Dentro de dos semanas, la localidad suiza de Davos acogerá uno de los encuentros clave del año político: la reunión anual del Foro Económico Mundial. La fundación –mitad poderoso lobby, mitad influyente think tank–, marca en gran parte la agenda internacional de los años venideros. Y muchas de sus propuestas acaban, tarde o temprano, en los parlamentos.
A medida que se acerca la fecha del encuentro, el Foro publica en su portal un adelanto de las propuestas que se tratarán en la reunión. Y, como no podía ser de otra manera, el futuro del estado del bienestar será uno de los mayores temas de discusión.
A nadie se le escapa que la creciente desigualdad, la globalización, el envejecimiento y los nuevos retos tecnológicos están poniendo en un brete la sostenibilidad de nuestros sistemas sociales. El paro nos amenaza a todos, y nadie tiene claro cómo se va a pagar la factura del actual modelo: ¿son las pensiones y la sanidad universal y gratuita inventos del pasado?
“Parte de la respuesta radica en repensar los sistemas que unen a la sociedad y que cuidan de los afectados por los cambios estructurales”, apunta Minouche Shafik, directora de la London School of Economics en uno de los informes preparatorios del próximo Foro de Davos. “Las sociedades siempre han tenido mecanismos para cuidar a los jóvenes y a los viejos, para distribuir los ingresos durante el ciclo de vida y para atender a los que han pasado por tiempos difíciles, con alguna combinación de apoyo de la familia, las organizaciones comunitarias, el mercado y el Estado”.
En opinión de Shafik, el estado del Bienestar no está acabado, pero si queremos recuperarlo hay que repensar el modelo, empezando por recuperar la progresividad de los sistemas fiscales. “Tenemos la oportunidad de establecer un mejor contrato social, pero esto requiere una investigación seria y un debate público para crear algo que se adapte a las demandas del siglo XXI”, apunta la directora de la London School of Economics. Estas son sus propuestas:
1. Asociar la jubilación a la esperanza de vida
La esperanza de vida ha aumentado a nivel mundial en un promedio de un año cada cinco años desde mediados del siglo pasado. Una persona que se jubila hoy en Japón a los 60 años podría vivir perfectamente hasta los 100 años, pasando un 20% más de tiempo jubilado que trabajando.
Diversas organizaciones, incluido el Foro Económico Mundial que lleva años alertando sobre este asunto, piden que se ajuste la edad de jubilación a la esperanza de vida de cada país, para sustentar una jubilación media de no más de 10 o 15 años. Esto quiere decir que en España, donde nos morimos de media a los 83 años, deberíamos trabajar hasta los 68 o 73 años.
“Esta sería una forma obvia de ampliar la población en edad de trabajar y reducir la presión sobre los presupuestos del Gobierno causada por la creciente demanda de gasto social”, apunta Shafik, que asegura además que también deberían hacerlo los países en desarrollo, aunque tengan una demografía más favorable.
2. Ayudar a los trabajadores a adaptarse a la automatización
Aunque hay una enorme discusión sobre el impacto que la creciente automatización de los trabajos manuales tendrá sobre el empleo, los escenarios solo varían entre “bastante difícil” o “apocalíptico”. Es por esto por lo que Shafik pide que los gobiernos tomen desde ya medidas para paliar el conflicto social que se avecina.
“La única certeza es que la mayoría de los trabajadores tendrán que adaptarse”, asegura la directora de la London School of Economics. “Su capacidad para trabajar y contribuir a la sociedad dependerá de que este ajuste tenga éxito”. Y este pasa por un modelo de “flexiseguridad”, ya explorado en países como Holanda en Dinamarca, y basado en tres principios:
1.Contratos altamente flexibles que permiten a los empleadores adaptarse rápidamente.
2.Una seguridad social generosa con los trabajadores durante las transiciones económicas.
3.Políticas activas en el mercado de trabajo, incluido el aprendizaje permanente integral para ayudar a los trabajadores a encontrar nuevos empleos.
