El infierno laboral se parece mucho a ser conductor de Uber en Nueva York

  • Los 80.000 conductores que trabajan para Uber y aplicaciones similares en la Gran Manzana viven aterrorizados por las opiniones negativas
Un conductor de Uber en Nueva York / Scott Beale - Laughing Squid
Un conductor de Uber en Nueva York / Scott Beale - Laughing Squid

De origen nigeriano, Nichodemus Obih tiene 65 años y lleva 30 viviendo en Estados Unidos. Ante la imposibilidad para encontrar trabajo como taxista, apostó por hacerse conductor de Uber. 

Como explica un reportaje de Max Zahn para Money, el nigeriano firmó un plan de arrendamiento de 46 meses en junio para conducir un Toyota Highlander a 510 dólares por semana. La primera semana trabajando para Uber en Nueva York ganó 1.500. Las cuentas salían, y se alegró.

Pero un día, mientras llevaba a una chica por el túnel que une Queens con Manhattan, un camión de UPS se tambaleó frente a su coche, obligándole a dar un fuerte frenazo. El conductor cuenta que, inmediatamente, su pasajera comenzó a escribir en su teléfono. Más tarde recibió un mensaje de Uber informándole de una queja del cliente sobre la falta de seguridad.

Las calificaciones de Uber son siempre anónimas –no es posible afirmar que fuera esta chica en concreto la que se quejó de la conducción de Obih–, pero lo cierto es que, menos de un mes después de alquilar el coche, el conductor se ha quedado sin permiso para trabajar como conductor de la aplicación, debido a sus malas calificaciones. Ahora está yendo a unas clases para poder volver a trabajar para la compañía. Clases que, claro, tienen que pagar de su bolsillo.

Un ejército de conductores precarios

Según un estudio publicado este mes por las asociaciones de taxistas y limusinas de Nueva York, el 90 % de los 80.000 conductores que trabajan en Nueva York para Uber y el resto de las aplicaciones de transporte concertado son inmigrantes; la mitad tienen hijos y financia la mayor parte de las cargas familiares.

Como apunta Money, el caso de Obih es particularmente difícil. Tiene tres hijos adolescentes en Nigeria, dos de los cuales están ingresados en un hospital por malaria. Su padre les ha explicado que tiene dificultades para hacer frente a los pagos del coche, pero aun así tiene que cubrir las facturas médicas.

Obih está molesto porque, en su opinión, ha hecho bien su trabajo, pero poco importa su visión de los hechos, si un cliente se molesta por cualquier cosa puede votarte de forma negativa y arruinarte la vida.

Marcha de conductores de Uber, en EEUU. EFE/archivo
Marcha de conductores de Uber, en EEUU. EFE/archivo

Los pasajeros pueden calificar al conductor de 4 a 5 estrellas, y si la puntuación de un conductor es demasiado baja la aplicación desactiva al trabajador, que no puede volver a trabajar hasta completar un curso como al que ha tenido que asistir Obih y que están avalados por la propia compañía.

El nivel a partir del cual un conductor es expulsado del servicio varía en función de las zonas –a mayor densidad de conductores, más fácil es que te echen–, pero en Nueva York puedes perder tu trabajado con una puntuación inferior a 4,6 sobre 5.

Una clase para aguantar cualquier cosa

En la clase para aprender a conservar siempre una calificación de 5 estrellas los 13 asistentes son inmigrantes, y solo hay una mujer. La lección nada tiene que ver con conducir suave o seguro.

Los conductores reciben unos cuantos consejos obvios –duerme bien, viste bien, limpiar el coche, sonríe…–, pero sobre todo aprenden cómo responder cuando un cliente se ha pasado con el alcohol o es ofensivo, y realizan juegos de rol para aprender a manejar cada situación.

Además, aprenden diversos trucos para mantener a los clientes contentos: ofrecerles siempre agua y caramelos, seguir las indicaciones del pasajero diga lo que diga y abrirle la puerta cuando se llega al destino. Otro consejo: si un pasajero habla con el conductor, incluso si hace preguntas incómodamente personales, el conductor siempre debe responder, pero nunca hablar demasiado.

Por último, el profesor aconseja instalar una cámara en el salpicadero, para demostrar llegado el caso que un cliente ha hecho falsas acusaciones sobre tu forma de conducir. Así es la economía colaborativa.

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