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Vida de despacho: cómo ha evolucionado el espacio del trabajo

  • Testigos de conversaciones secretas y acuerdos no siempre confesables, los despachos son espacios para la cordura, pero también para la maquinación.
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Sigmund Freud en su despacho de Viena, en 1925 (Foto: Getty Images).

Fueron los Borbones quienes, en el siglo XVIII, dotaron a los despachos de un espacio específico y oficial dentro de los palacios. Cubrieron sus paredes con tapices de mitología bélica y con grandes retratos de antepasados, o de los propios soberanos en pie de guerra, inmortalizados por pintores de corte como Tintoretto, Tiziano, Velázquez o Zurbarán. Una gran mesa solía presidir la sala, exclusiva para el rey; el resto de los mortales –sobre todo los militarse de inferior rango– tenían que acodarse en las mesas auxiliares distribuidas por toda la estancia. Eran excesivos: abundante iconografía religiosa, profusión de lámparas, frescos en los techos y, en el mobiliario, finas marqueterías neoclásicas con aplicaciones en bronce. Era la época del despotismo ilustrado, y los monarcas mostraban un gran interés por las bibliotecas, todavía separadas de los despachos. Grandes estanterías de madera de estilo dórico se elevan sobre zócalos de mármol.

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John F. Kennedy trabajando en el Despacho Oval mientras su hijo, John John, juega en el suelo (Foto: Getty Images).

Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando la revolución industrial da sus primeros pasos, los profesionales liberales y sus despachos se mudan a las fábricas, pero la ostentación queda intacta. Están de moda las 'library tables', unos escritorios que vienen de Inglaterra, diseñados el arquitecto escocés Robert Adam. Se trata de tableros macizos que descansan sobre dos pilares con puertas que simulan cajoneras.

En la habitación, todo gira a su alrededor; por lo demás, en la ornamentación del mobiliario se imita el gusto borbónico con el uso de relieves, se buscan claroscuros en las maderas de caoba, limoncillo o boj. La única innovación son las altas cajoneras y las estanterías para libros que, por fin, logran colarse en los despachos que, en esa época, son lugares oscuros y recargados. El romanticismo ha muerto.

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A la izda., la princesa Isabel de Inglaterra en su despacho de Buckingham Palace, en julio de 1946. A la derecha, Diana de Gales a finales de los años 90. (Getty Images)

Estética y psicología del despacho

La arquitectura de la época presume de ecléctica: combina varios estilos que se mezclan en el interiorismo, aunque los despachos siguen sumidos en la oscuridad de las maderas recias y opacas, muchas de ellas tropicales. Tan sólo la introducción del cristal como elemento arquitectónico, sobre todo en palacios, arroja un poco de luz en los lugares de trabajo, sobre todo de artistas y escritores, los primeros en apreciar la luz natural. A principios del siglo XX, corrientes como el art nouveau o el modernismo despiertan el interés por el diseño, que también llega a los despachos. Artistas como el belga Víctor Horta o el español Antoni Gaudí diseñan muebles, principalmente en hierro y madera de fresno. Inspirados en la naturaleza, plantean mesas macizas con formas arriesgadas, con líneas curvas y asimétricas.

Y llega por fin el art déco, sin duda una tendencia destacada en el interiorismo del despacho, cuyas líneas rectas y quebradas son, todavía hoy, referentes. Nuevos materiales, como el aluminio, el acero inoxidable, la piel de tiburón o de cebra, y las maderas satinadas, se instalan en los despachos de grandes empresarios europeos, que confían en diseñadores y escultores como Maurice Ascalon, Maurice Dufrêne o Jean Dunand. El art déco transformó los despachos en prolongaciones del hogar de su dueño, ambientados con muebles de calidad, de diseño y con firma, cambiando su fisionomía, mientras Europa y Estados Unidos se recuperan de la última Guerra Mundial.

