Amigos de alquiler para las bodas niponas

  • Es una tarde de sábado en la capital japonesa. El lugar es una imitación de una ciudad europea. Un grupo de japonesas con pestañas postizas piden un cappuccino en un café francés –también de imitación- y observan una boda de verdad. Una pareja de japoneses vestidos de occidentales están a punto de casarse en una capilla con aires europeos, otra imitación. El cura también es occidental, falso, obviamente. En todo Japón han comenzado a aparecer ‘parques’ con temática europea. Y hasta los amigos que acudan a la ceremonia pueden ser falsos.
Iva Skoch | GlobalPost

(Tokio, Japón). Existe la villa alemana de Tokio, el pueblo holandés de Nagasaki o la villa española de Shima. El lugar donde nos encontramos, la villa de las bodas de Partire Bay se encuentra en medio de Odaiba, una isla artificial creada en la bahía de Tokio. Está cerca de una réplica de la estatua de la Libertad y del Fort Venus, un centro comercial con inspiración veneciana, construido con el estilo arquitectónico de Las Vegas.

Los alrededores, donde hay una pintoresca plaza con una fuente y un mimo, se supone que recrean una calle europea. Muchos jóvenes japoneses piensan que es el lugar ideal para organizar una boda occidental. Y funciona.

Los sábados, la villa de las bodas de Partire Bay realiza hasta ocho ceremonias.“Es bonito y parece Europa”, afirma Momoko Yamazaki, una de las jóvenes a la que le gustaría casarse allí el próximo año. “Es perfecto”. Y lo es. Los adoquines tienen una simetría perfecta. Las fachadas de los edificios se ven impecables. Las flores en las ventanas siempre se ven frescas y no necesitan agua. Los camareros del café francés son sorprendentemente agradables. Es como Europa, pero mucho más perfecto.

Los baños en Japón tienen un botón que imita el sonido de tirar de la cadena. Los platos de comida que se ven en las ventanas de los restaurantes también son de plástico y reproducen las gambas una por una con un detalle increíble.El domo Japan Ocean, una playa ‘de interior’ tiene peces artificiales y arena de mármol. También alberga un volcán falso que hace erupción a cada hora.

En Kioto, un café reproduce tan bien la caída de las flores de los cerezos que prácticamente no hace falta ver el original. En el libro “Dogs and Demons: Tales from the Dark Side of Japan” (“Perros y demonios: cuentos del lado oscuro de Japón”), Alex Karr argumenta que la noción de modernidad de Japón tiene su arraigo en los años 60, en conceptos que ya han sido abandonados por la mayoría de las sociedades desarrolladas. Por ejemplo, la idea de que las cosas hechas por el hombre son siempre mejores que las auténticas o naturales porque el hombre las puede hacer con más detalle, más limpias, en resumen, más perfectas.

El negocio de las bodas, un sector que vive de la ilusión de lo perfecto, probablemente es el que mejor ha aprovechado esta tendencia de la sociedad japonesa. Office Agents, una empresa de Tokio, ofrece amigos y personas ‘de alquiler’ para aquellos que temen que no vayan a tener suficientes invitados. Estos ‘amigos’ pueden hacerse pasar por ejecutivos, ex amantes o clientes importantes, por un precio de 163 euros por evento.

Las agencias que ofrecen occidentales para actuar de sacerdotes tienen una enorme demanda en todo el país. Decenas de gaijin (extranjeros) que trabajan como profesores de inglés complementan sus ingresos realizando bodas.

Adam es uno de ellos. Prefiere no dar su apellido porque sabe que es un tema sensible para la comunidad cristiana local. Es estadounidense y vive fuera de Tokio. Casa a cuatro parejas por semana. No sabe exactamente lo que la agencia le dice a los clientes, pero sospecha que muchas parejas no saben que en realidad no es sacerdote. Pero cree que aunque supieran, les daría igual. Lo que realmente importa es que él haga el papel de “occidental”.

“Tengo la teoría de que esto es como el efecto de Disneylandia”, afirma Adam, en un café de Yokohama, con la sotana y el resto de su indumentaria en un bolso. “A la mayoría de los japoneses les encanta ir a Disneylandia”. Tanto Disneylandia Tokio como las bodas occidentales apelan a la misma fantasía romántica, afirma.

Según Yu Moriyama, experto en marketing, de Osaka, a los japoneses les encanta la fantasía y soñar que viven en un mundo perfectamente romántico. “Ven fotos preciosas –manipuladas- de Europa en revistas o Internet y crean su propio mundo de fantasía mirando las imágenes”, añade Moriyama. “Y a veces regresan desilusionados cuando tienen la posibilidad de visitar el país y ven la realidad”.

Este duro estado de desilusión, conocido como el “síndrome de París”, un término acuñado por Hiroaki Ota, un psiquiatra japonés que vive en Francia, afecta a muchos japoneses que van a Francia. Cada año, más de una decena de turistas acaban hospitalizados con alucinaciones o ansiedad, producto de la sensación de ser víctima de prejuicios y hostilidad. Moriyama dice que por esa razón los japoneses prefieren coger las mejores partes de Europa y recrearlas en su país. “Si es artificial, todo está limpio y es hermoso. No arruina el mundo de fantasía y se puede seguir soñando”.

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