Adiós a la paz del desierto egipcio

  • Un millón de turistas patean cada año las dunas de los desiertos egipcios. El ministro de Turismo egipcio estudia limitar el número de turistas que acceden a estos lugares porque los daños podrían ser irreversibles a largo plazo.  “Hace 50 años esto era tranquilo y silencioso”, diceun lugareño. “Ahora esto empieza a parecerse a El Cairo. Está lleno de gente y es ruidoso”.
Jon Jensen | GlobalPost

(BAWATI, Egipto). El pico azotado por el viento de la Montaña Negra podría ser el sitio perfecto para disfrutar de una puesta de sol. Habitualmente en silencio y aislado del resto del mundo, esta estrecha cadena montañosa mira desde lo alto al oasis de Bahariya, una exuberante cuenca llena de palmeras en medio del remoto Desierto Occidental de Egipto.

Pero a diario, minutos antes de que el sol se esconda tras el horizonte, autobuses y todoterrenos repletos de turistas llegan hasta la cumbre de la estéril montaña. De repente, la tranquilidad se convierte en un ruidoso revoltijo de idiomas, con los turistas sacando fotografías y  lanzando piedras al infinito antes de salir corriendo hacia la nueva parada del tour guiado por el oasis.

El ecoturismo está comenzando a despegar en Egipto, impulsando una economía ya bastante dependiente de los ingresos turísticos. Bahariya se encuentra entre esos destinos cada vez más populares por sus inmaculado entorno natural.

No obstante, Egipto está descubriendo paralelamente la necesidad de equilibrar medio ambiente y desarrollo. Cada vez hay más preocupación ante el hecho de que el turismo pueda estar pasando una factura demasiado alta a los frágiles ecosistemas del país, hasta el punto de ponerlos en peligro.

El debate sobre el ecoturismo está vivo incluso en las polvorientas calles de Bawati, el núcleo urbano más grande de Bahariya.

Ali Abdel Salem, de 58 años, lleva viviendo toda la vida en Bawati y guarda buenos recuerdos de los días en que todavía no existía una carretera asfaltada entre el oasis y El Cairo. Un viaje a la capital que antes llevaba cinco días, ahora tan solo ocupa cinco horas.

 “Hace 50 años Bahariya era tranquilo y silencioso”, dice Abdel Salem. “Ahora esto empieza a parecerse a El Cairo. Está lleno de gente y es ruidoso”.

El oasis de Bahariya, otrora un bullicioso núcleo agrícola del imperio romano, es ahora uno de los sitios de paso y de avituallamiento preferidos de los turistas antes de adentrarse en el desierto. Unos antiguos templos recientemente descubiertos, en un marco natural asombroso, son otra de las razones por las que está aumentando el número de viajeros en la zona.

En los últimos años el número de visitantes en Bahariya ha aumentado tanto que un tercio de los casi 40.000 habitantes del oasis viven ahora del turismo. Durante la última década, el desempleo fue decreciendo a medida que el número de hoteles en la zona se multiplicaba un 500 por ciento, según la oficina de turismo local.

 “Bahariya puede que esté cambiando, pero necesitamos todavía más turistas si queremos sobrevivir”, asegura Assam Tawkif, un sastre que vende carpas, almohadas y sacos de dormir a las empresas de safari. “El gobierno debería de estar promocionando Bahariya para atraer a más gente aquí”, se lamenta.

Aunque la mayor parte de los 11 millones de extranjeros que visitan Egipto se encaminan directamente a ver las ruinas milenarias y las playas del Mar Rojo, casi un 10 por ciento de los viajeros llegan en busca del desierto y los oasis, según datos de su Ministerio de Turismo.

Como respuesta al creciente número de visitantes “verdes”, a lo largo de todo Egipto han ido surgiendo en los últimos años establecimientos hoteleros de filosofía ecosostenible. 

Tamer El Sayed abrió en 2005 el primer eco-hotel de Bahariya: Qasr el Bawity, un esmerado alojamiento de 34 habitaciones a las afueras del pueblo. El hotel está construido totalmente con materiales de la zona, emplea personal beduino y convierte parte de la basura reciclada en fertilizante para los palmerales del oasis.

 “Creo que se lo debemos al medio ambiente”, dice El Sayed. “No solo queremos aprovechar el entorno natural; queremos devolverle lo que podamos”.

Pero comprometido con la naturaleza o no, El Sayed está preocupado porque a medida que se continúa impulsando el aumento del turismo en la región la huella que se deja en el entono continúa creciendo.

En ningún otro lugar el daño potencial es más evidente que en el Desierto Blanco, a escasos kilómetros al sur de Bahariya. Este desierto lunar es popular entre los campistas, que instalan sus tiendas sobre los salientes de roca color crema.

El Desierto Blanco es quizás la joya de la corona de los safaris naturales por Egipto, pero al estar escasamente protegido está literalmente cubierto de los restos de viejas hogueras y basura.

 “La gente acampa y no limpia cuando se va. Dejan bolsas de plástico, papel y latas vacías”, denuncia Dina Mahmoud, una guía turística con base en El Cairo que organiza una patrulla de limpieza anual en el Desierto Blanco. El año pasado, el grupo reunido por Mahmoud logró recoger más de cuatro toneladas de basura dejada por los viajeros.

El gobierno egipcio comenzó a tomar medias al respecto en 2002, declarando el Desierto Blanco parque nacional y anunciando duras multas a quienes lo contaminan con basura.

El año pasado el gobierno fue un paso más allá y comenzó a cobrar por entrar en el parque y a designar unos caminos determinados para los excursionistas, a fin de proteger las quebradizas rocas blancas del desierto.

Mahmoud El Kaissouni, asesor en materia medioambiental del ministro de Turismo egipcio, aboga por limitar el número de turistas que acceden al parque cada día. “Menos turismo en nuestro frágil desierto es mejor para nosotros a la larga”, sostiene.

Pero El Kaissouni admite que la supervivencia a largo plazo del entorno tan solo se logrará con la aplicación efectiva de la ley, que en el Desierto Blanco es bastante endeble.

Los guías a menudo introducen a los turistas en el parque por acceso no permitidos, conduciendo por encima de las rocas y saltándose tanto el pago de entrada como el control de los guardas.

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