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El Marqués de Casa Torres en el año 1976, en el despacho del homónimo palacio, del siglo XVIII (Foto: Getty Images).

La economía respira, estalla el 'baby-boom'. Se popularizan los muebles de vanguardia diseñados por los grandes nombres de la arquitectura del momento. Se rescatan sofás, sillas o mesas de finales de los años 20 y principios de los 30. Le Corbusier, Frank Lloyd Wright, Joseph Hoffmann o Ludwig Mies van der Rohe, reinan en los despachos. La casa y el despacho se intercambian los muebles. La fusión entre ambos espacios es total: se utiliza el diseño para aportar personalidad al espacio de trabajo y sacar partido del (buen) gusto estético a la hora de negociar, crear o escribir. Es la psicología del despacho: su influencia sobre el que allí trabaja o va de visita. Los materiales cambian en la década de los 50: cuero tratado, aceros y maderas conviven en estas salas, y el cristal y el vidrio surgen como alternativas al roble de las mesas de trabajo. En este momento, nacen firmas hoy consolidadas, como IKEA o Vitra: iconos del diseño de interiores del último siglo.

La luz como escenario 

Llegan los años 60: la televisión llega a ser el vehículo para conquistar consumidores, y los medios de comunicación entran en los despachos más míticos. Emblemáticas son, en este sentido, las imágenes de John F. Kennedy, en el Despacho Oval de la Casa Blanca, trabajando mientras su hijo John John juega escondido bajo el escritorio. El reportaje da la vuelta al mundo. El diseñador Terence Conran abre, en 1964, la primera tienda de la casa británica Habitat, que vende muebles 'para jóvenes', vanguardistas y baratos, que acaban transformando los lugares de trabajo de la generación de los Beatles. Pero los tapizados en piel, tan populares en sofás y despachos de medio mundo, son de la firma italiana Natuzzi.

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El escritor Jean Cocteau en Milly-la-Foret, en 1963. (Getty Images).

La moda de empapelar las paredes, vigente desde los sesenta, aporta calidez y cercanía a la sala de trabajo. En estos años, aparecen también los muebles móviles: una mesa se pliega y se transforma en estantería y una cajonera esconde un televisor. Se impone la mezcla de estilos, y una mesa de cedro del rococó francés puede combinarse con un sillón del polifacético Charles Eames. Tradición y vanguardia coinciden, sobre todo, en residencias oficiales de mandatarios europeos, como el parisino palacio del Elíseo, al que presidentes como Pompidou y Mitterrand agregan muebles contemporáneos.

El despacho es más importante que nunca. También la luz abandona su papel secundario y comienzan a proliferar los despachos con grandes ventanales. A mediados de los 70 comienza a utilizarse el vidrio en gran formato, para crear espacios, y las oficinas lucen paredes transparentes. El plástico y el PVC ya aparecen en sillas o mesas. Los despachos tampoco escapan al consumo de masas y son sometidos al rigor de la fabricación en serie.

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​Candelabro 'Harcourt My Fire' de Philippe Starck, diseñado en 2006.

Ruptura en el diseño 

Durante los años ochenta y noventa, los accesorios para despacho se multiplican, así como las firmas de interiorismo. Ya es habitual recurrir a un diseñador para que se encargue de la decoración. En 1985, Norman Foster diseña la mesa Nomos Desking System, en acero y vidrio, que revoluciona el ahorro de espacio en el trabajo. Esa revolución se extiende al color: rojos, verdes o amarillos se alían con muebles de líneas definidas y sorprendentes para aportar espontaneidad, luz y buen ánimo al despacho y su dueño. Los materiales se reinventan: cerámica, piedra en superficies y mesas, corcho o plástico en accesorios de oficina. Y la tecnología asume su reinado y garantiza el bienestar en el despacho “de firma” del siglo XXI. ¿Los firmantes más demandados? Philippe Starck, Patricia Urquiola, Ronan y Erwan Bouroullec, o Ross Lovegrove.

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