Había nacido un icono perdurable, revolucionario. Con sus iniciales entrelazadas y un círculo de cuatro pétalos encerrados en un diamante cóncavo, esta firma se convirtió instantáneamente en un símbolo universal de la modernidad y en uno de los primeros ejercicios de una marca de lujo, de una cultura global que estaba naciendo.

De ayer a hoy

Patrón de las Artes, la renovación de la casa llevada a cabo por Georges-Louis Vuitton a fines del siglo XIX se basó en la colaboración con maestros locales del Art Nouveau (que aportaron vidrieras, decoraciones de las paredes y muebles), y así se mantiene hoy en día, cuando el hogar familiar (es preciso recordar que tras su construcción en 154, la familia Vuitton ocupó el piso superior sobre los talleres artesanales, y allí habitó durante décadas) mantiene la sensación mágica de un lugar que ha sido testigo de la vida y el trabajo de grandes artesanos y mentes brillantes, renovadoras de la tradición desde la creatividad.

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Entre la tradición y la modernidad

Al franquear el portón de los talleres de Asnières, el visitante es recibido por un aroma, peculiar, familiar desde su fundación por el propio Louis Vuitton: el de la madera recién cortada, de álamo, de haya y de okoumé exótico, para usar en la fabricación de baúles y pedidos especiales. Después, el aroma de la madera se mezcla con el de las pieles nobles y el cuero, que proporcionan su propio perfume. Los sonidos también son evocadores y eternos: el martilleo de un clavo en la madera, el zumbido de una máquina de coser. Es la actividad de un taller vivo que sigue respirando. Los puestos de trabajo están atendidas por hombres y mujeres de todas las edades y orígenes, unidos en su pasión y respeto por la creación de las piezas atemporales de la Casa. Muchos de los gestos manuales repetidos aquí diariamente por los maestros artesanos no han cambiado durante siglos, aun contando con un renovado equilibrio entre patrimonio, artesanía y tecnología evidente en los talleres de Asnières: es la transmisión del 'savoir-faire' en su mejor expresión. El joven Louis Vuitton reconocería hoy el espíritu fundador de su casa, y su propio impulso creador en los talleres de Asnières.

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