Reportaje 

Viaje al universo de Lalique, la legendaria ‘maison’ del cristal

  • Cien años después de la llegada de René Lalique a Wingen-sur-Moder, la localidad acoge la fábrica de la firma, un museo y un exclusivo hotel.
Lalique
Lalique
Lalique

'Espíritu del viento', una icónica pieza de vidrio de Lalique que adorna en este caso el capó de un imponente Rolls Royce.

Wingen-sur-Moder es la capital del cristal, del mejor cristal del mundo. Los 'connaisseurs' lo saben: allí están la fábrica, el museo y la casa familiar de Lalique, la firma francesa fundada en 1888 convertida en un icono de la belleza, la perfección y el arte en torno al vidrio. Estamos en el corazón de los Vosgos del Norte, a unos 60 kilómetros de Estrasburgo, capital de la región de Alsacia. El pueblo tiene poco más de 1.600 habitantes y es un remanso de paz. En el número 18 de la rue Bellevue se instaló en 1920, hace justo ahora un siglo, René Lalique (1860-1945), el fundador de la marca, a quien se considera el padre de la joyería moderna, por sus vanguardistas diseños, resultado de su obsesión confesa por “crear algo que nunca antes se había visto”.

Lalique

René Lalique en su casa en Wingen-sur-Moder.

El poeta del vidrio –otra de los calificativos que acompañan su historia–, nacido en la región de Champaña, llegó a la zona procedente de París, donde había comenzado su carrera, con 25 años, como aprendiz de joyero, mientras se formaba, a la vez, en la Escuela de Artes Decorativas de la ciudad, y donde disponía ya de varios talleres tras haberse granjeado una gran popularidad por la originalidad y brillantez de sus piezas. En Alsacia, una región con una arraigada tradición en el trabajo del vidrio, buscaba precisamente eso: manos expertas que le ayudaran a producir sus últimos diseños, en los que el vidrio se había convertido en el material protagonista tras haberlo incorporado como adorno en sus anteriores creaciones, junto a oros, diamantes, ópalos o parlas. Allí estableció su casa y, un año después, abrió la fábrica.

Lalique

Una foto de la casa de René Lalique en torno a 1930.

La leyenda Lalique se concentra ahora en esta pequeña localidad francesa. La factoría que creó René Lalique es ahora la única con que cuenta la firma y la casa, conocida como Villa René Lalique y de estilo Art Deco, se convertió hace un lustro en un exclusivo hotel de cinco estrellas, centro de peregrinaje para los admiradores de la más que icónica marca. Con únicamente seis suites, todas decoradas, como el conjunto de las estancias, por los arquitectos de interiores Lady Tina Green y Pietro Mingarelli, lo primero que el viajero encuentra al llegar es un entorno de verde vegetación y un aire listo para depurar pulmones e insuflar un estado de calma y apertura: un auténtico lujo inmaterial.

Lalique

Conjunto de hornos del taller. 

Por tanto, pura quietud por fuera, y por dentro una refinadísima decoración para acompañar unos elegantes e inimitables espacios. Una escultura del artista Arik Levy –cuenta con otra de mayor tamaño en el exterior– da la bienvenida en el 'lobby', donde todo –lámparas, muebles, paneles y objetos decorativos– lleva la firma de la línea Lalique Maison, con propuestas creadas por los artesanos de esta institución; piezas en las que el cristal de la casa está presente de la forma más inesperada, como por ejemplo para realzar la presencia de los reposabrazos de los sillones Victoire, que combinan, además, otros materiales como madera lacada y seda. Gratifica saber que los artesanos que han elaborado cada uno de esos cristales se encuentran muy próximos de donde nos hallamos: la fábrica de Lalique se halla a cinco minutos en automóvil del hotel.

Lalique
 

En la imagen, detalle de la decoración del hotel; a su lado, una de las exclusivas suites. 

Seis suites, como señalamos; todas diferentes e inspiradas en temas representativos en la trayectoria de 'monsieur' Lalique, con muebles a medida: somieres, consolas, mesitas de noche, sofás, espejos... realizados igualmente para este hotel confidencial. En el baño, el mármol color crema lo cubre todo, y como en el conjunto, cualquier detalle lleva el sello Lalique.

