Psicología

Los inesperados beneficios de creer en ovnis, ser conspiranoico o antivacunas

La fe en teorías alejadas de la realidad puede suponer una "narrativa de por vida", capaz de mejorar nuestra salud mental en muchos ámbitos, según el autor Ewan Morrison.

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Los inesperados beneficios de creer en ovnis, ser conspiranoico o antivacunas.
EFE

Probablemente, más de un fiel a Miguel Bosé puso el grito en el cielo cuando el cantante decidió erigirse en portavoz de los antimascarillas -aunque luego no acudiera a la reunión que él mismo convocó- o cuando lanzó su famoso discurso antivacunas para parar al "bicho". De hecho, entre su repertorio de acusaciones se encontraban algunas clásicas falacias del buen conspiranoico: que el 5G es un método para propagar enfermedades, que Bill Gates está detrás del coronavirus, que sus vacunas llevan implementado un microchip capaz de gobernarnos a todos...

Por suerte, la mayoría de estas teorías no han llegado más allá de una serie de acólitos, pero lo cierto es que, ¿a quién hace daño que un señor piense que la Tierra es plana o que un trozo de papel de plata en la cabeza impide que los extraterrestres lean tu pensamiento? A Miguel Bosé, desde luego, no le hace daño. Más bien, todo lo contrario, tal y como reflexiona el escritor escocés Ewan Morrison en este artículo de 'Psychology Today'. Al contrario de lo que se piensa, la fe en teorías alejadas de la realidad puede suponer inesperados beneficios, especialmente para la salud mental.

Para empezar, cabe destacar que todos, absolutamente todos, tenemos creencias propias que no se ajustan necesariamente a la realidad, bien por desconocimiento, bien porque las hemos elegido. El ejemplo más simple es la cuestión religiosa: es imposible demostrar la existencia o inexistencia de un Dios todopoderoso y creador; sin embargo, a pesar de no disponer de datos inequívocos, hay opiniones para todos los gustos, desde el monoteísmo al ateísmo, o los que creen directamente que todos somos almas extraterrestres atrapadas en la Tierra (como la Cienciología). En este sentido, el terreno de las conspiraciones es especialmente fértil, pues también hay mucho donde elegir.

Están quienes siguen pensando que nuestro planeta no es esférico porque el horizonte es plano, quienes creen que el hombre no llegó a la luna y fue un montaje, quienes consideran que el 11-S fue una operación de bandera falsa del Gobierno de EEUU para tener carta blanca para atacar Irak. En España, uno de los mayores bulos de la historia perdura hasta nuestros días: que ETA y no los yihadistas estuvo detrás del 11-M. Por eso, no es de extrañar que tanta gente en todo el mundo tenga alguna que otra teoría conspiranoica en la cabeza.

Algunos datos interesantes sobre nuestro país. En 2007, tres años después de los actos terroristas y tras el juicio que lo descartó, el porcentaje de españoles que pensaban que ETA cometió los atentados del 11-M era del 23%; en octubre de 2020, ese porcentaje solo ha bajado hasta el 20%, el mismo volumen de personas que creen que ETA sigue estando activa, a pesar de haber abandonado las armas en 2011. En cuestiones científicas, los españoles somos aún más conspiranoicos: un tercio de la población cree que la Tierra gira alrededor y no al revés, y hasta diciembre de 2020, solo un 40% de los españoles quería vacunarse contra la Covid. Ahora, ese porcentaje es del 80%. Pero, ¿por qué?

Una "narrativa de por vida"

Morrison destaca que la mayoría de los terapeutas existenciales enfatizan la importancia de encontrar y apegarse a una narrativa de vida para gozar de una buena salud mental. Y cita al conocido neurólogo Viktor Frankl, quien, parafraseando a Nietzsche, dijo en una ocasión: "El que tiene un 'por qué' puede sobrevivir a cualquier 'cómo'". Su caso es particularmente elocuente en este sentido: judío preso en Auschwitz y Dachau entre 1942 y 1945, en 'El hombre en busca de sentido' narra sus vivencias en los campos y cómo se puede en tales circunstancias dotar de un sentido a la vida. En ese terreno es donde entra en juego tener una "narrativa de por vida", incluso aunque sea equivocada o no sujeta a la realidad.

Por eso, Morrison ve un paralelismo entre ser cospiranoico y tener creencias profundas que le den sentido a la vida. Y cita el caso de su propio padre: "Era un hombre bueno, cariñoso pero vulnerable, y una cosa que le dio concentración y fuerza fue una teoría de la conspiración según la cual vivía. Su teoría era que el estado británico había conspirado para mantener bajo subyugación a Escocia con el fin de explotar sus recursos petroleros y que el referéndum de independencia de 1979 había sido 'amañado' para asegurar que Escocia votara por el 'no'. Creía que los separatistas radicales como él estaban bajo vigilancia telefónica del MI5 (decía que podía oír un clic en la línea); que el gobierno del Reino Unido estaba conspirando para que perdiera su trabajo".

"Posiblemente, podríamos decir que esta teoría de la conspiración fue sintomática de sus problemas de salud mental. Las fobias de persecución son comunes entre las personas que han experimentado un trauma infantil. Pero aquí es donde, diría yo, obtuvo un beneficio de su teoría de la conspiración. Quizás uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos en el mundo moderno es orientarnos con 'narrativas de vida' o 'razones para vivir'. Las personas con depresión se quejan muy a menudo de que 'no hay razón para nada'", añade Morrison. La razón para vivir de su padre fue, precisamente, esa manía persecutoria que padecía.

"Hoy en día, muchos experimentan esa sensación de esa 'anomia' diagnosticada por Durkheim, una sensación de que estamos desarraigados, con poca orientación moral o normas a seguir. Una sensación también de que somos engranajes en una rueda, cuerpos desechables. Que lo que hacemos en la vida realmente no importa. Estamos alienados el uno del otro y de los objetivos importantes de la vida. Muchos de nosotros pasamos de una meta a corto plazo a la siguiente, sin la sensación de una narrativa vital más grande, y mantenemos a raya la sensación de inutilidad con soluciones a corto plazo. Este estado de 'modernidad líquida' fue bien diagnosticado por Zygmunt Bauman, y creo que esta sensación de 'vivir sin una trama' es una de las razones del aumento de la depresión en el mundo moderno, especialmente entre los jóvenes", apunta Morrison.

En este sentido, considera que su padre "había reemplazado la explicación del universo que le había dado su madre, devotamente cristiana, con su propia teoría de la conspiración. Había experimentado un colapso después de perder su fe cristiana y su nueva creencia le permitió establecer metas vitales en consecuencia: él y sus camaradas trabajarían para derrocar el dominio británico en Escocia. Su teoría de la conspiración también le dio una visión en la que todo lo que sucedía en el mundo estaba vinculado a la narrativa principal. Todo eran evidencias".

"Estaba, por supuesto, atrapado en el sesgo de confirmación, la falsificación y el razonamiento circular, usando cada pedacito de 'evidencia' para apuntalar su gran teoría de la conspiración. Pero aquello le daba energías. Muchos de nosotros hoy estamos abrumados por las noticias y los medios digitales, desconcertados, y esto nos lleva a una sensación de impotencia. No era así para mi padre: cada noticia respaldaba su teoría de la conspiración. ¿Las líneas eléctricas no funcionaban o los pescadores no tenían empleo? Todo era parte de una conspiración del malvado Estado británico", explica Morrison. Y, aunque nada tuviera mucho sentido, "le encantaba gritarle a la televisión: '¡Te lo dije! ¿Ves?'".

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