Samuel L. Jackson, el actor más rentable de la historia del cine

  • Su filmografía, diversa y valiente, le ha valido el premio del público. Le espera este otoño su última película, The Last Full Measure
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Desde hace ya casi 10 años –o quizá más–, Samuel L. Jackson (Washington DC, 1948) mantiene una competición involuntaria y muy reñida en Hollywood con otro gran nombre: Harrison Ford. Entre los dos veteranos intérpretes se han ido turnando el puesto de “actor más taquillero de la historia”. Sin embargo, hoy por hoy, Jackson ha tomado una ventaja que parece difícil de superar: casi 6.000 millones de dólares recaudados con una filmografía que se extiende entre más de cien títulos y más de dos décadas. Su estricta y envidiable ética de trabajo, su compulsión y pasión inagotable por su profesión incluso hoy, a punto de cumplir los 71, y su preferencia por un cine que él disfrutaría como espectador le han llevado a ser el mismísimo rey. Y lo lleva con orgullo y una fanfarronería honesta. ¿Quién quiere premios con un título así? “¿Quién ganó el Oscar el año pasado? Te lo garantizo, si le preguntas a alguien quién es el actor más taquillero de la historia, sí que sabrán decir: ‘Oh, Samuel L. Jackson”, le contestaba a un periodista hace no mucho.

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Samuel L. Jackson, a punto de cumplir 71 años, ha estrenado cinco películas en 2019 y aún le espera una última en otoño, 'The Last Full Measure'.

Así es él, honestidad brutal ante todo. Para lo bueno y para lo malo. Para sacar los colores a un entrevistador mal preparado y para dar grandes titulares al que llega con los deberes hechos. Para hablar de sus episodios más oscuros (su pasado de drogadicción) y para decir entre carcajadas su palabra favorita, muletilla también parar curar su tartamudeo: motherfucker (hijoputa en español). A estas alturas un Oscar no va a validar una carrera como la de Samuel L. Jackson (que va de Star Wars a Spike Lee), porque la taquilla, el público, su mejor termómetro, ya lo han hecho. Y tiene claro cómo ha llegado hasta aquí: porque sigue sintiéndose un espectador más. Sabido es que va al cine a ver sus películas, se sienta en la última fila y observa la reacción del respetable.

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En 'El protegido', de M. Night Shyamalan, en la que compartió cartel con Bruce Willis (2000).

“Creo que tengo la sensibilidad de un miembro de la audiencia”, dice. Y va más allá: las historias en las que ha participado, en casi todos los casos, las escogió siguiendo su instinto como gran cinéfilo. “Las películas que crecí viendo me hacían muy feliz de pequeño, y me he dado cuenta de que tengo tendencia a elegir el tipo de películas que veía de niño y que después repetía en casa con mis amigos”, confesó una vez. Por eso ha dado prioridad a unos géneros sobre otros. “He hecho películas de guerra porque veía películas de guerra y me gustaban. He hecho películas de acción porque me gustaban las películas de acción. Lo mismo con los dramas”. Durante unos años solo el terror y el western se le resistían, pero ambas espinitas ya se las ha arrancado: entre 1408 (2007) o Serpientes en el avión (2006), si hablamos de miedo, y entre Django desencadenado (2012) y Los odiosos ocho (2015), regalos de su amigo Quentin Tarantino, para el caso del Viejo Oeste americano, género que también disfrutaba de pequeño.

Combativo y compulsivo

A Tarantino tiene mucho que agradecerle. Los mentideros de Hollywood dicen que se quedó a las puertas de entrar en el reparto de la ópera prima del director, Reservoir Dogs, pero un año después trabajaron juntos en Amor a quemarropa (1993), donde Quentin era guionista y ahí ya le contó que estaba escribiendo un papel para él. Samuel L. Jackson lo escuchó agradecido y eso que aún no sabía que no era un papel más, sino el papel, con mayúsculas, ese papel que transforma una carrera y una vida: Jules Winnfield, compañero de faena y paseos en coche de Vincent Vega (John Travolta), predicador convencido, imitado, alabado y, a veces, criticado. ¿Pero qué buen personaje del cine no crea algo de controversia? Jackson es experto en esas lides y las lleva sin miramientos. Aún hoy, asegura, no hay semana que no se le acerque alguien a recitarle alguna de sus frases de Pulp Fiction (1994), que cumple ahora un cuarto de siglo.