Lalique
 

Arriba en la imagen, exteriores de una de las villas; a su lado, piezas que forman parte de la decoración del hotel. 

En la terraza de la suite Dragon se podrían pasar horas disfrutando del paisaje, por el hermoso entorno: no es casualidad que el nombre de la calle donde se encuentra el hotel sea Bellevue, ‘bella vista’ en castellano. La suite Hirondelles (Golondrinas), de algo más de 40 metros cuadrados, era originalmente la de René Lalique. En tonos rojos, recuerda a los racimos de uva presentes en los paneles decorativos. Desde su ventana, el fundador de la gran casa del cristal se deleitaba con la vista de los jardines, de auténtica tarjeta postal. Una naturaleza que lo inspiró tanto para hacer realidad sus creaciones, como la fábrica.

Lalique

Una de las villas del exclusivo hotel. 

El lujo llega hasta el paladar, como comprobamos a la hora del almuerzo y de la cena. Será en el restaurante dos estrellas Michelin y miembro de los Relais & Châteaux, a cargo del gran chef de la región Jean-Georges Klein, que cuenta a su lado con otro grande de la gastronomía, Paul Stradner. “Hemos preparado de cara al centenario de la Villa un menú que recoge algunos de los grandes platos de la zona, pero revisitados, al gusto de hoy”, explican a GENTLEMAN. El menú centenario estará disponible a partir del 16 de este mes de abril y durante cien días.

Tan pronto como nos adentramos en el restaurante, la propuesta del techo de Windfall llama nuestra atención, por sus cristales suspendidos. Apreciamos asímismo otras creaciones que también han sido diseñadas exclusivamente por artesanos de la fábrica Lalique, como los vasos y decantadores pertenecientes a la gama 100 Points, creada por James Suckling, crítico de vinos estadounidense. Objetos que se combinan con los de otras grandes casas, como Christofle, para los servilleteros con incrustaciones de piezas de cristal Masque de Femme (Máscara de mujer), y el pimentero de cristal, así como el salero que había imaginado René Lalique cuatro años antes de la construcción de la casa, y que hace hoy realidad Peugeot.

Lalique

Escultura realizada en los talleres de la firma. 

Si se tiene oportunidad, se recomienda solicitar una visita de la bodega, después del almuerzo o antes de la cena, donde se censan más de 60.000 botellas de diversos orígenes. “La más antigua es un Château d’Yquem de 1865. Y aún se puede beber”, nos cuenta el sommelier Romain Iltis, elegido el mejor de Francia en 2012. La arquitectura del restaurante y las bodegas llevan la firma del suizo Mario Botta, que anteriormente se ocupó del Château Faugères, también propiedad, como Lalique desde el año 2008, del empresario Silvio Denz. Un complejo donde reina la calidad del servicio y que permanece abierto de jueves a martes.

Lalique
  

En la imagen, una pieza decorativa y un colgante, ambos con forma de libélulas.

La estancia en Wingen-sur-Moder debe incluir la entrada al museo Lalique. Inaugurado en julio de 2011, desde entonces lo han visitado más de 450.000 personas. Una hazaña para un establecimiento que se encuentra fuera de los círculos museísticos. Allí se muestran alrededor de 650 piezas, incluidos 230 frascos de perfumes, y se suelen llevar a cabo exposiciones temporales cada año (la próxima, a partir del 26 de junio, en torno al arte de la mesa).

Dentro del universo de las joyas, primer oficio del maestro cristalero, como apuntamos, encontramos la Mujer con alas desplegadas de libélula (fabricada alrededor de 1898-1900). Esta joya fue la primera en integrar las colecciones del museo y, como el conjunto de las creaciones que han visto la luz desde hace más de 130 años, ha tenido como fuente de inspiración las tres efes: femme, faune et flore, o lo que es lo mismo, el universo femenino, la fauna y la flora. Tres pilares sin los cuales el mundo sería bien distinto.

Mostrar comentarios