El inmenso coste de las guerras

Afganistán, la tumba de los imperios que humilló a EEUU y aplastó a la URSS

El país se ha resistido ferozmente durante estos dos últimos siglos al dominio de las potencias extranjeras.  Ahora, algo está cambiando en el orden mundial y tanto chinos como rusos sacan pecho ante la OTAN

Los últimos supervivientes del 44º de Infantería resisten en la colina Gandamak, Afganistán
Los últimos supervivientes del 44º de Infantería resisten en la colina Gandamak, Afganistán
Portada del libro «El retorno de un rey» (Desperta Ferro)

Suenan ecos de la primera guerra anglo-afgana a las puertas del 20º aniversario de los atentados a las Torres Gemelas (2001) y la celebración de la independencia de Afganistán (1919). Tras la retirada de las tropas internacionales de Afganistán y el regreso al poder de los talibán, el deseo general es que esta vez la evacuación sea pacífica de verdad, y no se repita aquel enero del 1842, cuando británicos y afganos habían pactado las condiciones de evacuación y solo un mes más tarde los cadáveres del ejercito del Indo y de insurgentes caían en las montañas de Khor, Kabul y Jagdalak, convertidas en mortales ratoneras, mientras los últimos supervivientes eran masacrados en Gandamak. Los guerrilleros asiáticos tenían 'pedigrí' y llegaron a comerse un entero ejército de atildados hijos de los Anglos hasta dejar uno solo vivo para testimoniar la historia de tan humillante derrota. Las llamadas Guerras Afganas fueron la tumba de la arrogancia anglo, pero estos tampoco es que se las gastaran con paños calientes.

Entre mayo y agosto de 1919, se vivió una breve tercera guerra. Los ingleses volvieron, quizá por venganza en ese momento, pero sobre todo para delimitar en el mapa el poder anglosajón que posteriormente sería la desgracia del conjunto del país afgano. El enfrentamiento finalizó con el Tratado de Rawalpindi (8 de agosto de 1919), por el que se reconoció la independencia y la línea Durand, establecida el 12 de noviembre de 1893, como frontera internacional entre la India británica y el emirato. La voracidad colonialista del siglo XIX y parte del XX dejaba al país afgano dividido tanto su geografía como a sus tribus por la línea arbitraria y fronteriza.

Los conflictos se han sucedido desde entonces continuamente, la lucha por la independencia con explosiones violentas y armadas, con el objetivo permanente de modificar la frontera de 1893, herencia anacrónica del poderío inglés. El país afgano se ha resistido ferozmente durante estos dos últimos siglos al dominio de las potencias extranjeras. La invasión soviética de 1979  que intentaba apuntalar a sus aliados en el Gobierno afgano, tampoco fue tolerada por una generación de afganos que declararon una guerra santa, para la cual contaron con el amplio apoyo, financiamiento y entrenamiento de EEUU, Pakistán y Arabia Saudita.

Una vez retiradas las tropas de la Unión de Repúblicas Soviéticas en 1989, ni siquiera los nacionalistas afganos de la zona pakistaní tenían interés en ser súbditos de cualquier imperialismo occidental. Los afganos, especialmente la etnia Pastún, son uno de estos pueblos que encarnan lo más puro de su propia identidad. Aunque los afganos conocían su clan y sus tribus -unas 385- y sabían remontar su árbol genealógico hasta aquel antepasado que hace quince siglos se hizo musulmán, Kabul se colapsó desbastado por 10 años de guerra contra los soviéticos y varias y amargas guerras civiles para hacerse con la hegemonía del poder. Hasta que en 1996 los talibanes entran en la capital (el movimiento autodenominado “estudiantes religiosos” apareció en Afganistán en 1994) y dotados de un gran arsenal militar se apoderaron de Kabul, imponiendo su restrictiva ley Islámica.

