El mito de la meritocracia: cómo se ha maquillado la jerarquía de clases

  • Al avanzar hacia el ideal meritocrático, imaginamos que hemos retirado las antiguas incrustaciones de las jerarquías heredadas. No es cierto
Las clases no han desaparecido. Ni por asomo / Pexels
Las clases no han desaparecido. Ni por asomo / Pexels

En los años sesenta, Michael Young acuñó el término de meritocracia en un mundo dividido por la estructura de clases. A día de hoy el vocablo ha dado muchos giros y en nuestras cabezas se enfrenta a una situación ideal en la que todos tus logros se consiguen a través del mérito para acabar con las jerarquías. Pero, ¿es esto ciertamente real?

Kwame Anthony Appiah, profesor de leyes y filosofía en la Universidad de New York, ha escrito un artículo para 'The Guardian' en el que analiza la meritocracia desde su idealistas inicios.

En la actualidad mantenemos la creencia de que los trabajos no deben ir dirigidos a las personas que tienen buenas conexiones o un apellido determinado, sino a las personas mejor cualificadas para ellos, independientemente de sus antepasados o algún tipo de antecedentes. “Hemos rechazado la vieja sociedad de clases. Al avanzar hacia el ideal meritocrático, imaginamos que hemos retirado las antiguas incrustaciones de las jerarquías heredadas. Pero como Young sabía, esa no es la verdadera historia”, dice Appiah.

La idea de Michael Young

Michael Young fue el director de investigaciones del Partido Laborista durante 5 años. Lo era cuando ganó las elecciones en Gran Bretaña en 1945. Desde un principio luchó por la abolición de la jerarquía de clases y lo que significaba a nivel de estatus social y laboral. Y una vez con el partido en el poder promovió todo tipo de ayudas y mejoras en ese sentido.

“Como resultado, las vidas de la clase obrera inglesa empezaron a cambiar radicalmente a mejor. Los sindicatos y las leyes laborales redujeron las horas de trabajo, aumentando sus posibilidades de ocio. El aumento de los ingresos les permitió comprar televisores y refrigeradores”, cuenta Appiah. Estos esfuerzos de reforma social, protegieron a los trabajadores y permitieron a sus hijos ascender en la jerarquía de cargos e ingresos, Y, de alguna manera, de estado. Pero Young, aunque era consciente de estos logros, también lo era de sus limitaciones.

El gran auge de la educación significo un claro movimiento de clases. Para Young era muy importante también como una forma de hacer que las personas fueran más fuertes como ciudadanos. Se hizo eco de la sensación que le perseguía de que las jerarquías se resistirían a todas estas reformas que estaba ayudando a implementar en la sociedad inglesa.

Fue en su libro 'The Rise of the Meritocracy', una sátira en la que el protagonista es un historiador del año 2033 que trata de hacer un análisis de la vida social británica desde décadas anteriores. En esta historia, la clase dominante se determina a través de méritos con una ecuación: CI (Coeficiente Intelectual) + esfuerzo = mérito. Se trataba de una distopía de características metocráticas.

El caso es que desde que la educación es más accesible, en nuestro presente, la universidad se ha convertido en agresivo estratificador. Un tipo de meritocracia bastante sesgadora.

Michael Young.
Michael Young.

La meritocracia educacional

"La educación ha puesto su sello de aprobación a una minoría y su sello de desaprobación a los muchos que no brillan desde el momento en que son relegados a las clases bajas a la edad de siete años o incluso menos", escribió Young en 2002 a sus 86 años de edad.

"La meritocracia estadounidense", argumenta el profesor de derecho de Yale, Daniel Markovits, "se ha convertido precisamente en lo que se inventó para combatir: un mecanismo para la transmisión dinástica de riqueza y privilegios a través de generaciones". Muchas de las universidades de élite de EEUU tienden a elegir a los grandes herederos por encima que a la gran mayoría de ingresos más bajos.

Algo que hace acrecentar las clases. Pero si hablamos de la clase trabajadora, la meritocracia es más mito que nunca.

Los complejos del trabajador estadounidense

Los estadounidenses, a diferencia de los británicos, no hablan mucho sobre la conciencia de la clase trabajadora; a veces se dice que todos los estadounidenses son, por autoconcepción, clase media. Pero esto no es así.

“En una encuesta del National Opinion Research Center de 2014, más estadounidenses se identificaban como clase trabajadora que como clase media. Los hombres de la clase trabajadora a menudo piensan que los hombres de la clase media y de la clase alta ni son hombres ni merecen”, asegura Appiah. Y aquí está la queja, ellos piensan que los Estados Unidos, en su gran mayoría, son, y ciertamente deberían ser, una sociedad en la que las oportunidades pertenecen a quienes las han ganado, explica.

Tras estos datos es evidente que un nuevo sistema dinástico y jerárquico ha tomado forma. Así que se podía concluir que “la meritocracia ha fallado porque, como muchos se quejan, el sistema no es lo suficientemente meritocrático. Si el talento se capitaliza de manera eficiente solo a niveles de los impuestos más altos, podría concluir que simplemente no hemos logrado el ideal meritocrático”, dice Appiah.

Las clases son más cerradas que nunca. / Pexels
Las clases son más cerradas que nunca. / Pexels

El vaticinio de Young

Para Young, había varios problemas, “en su opinión, un sistema de clase filtrado por la meritocracia seguiría siendo un sistema de clase: implicaría una jerarquía de respeto social, otorgando dignidad a los que están arriba, pero negando respeto y autoestima a aquellos que no heredan los talentos y la capacidad de esfuerzo que, combinados con una educación adecuada, les darían acceso a las ocupaciones más altamente remuneradas”, asegura Appiah.

De hecho, no existe una medida comparativa que permita evaluar si tu vida o la de cualquier otro son mejores. “Young tuvo razón al protestar contra la idea de que ‘las personas podrían clasificarse por orden de valor’. Lo que importa al final no es cómo nos clasificamos contra los demás. Lo que importa es simplemente que hagamos nuestro mejor esfuerzo”, dice Appiah.

Los principios de selección

Pero debido a que habrá un suministro limitado de oportunidades educativas y ocupacionales, tendremos que tener formas de asignarlas. Si estos principios de selección se diseñan razonablemente, podremos decir que las personas que cumplen con los criterios para ingresar en las escuelas u obtener los puestos de trabajo ‘merecen’ esos puestos. Pero este mérito sería entendido como un ‘mérito especial’ que dejaría a los que no consiguieran tales puestos como personas ‘menos dignas’.

Entonces “la capacidad para el trabajo duro es en sí misma, el resultado de la dotación natural y la educación. Ni el talento ni el esfuerzo, las dos cosas que determinarán las recompensas en el mundo de la meritocracia, son en sí algo que se gane”, asegura Appiah.

Pero hay una gran equivocación generalizada cuando negamos no solo el mérito sino también la dignidad a aquellos que la genética y su historia los ha dejado en el peor lado de las recompensas. “Cada niño debe tener acceso a una educación digna, adecuada a sus talentos y sus elecciones. Cada uno debe poder mirarse a sí mismo con respeto. Una mayor democratización de las oportunidades para avanzar es algo que sabemos hacer, incluso cuando el estado de la política actual lo haya hecho cada vez menos probable”, acaba sentenciando Appiah. “Y todas estas medidas para llevarlo a cabo se contemplaban ya en la distopía meritocrática de Michael Young”.

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