La ciencia del espacio personal o por qué nos agobia que la gente se acerque tanto

  • De forma inconsciente todos guardamos cierta distancia con los desconocidos, pero hay gente que no tiene problema en pegarse. ¿A qué se debe?
Emmanuel Macron, y su homólogo estadounidense, Donald Trump, en París.
Emmanuel Macron, y su homólogo estadounidense, Donald Trump, en París.

No queda otra, pero montar en el metro a las ocho de la mañana y estar apelotonado no le gusta a nadie. Tampoco que nos abrace un desconocido, se siente alguien a nuestro lado en el autobús habiendo otras plazas libres o nos de la mano Donald Trump durante medio siglo.

Todo el mundo tiene un espacio personal, una zona de protección que heredamos biológicamente y está marcada a fuego en nuestro instinto. Como explica Michael S. A. Graziano, profesor de psicología y neurociencia en la Princeton University, en su nuevo libro The Spaces Between Us (Oxford University Press), siempre estamos luchando por mantener nuestro propio espacio y la forma en que se configura este estructura en gran medida nuestras relaciones sociales, en casa, el trabajo o la lavandería.

Estamos constantemente escogiendo qué distancia personal debemos guardar, pero es algo que no solemos meditar, pues se trata de reglas que están marcadas en nuestra conciencia. Reglas que tienen muy claras casi todos los animales.

La distancia de escape

El primer científico que estudió la forma en que los animales protegen su espacio fue Heini Hediger, que dirigió el Zoo de Zürich en los años 50. Los animales del zoológico tienden a estar cómodos solo si sus jaulas tienen la forma y el tamaño adecuados para formar un territorio protector. Pero cuando estudió animales en la naturaleza, Hediger notó un segundo tipo de espacio “personal”: una pequeña burbuja de espacio adherida al cuerpo que todos protegían. Lo llamó distancia de escape.

Cuando un animal ve que se acerca un peligro potencial –esto es, cualquier cosa que se mueva–, no sale corriendo inmediatamente. El animal, explicó Hediger, parece hacer una evaluación geométrica. Permanece en calma hasta que la amenaza entra en una zona protegida invisible, entonces se larga corriendo (o volando).

Los cocodrilos mantienen un espacio de escape de hasta 50 metros / Pixabay
Los cocodrilos mantienen un espacio de escape de hasta 50 metros / Pixabay

Esa distancia de escape es aparentemente lo suficientemente constante como para medirse y varía, básicamente, en función del tamaño del bicho: cuanto más grande es, más grande es el espacio a partir del cual se considera invadido. Como todos hemos comprado siendo niños, te puedes acercar a una lagartija a unos pocos metros antes de que ponga pies en polvorosa, sin embargo, la distancia de escape de un cocodrilo es de unos 50 metros.

Entre los animales domésticos la distancia, aunque también varía en función del tamaño, es siempre mucho menor, y no suele superar el metro.

Una barrera biológica, pero también cultural

Las investigaciones de Hediger sirvieron al psicólogo americano Edward Hall para explorar el asunto en humanos. En su seminal libro La dimensión oculta (Siglo XXI), publicado en 1966, Hall explica como los humanos, al igual que los cerdos o las gallinas, hemos domesticado nuestro espacio personal, un espacio que, a diferencia de los animales salvajes, modificamos en función de convicciones sociales.

Su libro no estuvo exento de polémica. Hall sugirió que las diferentes culturas tienen diferentes estilos de espacio personal. Por ejemplo, apuntó que los “árabes” tenían un espacio personal pequeño, pues se amontonan unos contra otros cuando hablan, mientras que los británicos tenían un espacio personal expansivo. Esas afirmaciones son puro estereotipo cultural y no resisten el escrutinio científico. Como explica Graziano, el espacio personal parece ser universal, y está inscrito en nuestro código genético.

En lo que se respecta a los tipos de espacio personal Hall no andaba tan errado y, de hecho, es su clasificación la que se sigue usando hoy en día. Hall dividió el espacio alrededor de las personas en cuatro zonas de diferentes tamaños: distancia íntima, distancia personal, distancia social y distancia pública.

La distancia intima solo se justifica, normalmente, en las relaciones románticas / Pixabay
La distancia intima solo se justifica, normalmente, en las relaciones románticas / Pixabay

La distancia íntima solo se permite en la relaciones románticas o sexuales: es aquella en la que hay contacto directo y ni si quiera puedes enfocar al otro debidamente. La distancia personal, de pie al alcance de la mano, es la típica de una conversación amistosa, con gente que ya conocemos. La distancia social, más allá del alcance de la mano, es la apropiada para una reunión de negocios o un conocido casual. La distancia pública puede ser aún mayor: es necesario levantar la voz para ser escuchado.

Desde la publicación del libro de Hall se han hecho decenas de estudios para demostrar su teoría y todos llegan a una conclusión similar y es que el espacio personal se expande en relación con la ansiedad. O, en otras palabras, si empezamos a agobiarnos, necesitamos más espacio. Por el contrario, las personas más confiadas o que se sienten con mayor autoridad–como Donald Trump– tienden a reducir su espacio personal (por lo que, inconscientemente, invaden el de otros).

Nuestra concepción del espacio está cambiando

En la década de los 90, los neurocientíficos hicieron un gran avance en la comprensión del espacio personal con el descubrimiento de una red de neuronas en el cerebro que realiza un seguimiento de los objetos cercanos, y esta red, sabemos hoy, está asociada al comportamiento social: coordina la danza inconsciente y oculta del espacio personal, calculando un margen de seguridad y matizando nuestros movimientos y reacciones.

Y son los cambios en nuestro comportamiento social los que, como explica Graziano en su nuevo libro, están haciendo que cambie nuestra percepción del espacio personal: “Para alguien como yo, un empollón que ha pasado décadas estudiando el espacio personal, no puedo dejar de notar un cambio reciente y radical. A medida que la vida social se desarrolla en línea, el antiguo andamiaje social del espacio físico alrededor del cuerpo humano se vuelve menos relevante. Twitter, Facebook y los mensajes de texto eliminan el marco espacial cara a cara. En cambio, interactuamos como entidades sin forma, paquetes de información en un dominio sin métrica de distancia euclidiana. No todas las interacciones en línea pierden su andamio espacia –los videojuegos inmersivos mantienen una sensación de espacio y distancia–, pero muchas personas pasan una parte apreciable del día en un ciberespacio sin interacciones reales cara a cara. La danza social humana se está reestructurando a un nivel fundamental”.

La ausencia del espacio personal explicaría, por ejemplo, el surgimiento de los trolls de internet: personas que se permiten unas confianzas que jamás expresarían cara a cara. También el mundo del ciberacoso, la lapidación pública y el phishing. Pero no todo es negativo: quizás sin internet las mujeres no habrían reclamado de la misma forma la defensa de su espacio personal.

“A medida que las redes sociales han estado quitando espacio personal a las interacciones humanas, al menos han dado a las mujeres más espacio para ser escuchadas”, concluye Graziano.

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