El inmenso coste de las guerras

Durante los siglos XX y el XXI se han sostenido varias guerras intervencionistas cuyas consecuencias ya no se cuentan solo en términos de muertes o destrucción, también en sus secuelas a largo plazo, caídas de imperios incluidas. Estados Unidos ha mantenido las dos guerras más largas de su historia, Vietnam -20 años, tomando 1954 con la salida de los franceses y la llegada de los primeros asesores americanos a Vietnam del Sur- y Afganistán -otros 20 años de conflicto, primera batalla del siglo XXI, iniciada poco después de los ataques terroristas a las Torres Gemelas-que acabaron del mismo modo: con la retirada negociada de las tropas estadounidenses. 

Desde 2001, alrededor de un millón de hombres y mujeres estadounidenses han servido en Afganistán; más de 2.400 de ellos han perdido la vida, junto con otros 1.100 miembros de la OTAN y diversos aliados de la coalición. La gran pérdida humana se suma a un gasto de 2 billones de dólares, que en su desglose destina 800.000 millones en costes directos de la guerra y 85.000 millones para entrenar a las fuerzas afganas. Según el último informe del Inspector General Especial estadounidense para la Reconstrucción de Afganistán (SIGAR) presentado al Congreso, los sistemas avanzados de armas, vehículos y logística utilizados por los militares occidentales "estaban más allá de las capacidades de la fuerza afgana, en gran parte analfabeta y sin educación".

Queda por sumar las partidas destinadas a reconstrucción, intereses bancarios y pagas a los veteranos. En los 144.000 millones de dólares destinado a contratistas privados y ONG, consta, entre otros, el objetivo de combatir el tráfico de drogas. Afganistán produce el 80% de opio y heroína del mundo, una de las principales fuentes de ingresos de los talibanes.

¿Y ahora qué?

Con el acuerdo Doha, del 29 de febrero de 2020, firmado por la Administración Trump y los talibanes y en el que no se habla sobre el cumplimiento de Derechos Humanos ni obliga a los talibán a ello, se fijó el calendario para la retirada de las tropas estadounidenses en un plazo de 14 meses. EEUU se comprometía a levantar las sanciones impuestas sobre los líderes talibanes.

La promesa de Biden de que en abril las tropas estadounidenses y de la OTAN se retirarían, no hacía prever la velocidad de los rápidos avances de los talibanes, lo que ha propiciado la sensación en Moscú de que la historia puede estar a punto de repetirse y así frotarse las manos junto a China. Rusia al fin podrá abrirse paso hacia el Mediterráneo, aunque muchos expertos en seguridad rusos sostienen que las circunstancias son muy diferentes a las de hace 30 años. Curiosamente, tanto chinos como rusos ya han reconocido el Gobierno talibán y Pekín incluso ha iniciado conversaciones con los insurgentes. Está claro que algo está cambiando en el orden mundial y tanto asiáticos como rusos sacan pecho ante la OTAN, a sabiendas que la riqueza del subsuelo afgano alberga materiales cruciales que serán imprescindibles en industrias del futuro como la energía eólica o los vehículos eléctricos.

Ciertamente da la impresión que los estadounidenses podrían tener la intención de olvidarse de Afganistán y esto puede interpretarse como que es el momento de otros, del relevo. También olvidó a Vietnam, después de creer en el efecto domino según su presidente y militar de turno Eisenhower, y de la humillación posterior de los que quedaron vivos, tanto de un lado como de otro.

Puede ser que la mayor potencia del mundo, EEUU, quiera demostrar al mundo que después del ingente gasto humano y económico durante dos décadas de guerra haya llegado a la conclusión que el pueblo afgano -más la orografía y su propia antropología- suman una fortaleza bélica prácticamente imposible de conquistar (ya fue la pesadilla del mismísimo Alejandro Magno). 

Al talibán no le hace falta la disciplina militar de occidente, sencillamente es fiel a su causa, no cuestiona la autoridad de sus jefes, aunque esta sea anacrónica, sanguinaria y altamente represora de los derechos humanos fundamentales. Una cuestión vital que pone el foco sobre la abrupta retirada de miles de efectivos estadounidenses en menos de ocho días, dejando en una incierta situación al pueblo afgano y permitiendo sin ninguna resistencia que “estudiantes religiosos” sean de nuevo los amos y señores de Afganistán.

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