Todo lo que puede pasar en un ascensor (y usted es incapaz de imaginar)

  • Apenas un cubículo, evoca situaciones extremas que van desde el erotismo hasta el terror. Entre tanto, la rutina.
Estudiantes del John McDonogh High School
Estudiantes del John McDonogh High School
Estudiantes del John McDonogh High School
Estudiantes del John McDonogh High School en un ascensor en la fiesta de graduación del 2007 en Nueva Orleans, en el primer baile que se celebró desde el huracán Katrina.

Pocas cosas aterran más que la rebelión de los electrodomésticos, entendiendo por tales una riquísima gama que incluye desde sofisticados ordenadores espaciales en abierta rebelión, a televisiones malignas agazapadas en el salón familiar. Y ya hemos visto y sufrido muchas revueltas.

Nuevas necesidades 

De modo que con tiempo y escarmiento hemos desarrollado una cierta prevención aseguradora que incluye la posibilidad de sufrir las incomprensibles excentricidades –más o menos peligrosas– que esos semiseres son capaces de hacer estallar en el momento más desprevenido. Por no hablar del nuevo papel que van a ir adquiriendo con las aplicaciones de la Inteligencia Artificial.

Cierto que no tiene las mismas consecuencias vitales una traición paralizante de la terminal telefónica que el gatillazo chirriante de una batidora en la cocina, pero algunas rebeliones de electrodomésticos implican un peligro instantáneo, sentido de alarma y asombro y silencio, todo en unos segundos precipitados. Eso ocurre con los ascensores.

Una bailarina del Ballet de la Ópera de París durante una gira en Japón

Una bailarina del Ballet de la Ópera de París durante una gira en Japón.

En puridad no hubo ascensores hasta 1852, cuando Elisha Graves Otis (¿les suena el apellido?) inventó un dispositivo de seguridad que evitaba la caída en caso de rotura del cable de sujeción, causa hasta entonces de una mortalidad que alejaba al público de su uso. En 1857, Otis instaló el primer elevador seguro en un gran almacén de cinco plantas en Broadway, Nueva York. El ascensor se accionaba mediante una máquina de vapor que podía ascender a seis personas a la vez a una velocidad de diez o doce metros por minuto.

Personal sanitario del Ejército de Estados Unidos
Personal sanitario del Ejército de Estados Unidos se disponen a recibir a un herido en el Jackson Memorial Hospital de Miami, en en 2006.

Hasta entonces, todo había sido cuestión de cuerdas, poleas y fuerza de tracción humana o animal, lo que para el caso resultó irrelevante durante muchos siglos. Desde Arquímedes –de quien se dice fue el primero en disponer un rudimentario, pero eficaz, elevador en el siglo primero de nuestra era–, y hasta 1904, cuando se instaló el primer ascensor eléctrico –que acompañó el desarrollo inmobiliario y financiero que los nuevos tiempos imponían–, todo había sido alarmantemente frágil, salpicado de desgracias y retrasos.

ascensorista fotografiado en abril de 1950
Ascensorista fotografiado en abril de 1950; panel de botones en el ascensor del edificio de una zona residencial de Chicago.

También en Europa el cambio demográfico y el nuevo papel de las ciudades impulsaban el desarrollo del ascensor, cuya modalidad hidráulica fue la que el francés Leon Edoux instaló en 1889 en la Torre Eiffel para sus 160 metros, mientras la firma alemana Siemens (¿les suena?) construía el primer ascensor eléctrico capaz de viajar a dos metros por segundo.

