Uno de los sueños más recurrentes entre los niños nacidos tras la II Guerra Mundial solía ser convertirse en astronautas y visitar, embelesados por las historietas de ciencia-ficción de la época, a otros seres en mundos remotos e ignotos. La carrera espacial durante la Guerra Fría llegó a obsesionar tanto a EE.UU. que a mediados de los 60 unas 400.000 personas trabajaban directa o indirectamente para el proyecto Apolo de la NASA, al que la Casa Blanca destinaba más de 5.000 millones de dólares anuales -aproximadamente un 1 % del PIB del país en aquella época-.
Pero los tiempos cambian y los sueños también. Una reciente encuesta mostraba que las profesiones que más atraen a los jóvenes españoles hoy en día son las de futbolista, profesora y youtuber. Tal vez la ausencia de misiones interplanetarias desmotive a la juventud para querer convertirse en el próximo Pedro Duque, aunque quizás la razón de que la profesión de astronauta sea tan poco codiciada esté detrás de la nueva carrera espacial privada que se avecina y que provocará que los primeros pasajeros espaciales de la historia sean millonarios que puedan pagarse los billetes que compañías como Virgin o SpaceX ofrezcan, tal y como señala este artículo de The Washington Post.
La externalización de la NASA
Sin embargo, esta situación no es sólo fruto de la ambición de la empresas privadas y sus multimillonarios propietarios: la NASA, en un intento por desmarcarse de la codependencia transnacional que en los últimos años le ha llevado a tener que colaborar con la UE -a través de la ESA- e incluso Rusia, ha decidido externalizar parte de los programas a compañías como Boeing o SpaceX.
Gracias al reciente contrato de 6.800 millones de euros firmado con la agencia espacial, estas dos empresas punteras no sólo aportarán sus conocimientos en ingeniería aeronáutica al sector, sino que también capitalizarán las primeras visitas turísticas al espacio.
En cualquier caso, los pioneros para comandar las primeras misiones externalizadas por la NASA son expilotos militares y veteranos de la agencia seleccionados desde Cabo Cañaveral. Pero, a diferencia de Neil Armstrong y compañía, su condición se reduce a la de meros transportistas, por lo que probablemente jamás trasciendan como aquellos héroes que orbitaron la Tierra cuando sólo los satélites lo habian hecho o que pisaron por primera vez la luna.
El triunfo de la tecnología sobre el valor humano
Como sucede en Star Trek, donde el Enterprise prepondera sobre cualquiera de sus pasajeros -salvo, quizás, el célebre capitán Spock-, las aeronaves diseñadas por Elon Musk y Richard Branson pasen a la historia mientras que sus pilotos se pierdan en el olvido. Algo que ya sucede con las compañías que los llevarán a cabo: SpaceX y Virgin Galactic, junto a la incuestionable innovación tecnológica y algorítmica que traen consigo, ya son más conocidas que los cuatro pilotos seleccionados por la NASA para la primera misión: Robert Behnken, Eric Boe, Doug Hurley y Sunita Williams.
Pero el problema no acaba con el anonimato de los otrora héroes mundiales. Como en cualquier otro ámbito de la vida, la revolución tecnológica hace cada vez más prescindible el factor humano: si en los 60 trabajaban 400.000 personas en la NASA, hoy lo hacen 17.381, según los últimos datos de la agencia. Un número que podría incluso verse aún más reducido en el futuro, ya que las empresas subcontratadas previsiblemente aglutinarán buena parte de la plantilla. El problema es que, incluso externalizando los servicios, el número global de astronautas también se verá mermado, con una automatización progresiva que termine por crear naves inteligentes y autónomas. Como mucho, los astronautas serán entonces conductores.
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