“Bajo este sistema, los sindicatos deben aceptar la seguridad en el empleo, más que la seguridad en el trabajo”, explica Shafik. “Los empleadores deben aceptar que el precio de la flexibilidad pasa por impuestos más altos para pagar un seguro de desempleo generoso, asistencia social y políticas activas en el mercado de trabajo”.
3. Hacer que el trabajo a tiempo parcial sea más sencillo
En los años venideros, muchos aspectos rutinarios de nuestros trabajos serán realizados por máquinas, por lo que todos tendremos que trabajar menos.
“En muchos países, el trabajo a tiempo parcial ha crecido en importancia, pero las políticas no se han adaptado”, apunta Shafik. “Un contraejemplo positivo es el de los Países Bajos, que prohíbe la discriminación contra los trabajadores a tiempo parcial y ajusta la seguridad social y otros derechos proporcionalmente a las horas”.
Como resultado, el 76,6 % de las mujeres y el 26,8 % de los hombres en los Países Bajos trabajan a tiempo parcial, en comparación con alrededor del 20 % en promedio en toda la UE.
4. Hacer del aprendizaje continuo una realidad
El aprendizaje continuo es como un mantra en el entorno empresarial, pero lo cierto es que no se ha promovido un ápice. La formación interna es claramente insuficiente en la mayoría de compañías, casi ningún empleador da facilidades para compaginar el trabajo con los estudios, y no todo el mundo puede permitirse pagar, por ejemplo, un máster.
“Eliminar los límites de edad para acceder a préstamos estudiantiles, como se ha hecho en Reino Unido y EEUU, es un paso positivo”, explica Shafik. Otra opción es subvencionar la formación de los trabajadores adultos.
5. Invertir en prevención y educación en salud
Si hay un sistema social realmente amenazado este es el sanitario. El envejecimiento progresivo de la población y el consiguiente aumento de las enfermedades crónicas (por no hablar del precio de los medicamentos) hace que el gasto sanitario no deje de crecer.
Se lleva décadas hablando de la necesidad de fomentar la prevención y la educación en salud, la única forma de abaratar la factura, pero el sistema sigue enfocado en tratar la enfermedad, no en frenar su aparición.
6. Restaurar la progresividad de los sistemas fiscales
Desde la década de los 80, los sistemas fiscales se han reformado en la mayoría de los países desarrollados para retirar la carga a las rentas más altas, mientras ha aumentado la presión sobre las clases medias. Asimismo, el impuesto de sociedades ha caído en toda la OCDE a la vez que ha aumentado el IVA.
Esto no solo ha contribuido de forma evidente a que aumente la desigualdad, también ha paralizado la movilidad social, y ha reducido la posibilidad de las nuevas generaciones de superar a sus progenitores, lo que ha generado (y generará) no poca conflictividad social.
En definitiva, es necesario aumentar los impuestos a las rentas más altas.
7. Evitar la demagogia
El estado del bienestar se basa en la máxima de que todos los ciudadanos contribuyan, en la medida de sus posibilidades, al bienestar social del conjunto de la población. En realidad, más que un sistema de redistribución de la renta (al que solo se dedica una cuarta parte de los recursos), es una hucha, en la que los adultos que trabajan aportan dinero para financiar la educación de los jóvenes y las pensiones de los viejos.
“No obstante, las conversaciones políticas en torno al estado de bienestar se han centrado más en el ‘ellos y nosotros’”, apunta Shafik. “La derecha política argumenta que hay una mayoría trabajadora que paga y una minoría perezosa que se escabulle. La izquierda utiliza el lenguaje del 1% que manipula el sistema y minimiza las transferencias a los necesitados”.
“Necesitamos un debate público sensato que reconozca la importancia del seguro mutuo, la justicia intergeneracional y nuestras interdependencias mutuas”, concluye la experta. “Necesitamos una discusión sobre ‘nosotros’”.
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