Pero fue el modelo de Otis el que hizo posible construir en el Nueva York del siglo XX edificios de más de cinco pisos –el máximo de altura permitido hasta entonces por una legislación urbanística condenada–, de modo que puede decirse que gracias a él se construyó en 1907 el edificio Singer de Nueva York, más de 40 pisos, y en 1932 se instalaron ascensores rápidos en el Empire State Building, en cuya construcción ya habían sido previstas las necesidades que su instalación conllevaría. El sistema de contrapeso deslizante sin engranajes impulsado por corriente eléctrica proporcionaba la velocidad requerida por los grandes rascacielos: 500 metros por minuto.

ascensor del centro de rehabilitación en el Hospital Popular de Sichuan, en China
Ascensor del centro de rehabilitación en el Hospital Popular de Sichuan, China, para los heridos por el terremoto que sacudió la zona en 2008 y causó casi 90.000 muertos.

Hoy, el edificio más alto del mundo, la Torre Burj Khalifa, 828 m, en Dubái, tiene ascensores Otis que suben la distancia más larga del mundo, 504 metros; el acceso de ascensor situado a mayor altura del mundo, 638 metros, y el ascensor con doble cabina más rápido del mundo, 10 metros por segundo.

Atrapados en el ascensor 

Pero un cubículo –más o menos grande, o noble, o rápido, pero cubículo al fin y al cabo– resulta un espacio idóneo para todo tipo de inimaginables peripecias. Un ascensor es, ante todo, un proveedor de anécdotas. Porque cada día utilizamos ascensores de trabajo, de comercio, de instalación ajena y hostil, de hogar. Y en todos ellos surgen o se esconden conversaciones, tópicas o disparatadas, y silencios, neutros o incómodos. Por breve que sea el recorrido, las fantasías circulan a mayor velocidad que la que el ‘electrodoméstico’ desarrolla. Y entonces se abren las puertas.

panel de botones en el ascensor de Chicago

Panel de botones en el ascensor del edificio de una zona residencial de Chicago.

(Por desgracia, ya no hay ascensoristas: la instalación, a partir de 1957, de un nuevo sistema de apertura automática de puertas acabó con ellos, tan adustos, y ellas, que podían ser tan arrebatadoras como la Shirley MacLaine de 'El apartamento'.)

Y más vale que se abran, y en el lugar previsto, sin sorpresas, porque en caso contrario la ansiedad puede apoderarse muy pronto de quienes no calculaban permanecer más que pocos segundos tan cercanamente rodeados de gente tan decididamente ajena. La historia del diseño de ascensores registra algunos disparates verdaderamente escandalosos, que sin embargo no parece vayan a desaparecer, más aun vista la competición mundial de altura de rascacielos que nos asedia.

El cantante Elvis Presley bromea ante el espejo del ascensor del Warwick
El cantante Elvis Presley bromea ante el espejo del ascensor del Warwick Hotel de Nueva York.

Si bien los primeros ascensores eran lentos –por lo que se añadieron espejos a las paredes, para que los pasajeros se distrajeran y existiera sensación de mayor amplitud–, ahora se llevan exteriores y transparentes, siguiendo modelos de ciencia ficción; mientras que los primeros tenían hasta sofás para subir tres pisos, e incluso se editaban opúsculos para leer en el trayecto, hoy el ascensor más rápido del mundo –que se encuentra en la unidad OB-3 de la Shanghai Tower (China), de 632 metros de altura– es capaz de subir 199 plantas en 53 segundos, a una velocidad máxima de 73,8 kilómetros por hora.

un trabajador llevando una pizza

Un trabajador llevando una pizza.

Hasta hace poco, ese incómodo lapso de tiempo era cruelmente amenizado por la llamada Muzak, esa música incorporada en 1920 y que ha dejado secuelas en varias generaciones de seres ‘ascensorizados’, pero cuya misión cumplen hoy pantallas digitales que desgranan las virtudes de la corporación que perpetró la instalación del artilugio. Quedan, de momento, las luces, imaginativas o vulgares, coloristas o insulsas, que resaltan números y pictogramas y aplazan la claustrofobia, ese trastorno tan vinculado al ascensor como la inquietud que se siente al acceder a cualquiera de ellos.

Fotos: Mario Tama / Getty Images 

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