18 años de guerra y urnas en Afganistán que no han acabado con el terrorismo

  • Este sábado se celebran los comicios con 15 aspirantes y en los que el actual presidente, Ashraf Ghani, es el máximo favorito.
Cartel anunciando las elecciones en Afganistán
Cartel anunciando las elecciones en Afganistán
EFE

En 2001, tras el 11-S, George W. Bush empleó toda la fuerza militar de EEUU para llevar a cabo una guerra relámpago en Afganistán. El régimen talibán cayó en solo dos meses tras la invasión estadounidense de la exrepública ocupada durante los 80 por la URSS, pero la guerra nunca lo acabó. En las elecciones generales que se celebran este sábado, el país cumple 18 años de conflicto inacabado, convirtiéndolo en el más largo de la historia de Estados Unidos (incluso más que el de Vietnam). Y, según todos los pronósticos, no finalizará con la derrota insurgente sino con un acuerdo de paz.

Y es que, tras casi dos décadas de conflicto, el Gobierno de Kabul controla el 54% del territorio afgano, mientras que los insurgentes dominan un 12% y el restante 34% está en disputa. El conflicto es de tal magnitud que solo en las últimas semanas más de un centenar de civiles han muerto en ataques terroristas  y, de hecho, esta misma semana los talibanes han ordenado a sus seguidores que pongan en marcha todas las medidas a su alcance para impedir la celebración de las elecciones presidenciales este sábado, una cita con las urnas que llega tras el fracaso de las conversaciones de paz con Estados Unidos. Por eso, la gran pregunta es: ¿por qué los talibanes no han sido derrotados?

Afganistán sólo ha conocido la guerra durante los últimos 40 años. Primero con la ocupación soviética del país en 1979 que buscaba apoyar el régimen comunista implantado en la nación asiática y que finalizó con la derrota y retirada estrepitosa de las tropas soviéticas en 1989. Los muyahidines, o combatientes por la yihad, se habían enfrentado a los soviéticos en plena Guerra Fría con el apoyo indirecto de occidente a través de Pakistán. El régimen comunista dio paso a una cruenta guerra civil en la que se enfrentaron diferentes facciones muyahidines por el control del Estado.

En este contexto de caos surgió en la década de 1990 el movimiento talibán ("estudiantes", en lengua pashto), integrado por alumnos de las madrasas o escuelas coránicas de Pakistán en las que estudiaban los refugiados de la guerra civil afgana, y que se originó en las zonas de etnia pastún del sur de Afganistán. Los talibanes tomaron Kabul en septiembre de 1996 y llegaron a dominar el 90% del país dos años después, imponiendo su interpretación rigorista de las leyes islámicas, además de acoger a la red terrorista Al Qaeda del multimillonario saudí Osama bin Laden.

El resto, como se suele decir, es historia: el régimen talibán rechazó en 2001 entregar a los responsables de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, por lo que Estados Unidos, con el apoyo de grupos afganos opuestos a los talibanes, derrocó en diciembre de 2001 al régimen talibán. Tras el derrocamiento, la cúpula insurgente pasó a establecerse en la ciudad de Quetta y sus alrededores, en la conflictiva provincia suroccidental paquistaní de Baluchistán, bajo el supuesto beneplácito y protección del Gobierno de Pakistán.

El Gobierno afgano y Estados Unidos han acusado con insistencia a Pakistán de entrenar y financiar a los talibanes, algo que Islamabad siempre ha negado. La presión internacional sobre el Gobierno paquistaní es clave para lograr que Pakistán convenza a los talibanes de que se sienten a la mesa de negociación con el Gobierno afgano para poner fin a casi 19 años de guerra. Tras nueve rondas de conversaciones en Doha, Estados Unidos y los talibanes llegaron a redactar un borrador de acuerdo para la retirada gradual de las tropas estadounidenses del país, un proceso que fue suspendido por Trump este mes tras un atentado insurgente en Kabul.

Dentro del estricto sistema moral vigente durante el régimen talibán (1996-2001), los insurgentes justificaron el cultivo de opio porque, según ellos, era consumido por los "infieles" en Occidente y no por musulmanes, convirtiéndose así en unas de sus principales fuentes de financiación. Con el derrocamiento de los insurgentes, el cultivo de opio en Afganistán, el mayor productor del mundo, continuó en las áreas controladas por los talibanes. Así, en 2017 el cultivo de opio en Afganistán creció un 87% hasta alcanzar unas 9.000 toneladas anuales, una cifra récord que se vio acompañada por un incremento del 63% del terreno dedicado al cultivo de adormidera, según datos del Gobierno afgano y de la ONU.

Y esta es una de las causas principales de que la guerra en Afganistán no cese: de la venta de droga los talibanes obtienen anualmente unos 200 millones de dólares, una cantidad, según Estados Unidos, superior a la que necesitan los insurgentes para cubrir los gastos de su guerra contra las tropas internacionales y locales. Un aspecto fundamental para entender el apoyo que reciben los talibanes en Afganistán es que se trata de un grupo identificado con una sola etnia, la pastún, que representa al 42% de la población afgana, frente al 27% de tayikos, o el 9% de hazaras y uzbecos, entre otros.

Esta identificación con los pastunes se vio reflejada durante el régimen talibán, cuando la casi totalidad de los puestos de responsabilidad los ocupaban miembros de esta etnia, mayoritaria en el sur y este de Afganistán. En el resto del país, sin embargo, las etnias dominantes son otras, como la tayika. En esas zonas los talibanes se han ganado el apoyo de la explotada minoría pastún, lo que les ha permitido controlar ciertos territorios.

A pesar de los importantes avances alcanzados en Afganistán en materia de derechos humanos, sobre todo en aspectos relacionados con la mujer, el país continúa siendo uno de los más pobres y menos desarrollados del mundo. Esta situación ha generado un gran hartazgo entre la población, que ve cómo se pierden los miles de millones de dólares que invierte la comunidad internacional.

La semana pasada, sin ir más lejos, el Gobierno estadounidense anunciaba que debido a la "corrupción y la malversación financiera" devolvía a sus arcas 160 millones de dólares que iban a ser destinados a un proyecto de infraestructura energética y a un comité de evaluación en Afganistán. Según los últimos datos de la ONG Transparencia Internacional, Afganistán ocupa el puesto 172 de 180 de los más corruptos del mundo.

Para estas elecciones, en las que se presentan 15 aspirantes y el actual presidente, Ashraf Ghani, es el máximo favorito, se ha preparado un contingente de 72.000 miembros de las fuerzas de seguridad que están desplegados en todo el país y cuya misión es limpiar las zonas más conflictivas de insurgentes. Según un informe especial de Naciones Unidas, durante las elecciones parlamentarias celebradas en octubre del año pasado los talibanes llevaron a cabo 108 ataques contra votantes y centros de votación. Al menos 56 civiles murieron y 379 resultaron heridos a lo largo de todo el país, el número más alto en las cuatro elecciones celebradas en Afganistán desde la invasión estadounidense en 2001.

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