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Nick Fury, en la saga de 'Los Vengadores'.

Esta adicción al trabajo la ha justificado siempre de varias maneras. En primer lugar, por puro miedo. Como niño negro del sur de Estados Unidos, que creció en plena segregación, sus abuelos siempre le inculcaron la idea de “trabajar diez veces más que el resto, ser diez veces más listo, más valiente, más educado”, para ser igual que el resto. “Mi mayor temor es no trabajar después de terminar una película. Es siempre: ‘¿Seré capaz de encontrar otro trabajo?”, confiesa.

Aquello lo cambió todo. O casi. Llegó la nominación al Oscar (única por ahora) y él y su mujer desde hace casi 40 años, la también actriz LaTanya Richardson, y su hija Zoe, se quedaron para siempre en Los Angeles: Samuel L. Jackson no ha dejado de trabajar ni un año. En esa mitad de los 90, podía llegar a participar en casi media docena de títulos por año, un ritmo que no bajó cuando arrancó el siglo XXI y ni siquiera ha descendido hoy: en 2019 ya ha estrenado cinco películas: Glass (segunda parte de El protegido); Capitana Marvel; Vengadores: Endgame; Shaft y Spider-Man: Lejos de casa. Y aún le queda un estreno este otoño en EE. UU.: The Last Full Measure. Se entiende que siga a la cabeza de la carrera de taquilla.

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Spike Lee, con 'Fiebre salvaje', le sacó del agujero; Quentin Tarantino, con 'Pulp Fiction', cambió su vida.

Esta adicción al trabajo la ha justificado siempre de varias maneras. En primer lugar, por puro miedo. Como niño negro del sur de Estados Unidos, que creció en plena segregación, sus abuelos siempre le inculcaron la idea de “trabajar diez veces más que el resto, ser diez veces más listo, más valiente, más educado”, para ser igual que el resto. “Mi mayor temor es no trabajar después de terminar una película. Es siempre: ‘¿Seré capaz de encontrar otro trabajo?”, confiesa.

Por otro lado, es de carácter compulsivo. Lo admite. Su primera compulsión fueron las drogas y el alcohol, que probó en su primer año de carrera, mientras estudiaba en Morehouse College en Atlanta, la universidad de la que salieron Martin Luther King o Spike Lee. Allí empezó Biología Marina y salió como actor y, en medio, pasó unos años relacionado con el Black Power, muy combativos, en los que incluso secuestraron a un grupo de comisarios para reclamar más estudios negros. Por su relación con los Black Panther el FBI llegó a visitar a su madre para advertirle de que si Jackson seguía así acabaría muerto.

Caída y auge 

Pero él volvió a los estudios, conoció a su mujer, juntos se fueron a Nueva York y en los 80 se hizo un nombre en el teatro, en una escena en la que Morgan Freeman era su mentor, y por ahí andaban Denzel Washington y Laurence Fishburne. A todos, Hollywood les iba llamando, pero a Jackson no le llamaba ni Broadway. Esa decepción le fue arrastrando más a las drogas, hasta el punto de que ha reconocido que no se subía a un escenario sin estar algo colocado o borracho. 

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Jackson interpreta a Mace Windu en las tres entregas de Star Wars (1999, 2002 y 2005).

“Estaba fuera de mí todo el tiempo, pero tenía buena reputación. Llegaba a tiempo, sabía mis líneas. No ganaba mucho dinero, pero estaba satisfecho artísticamente”, explica. Por eso siguió así hasta que una noche de 1990 tocó fondo, su mujer y su hija se lo encontraron tirado en el suelo de la cocina y le arrastraron a rehabilitación. Al salir, una semana y media después, estaba trabajando con Spike Lee (otro gran amigo) en Fiebre salvaje (1991) interpretando a un exalcohólico. “La mejor catarsis”, asegura.

La sobriedad le regaló una nueva forma de enfrentarse a su trabajo. La actuación es ahora su compulsión y adicción. “Supongo. Leo entre seis y ocho guiones a la semana. Quiero levantarme cada día y actuar. El trabajo me define ahora”, admite. “Nunca he querido hacer otra cosa excepto dar a la gente el sentimiento de satisfacción que yo sentía como niño cuando veía a un gran actor en una gran película”. Y lo dice con entusiasmo, como un gran niño de 70 años.

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