La empresaria judía que huyó de los nazis y regaló 30 millones a sus empleados

Stephanie Shirley
Stephanie Shirley
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A menudo, en las TED Talks se cuentan historias vitales de más valor que cualquier éxito en los negocios. Pero si hay una mujer capaz de emocionar con su historia tanto personal como profesional, es Stephanie Shirley, una empresaria de origen judío que tuvo que huir de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, participó activamente de la segunda ola del feminismo, edificó un imperio pionero en el mundo del software, regaló 30 millones a sus empleados y, además, ha sacado fuerzas para crear una fundación dedicada a jóvenes y adultos que padecen autismo. Aunque, quizás, lo más sorprendente es que, a sus 85 años, aún siga dando TED Talks.

Quizás, su mayor logro haya sido emplear a centenares de mujeres con jornadas flexibles antes de que se normalizase la incorporación de la mujer al trabajo. Por eso, permitía a sus empleadas que trabajasen por horas para que tuvieran tiempo para seguir con sus labores en el hogar. "Comencé mi compañía de software desde mi sala de estar con solo 6 libras. Decidí emplear principalmente a mujeres -solo tres de los primeros 300 empleados eran hombres- y operamos completamente con jornadas flexibles para asegurarnos de que pudieran trabajar y criar a sus familias. Pero no lo hacía desde una perspectiva feminista. Solo estaba tratando de hacer nuestra vida laboral más fácil", explicaba en un reciente artículo en 'The Telegraph'.

Corrían los años 60 y su empresa se llamaba Freelance Programmers -'Programadores Autónomos', en castellano-. La apuesta de Stephanie Shirley era tan revolucionaria que tuvo que abrirse paso a base de tesón en un mundo tremendamente patriarcal: "Cuando fundé mi empresa, la gente se reía: se reían de mí y se reían entre sí, y rara vez me decían nada a la cara. Quizás, mirando ahora hacia atrás, me sirvió de combustible: yo era una mujer de 29 años que no había ido a la universidad, que había llegado a Gran Bretaña como refugiada de la Alemania nazi, que era madre de un niño autista, y que trabajaba en tecnología en la década de 1960, como la única mujer. No me gustaba mucho el patronazgo. Ya había tenido suficiente de eso como judía".

Una vida de película

El pasado abril, Shirley reeditó sus memorias bajo el título 'Déjalo marchar: Mi extraordinaria historia, de refugiada a emprendedora y filántropa'. En el libro, que próximamente se convertirá en película, tal y como señala la página web oficial de la empresaria, detalla su huida desde su Dortmund natal hacia Gran Bretaña cuando tenía solo cinco años. Era el año 1939 y los nazis acababan de declarar la guerra al mundo... y a los judíos. Por eso, su madre envió a Shirley y su hermana Renata en tren hasta Liverpool, donde vivieron con una familia de acogida hasta su mayoría de edad. No volvió a ver a sus padres, que lograron sobrevivir al nazismo, hasta muchos años después, "pero nunca volvió a ser lo mismo".

A los 29 años fundó su primera empresa, a pesar de no haber ido a la universidad. Eso sí, Shirley quiso formarse por su cuenta: "Estudié durante seis años, tomé clases nocturnas, [...] logré mi primer puesto en la Oficina de Correos y me cambié a una empresa de tecnología: CDL Ltd, los diseñadores de la computadora ICT 1301 [uno de los primeros ordenadores capaces de almacenar 4.000 palabras] en 1959". Tres años después, fundó Freelance Programmers y, "lentamente, mi negocio comenzó a funcionar, incluso si íbamos contracorriente: en ese momento, en la década de 1960, las mujeres no podían conducir un autobús legalmente ni abrir una cuenta bancaria sin el permiso de su esposo".

Por eso, su idea de vender el software por separado del hardware también resultaba rompedora y, para muchos absurda, "hasta que comenzaron a llegar grandes contratos, como la programación de trenes de carga. Fue mi equipo el que programó la 'caja negra del Concorde'", tal y como explica Shirley con orgullo. Un año después de fundar su primera empresa, tuvo a su primer hijo, que padecía autismo. En los años 60, apenas se empezaba a comprender la complejidad del espectro autista y, ni mucho menos, se había creado aún un sistema educativo especializado y enfocado en los niños con esta patología.

Empresaria y madre de un niño autista

"Los primeros años fueron maravillosos. Luego, a los dos años, Giles dejó de hablar. Nos dijeron que tenía autismo severo, algo de lo que se sabía muy poco en sus primeros años [...]. Giles se volvió cada vez más exigente: para cuando tenía 10 años, las furias violentas e impredecibles eran el pan de cada día. El autismo está marcado por características como la dificultad en la interacción social y la comunicación, aunque es importante tener en cuenta que todas las personas con autismo son diferentes y se ven afectadas por la condición de manera diferente. Giles necesitaba una cantidad cada vez mayor de cuidados, especialmente cuando al final de la pubertad desarrolló epilepsia".¡, apunta Shirley.

"Su estado de ánimo empeoró y necesitaba más atención que nunca. Criarle era, a veces, bastante sombrío y equilibrar esto con un trabajo a tiempo completo era, a veces, demasiado. Comencé a experimentar ataques de pánico y finalmente fui hospitalizada por estrés. Los médicos nos dijeron que la situación de cuidar a Giles en casa se había vuelto insostenible y, cuando tenía 13 años, tuvimos que trasladarlo a un centro", continúa.

"Me siento culpable. Sabía que los niños y los adultos jóvenes como Giles necesitan algo más que gente alrededor. Son muy vulnerables. Y el cuidado no fue lo suficientemente bueno: recuerdo que me dijeron que Giles estaba bebiendo agua del inodoro; de alguna manera esto estaba aceptado y nadie lo impidió hacerlo. Cuando tenía poco más de 20 años, lo traje a casa y decidí llevar el asunto con mis propias manos. En 1986, establecí la Fundación Shirley para ser pionera en proyectos en el campo del autismo", comenta.

Hiizo a 70 personas millonarias tras jubilarse

Además, señala que cuando se jubiló a los 60 años, en 1993, dio la gran mayoría de sus acciones, con un valor de casi 30 millones de libras, al personal de la empresa. "Fue mi mayor acto de filantropía e hice millonarios a 70 empleados en el proceso; es un sentimiento increíble". Paradójicamente, su fortuna apenas disminuyó: "En 1996, a medida que el auge de las puntocom continuaba, mi riqueza había aumentado en millones de libras cada año sin que yo siquiera moviera un dedo. No me importaba ganar dinero como recompensa por trabajar. Pero al no hacer nada después de una vida de 80 horas a la semana trabajando, sentía que esto era ligeramente obsceno".

Por eso, una vez jubilada, Shirley pasó a dedicarse casi por entero a la creación de centros educativos para el espectro autista. "A través de la Fundación Shirley, compramos propiedades y trabajamos en el desarrollo y la gestión de viviendas educativas para jóvenes autistas. No fue sencillo al principio. El edificio del Tribunal del Prior que compramos para una escuela costó 15 millones de libras, más los costes de renovación y pérdidas iniciales, llegó a más de 30 millones de libras". Sin embargo, mereció la pena, ya que hoy la Fundación Shirley es uno de los organismos sin ánimo de lucro más prestigiosos del mundo e, incluso, ha otorgado becas por valor de 50 millones de libras.

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