¿Chernóbil sobre hielo? La planta nuclear flotante rusa que reabre viejos temores

  • El proyecto está previsto que se termine en verano de 2019, cuando debería comenzar a servir energía desde Pevek, un remoto puerto en Siberia.
La planta flotante Akademik Lomonosov en Murmansk, tras ser transportada desde San Petersburgo para ser cargada de combustible (Foto: Rosatom)
La planta flotante Akademik Lomonosov en Murmansk, tras ser transportada desde San Petersburgo para ser cargada de combustible (Foto: Rosatom)
La planta flotante Akademik Lomonosov en Murmansk, tras ser transportada desde San Petersburgo para ser cargada de combustible (Foto: Rosatom)
La planta flotante Akademik Lomonosov en Murmansk, tras ser transportada desde San Petersburgo para ser cargada de combustible (Foto: Rosatom)

La energía es el nuevo frente en el que miden sus fuerzas en estos momentos las que fueron grandes superpotencias, Estados Unidos y Rusia, y la nuclear protagoniza el último escalón de la desconfianza entre el Kremlin y Washington. Otra vez, décadas después de la Guerra Fría, la pugna por las capacidades en torno a este tipo de energía vuelve a la primera línea de enfrentamientos.

El motivo de la última tensión entre ambas administraciones no es otro que 'Akademik Lomonosov', como ha sido bautizada la nueva planta nuclear flotante desarrollada por Moscú, que se encuentra actualmente amarrada al puerto de la ciudad de Murmansk, en aguas del círculo polar ártico, y que tendrá capacidad de suministrar energía a 100.000 hogares, según las comunicaciones difundidas por su operador, la estatal Rosatom.

El proyecto, que comenzó a levantarse en 2009, está previsto que sea finalizado en verano de 2019, cuando debería comenzar a servir energía desde Pevek, un remoto puerto en Siberia, a unas 500 millas de Alaska. Y esto es lo que precisamente no podría gustar demasiado a la Administración dirigida por Donald Trump por mucho que no lo muestre en público.

Las primeras voces en alzarse contra el proyecto no tardaron en llegar, siendo una de las más beligerantes la de Greenpeace, que acuñó la definición de "Chernóbil sobre el hielo" para definir la planta nuclear rusa, única en su tipo, diseñada para albergar dos pequeños reactores de los empleados normalmente para impulsar los submarinos. Además llevará suficiente uranio enriquecido para mantenerla en funcionamiento durante 12 años antes de tener que repostar el combustible.

Ocurre sin embargo que desde la Administración Trump se han visto obligados a mantener un perfil bajo en la polémica, toda vez que desde hace 60 años los sumergibles de la flota estadounidense se han propulsado con energía nuclear, surcando los mares y océanos del planeta.

En estos momentos, tras el accidente nuclear de la central japonesa de Fukushima que siguió al terremoto y tsunami de 2011 afectando a 100.000 personas, la opinión pública no parece muy dispuesta a asumir nuevos riesgos en esta materia.

En contraposición, un reciente artículo publicado por 'The New York Times' recoge la opinión de Jacopo Buongiorno, profesor de ingeniería nuclear en el Massachusetts Instituye of Technology (MIT), para quien los rusos "están a años luz de nosotros".

Pero existe otra razón añadida para el silencio de Washington, y es que los Estados Unidos emplearon un reactor embarcado para suministrar energía en la zona del Canal de Panamá desde el año 1968 hasta 1976. Además, la compañía Westinghouse, constructora de las centrales estadounidenses, planificó -aunque nunca llegó a construir- dos plantas nucleares flotantes frente a la costa de New Jersey. Demasiados antecedentes como para poner ahora el grito en el cielo.

Al margen de sus detractores, y de las promesas imposibles de comprobar que lanza Rosatom, acerca de que su planta flotante es "invulnerable frente a los tsunamis", hay voces independientes que ven en la iniciativa rusa el futuro de este tipo de energía.

Levantar plantas energéticas flotantes es mucho más económico que hacerlo sobre tierra firme, e incluso se alaba su utilización contra el cambio climático, por su capacidad de suministrar electricidad sin producir gases nocivos en mucha mayor medida que otras opciones como los campos eólicos, o las granjas solares.

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