La razón por la que compartimos nuestra vida en las redes sociales (y no es nueva)

  • Podría parecer que la sobreexposición de la vida privada es un fenómeno moderno, pero siempre ha existido esa pulsión por dar a conocer nuestra vida
Compartir nuestra intimidad no es un fenómeno moderno. / Pexels
Compartir nuestra intimidad no es un fenómeno moderno. / Pexels

Una de las críticas más habituales que se hace a las redes sociales es que fomentan el narcisismo en ciertas personas, que las usan tan solo para compartir su día a día, dar su opinión sobre todo y criticar a quien no piensa como ellos.

Podría parecer que esta sobreexposición de la vida privada es un fenómeno moderno, pero, aunque sus dimensiones son hoy mayores, en realidad siempre ha existido esa pulsión por dar a conocer nuestra vida, al menos a los amigos y familiares.

Como explica Lee Humphreys, profesora de comunicación en la Cornell University, en un interesante artículo publicado en Fast Company, mucho antes de que existieran los teléfonos móviles o incluso la fotografía, los diarios se mantuvieron como una forma de entenderse a uno mismo y al mundo que uno habita. Eran las redes sociales de la época.

Hoy pensamos en la redacción de un diario como una práctica privada, que se oculta al resto de personas. Pero este no era su objetivo.

Una ventana al mundo

Los diarios personales se hicieron populares en Estados Unidos y Europa en los siglos XVIII y XIX. En particular eran las mujeres blancas, las que escribían en ellos sobre sus vidas cotidianas y el mundo que las rodeaba. Al contrario de la imagen que tenemos hoy en día de un diario, las mujeres no vertían en ellos sus pensamientos o deseos más íntimos: eran solo una descripción del mundo que les rodeaba. En ellos contaban lo que sucedía en la casa, lo que habían hecho hoy, quién les venía a visitar, quién nacía, quién moría… En definitiva, un uso no muy distinto al que la mayoría de la gente da a Twitter, Facebook o Instagram.

Los diarios de esta época son una fuente inagotable de información para los historiadores, pues relatan las rutinas cotidianas de la época. Las mujeres no se centraban solo en lo que ocurría en su familia, sino que prestaban atención a todo lo que sucedía en su comunidad.

Estos diarios, además, se compartían con la familia y los amigos. Las mujeres jóvenes que estaban casadas a menudo enviaban los diarios a sus padres como una forma de mantener las relaciones familiares y cuando las visitaban familiares o amigos era habituar leerles o enseñarles el diario. Los padres de finales del siglo XIX acostumbraban también a leer en voz alta los diarios de sus hijos al final del día. “No eran diarios con una cerradura, pensados solo para los ojos de la persona que los escribía, sino un medio para compartir experiencias con otros”, asegura Humphreys.

'Mujer escribiendo cartas', de Albert Edelfelt.
'Mujer escribiendo cartas', de Albert Edelfelt.

Para los usuarios no hay nada nuevo en las redes sociales

Aunque los diarios pueden considerarse una de las primeras herramientas gracias a las que empezamos a compartir nuestra vida con los demás, llevamos siglos utilizando otros soportes para el mismo fin: álbumes de fotos, tablones, diapositivas…

“Juntos, sugieren que llevamos mucho tiempo utilizando distintos medios como una forma de crear rastros de nuestras vidas”, explica Humphreys. “Hacemos esto para comprendernos a nosotros mismos y para ver como cambiar nuestro comportamiento, algo que no podemos hacer cuando vivimos la experiencia”.

La razón por la que narramos nuestra vida en Facebook, Instagram o Twitter es la misma que la que llevaba a las mujeres de la época victoriana a escribir sus diarios: compartir eventos cotidianos y mundanos puede reforzar la conexión social y la intimidad.

“Cuando, por ejemplo, tomas una foto del primer cumpleaños de tu hijo, no es solo un hito de su desarrollo: la foto también refuerza la identidad de la unidad familiar”, explica Humphreys. “El hecho de tomar la foto y compartirla con orgullo reafirma aún más a uno como un padre bueno y atento. En otras palabras, los rastros de los demás en los medios de comunicación figuran en nuestras propias identidades”.

Pero su modelo de negocio es muy distinto

Todo esto no quiere decir que las redes sociales sean exactamente iguales que los diarios. Y su diferencia reside en lo que hay detrás del propio soporte: los diarios se compraban y se usaban libremente, las redes sociales son gratis, pero a cambio estamos brindando nuestra información vital a un puñado de empresas. Por primera vez nuestra intimidad sirve para crear valor en forma de datos.

“Hay una industria multimillonaria que nos arrastra a nuestros smartphones, basándose en la antiquísima necesidad humana de comunicación”, concluye la profesora. “Compartimos nuestras experiencias cotidianas porque nos ayuda a sentirnos conectados con los demás, y siempre ha sido así. La necesidad de estar presente en las redes sociales es mucho más compleja que el simple narcisismo. Los medios sociales de todo tipo no solo permiten que las personas vean sus reflexiones, sino que también sientan sus conexiones”.

La única diferencia es que ahora hay unas pocas empresas ganando mucho dinero por utilizar esta información.

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