Cuenta atrás para las elecciones

Cómo Alemania se convirtió en el motor de Europa tras perder la Guerra Mundial

Veinte años después del Plan Marshall, el país se convirtió en la economía más poderosa del Viejo Continente. La tradición industrial y la estabilidad política jugaron un papel clave en el "milagro alemán".

Cómo Alemania se convirtió en el motor de Europa tras perder la guerra mundial
Cómo Alemania se convirtió en el motor de Europa tras perder la guerra mundial
EFE

Cuenta atrás para las elecciones generales en Alemania. El Partido Socialdemócrata (SPD) y su candidato Olaf Scholz sigue liderando el "Politbarometer" de la televisión pública ZDF, considerado el sondeo de intención de voto más fiable del país, claramente por delante del bloque conservador de la canciller, Angela Merkel, liderado por Armin Laschet. El hundimiento de la formación que ha liderado la locomotora de la UE durante 16 años marca la campaña de unos comicios que influirán en el futuro de todo el bloque comunitario. Todos los focos de Europa se centran ahora en el país que logró superar dos derrotas en la I y II Guerra Mundial y convertirse en la mayor potencia del Viejo Continente.  

A mediados de 1944 el secretario del Tesoro de EEUU Henry Morgenthau escribió un documento titulado “Memorándum con sugerencias para un programa para Alemania después de la rendición”. Calificado como Top Secret, el documento contenía todas las acciones que Alemania debería soportar cuando perdiera la guerra:

- Alemania debería destruir todo su arsenal de guerra.

- Polonia se quedaría con Prusia. Francia se quedaría con el Sarre.

- El país sería dividido en dos partes: norte y sur.

- Las propiedades industriales pasarían a una organización internacional.

- Esas propiedades se repartirían entre los países que sufrieron la invasión de los alemanes.

- Se obligaría a la población de las áreas industriales a que emigrasen a otras partes del país.

El 4 de septiembre de 1944, un comité formado por el secretario del Tesoro, Morgenthau, además de Cordell Hull, secretario de Estado (ministro de exteriores), Henry L. Stimson secretario de Guerra, y Harry Hopkins, secretario de Comercio, se reunió en un despacho y ampliaron el informe primario con varios consejos entre los cuales sobresalía uno. “Los principales objetivos de nuestra política económica son: (1) El nivel de vida de la población alemana se reducirá a niveles de subsistencia; (2) Debe eliminarse la posición económica de poder de Alemania en Europa; (3) La capacidad económica alemana debe convertirse de tal manera que dependa tanto de las importaciones y exportaciones que Alemania no pueda por sus propios medios reconvertirse a la producción de guerra”.

Ese mismo mes de septiembre, la prensa de EEUU publicó todos los detalles del plan. Algunos lo aprobaron (el país estaba en guerra), y otros se horrorizaron porque suponía convertir a Alemania en un país de granjeros con la única tecnología del arado.

El plan no se cumplió como venía redactado, pero muchas cosas se plasmaron en la realidad. Alemania fue dividida dos partes. Muchas patentes de sus industrias pasaron a manos de los aliados y de los soviéticos. Los científicos alemanes pasaron a trabajar para ambos bandos. Se obligó a reducir su poder industrial a la mitad, por lo que se cerraron cientos de plantas. Y, por fortuna, en lugar de convertir el país en un granero, los norteamericanos decidieron contribuir a su reconstrucción con el Plan Marshall.

Veinte años después, Alemania se convirtió en la economía más poderosa de Europa. Las causas de esta reconstrucción que fue denominada "el milagro alemán" son varias. La primera, por supuesto, las ayudas del Plan Marshall: "Nuestra política no está dirigida contra ningún país o doctrina, sino contra el hambre, la pobreza, la desesperación y el caos. Su propósito debería ser el resurgimiento de una economía laboral en el mundo para permitir el surgimiento de condiciones políticas y sociales en las que puedan existir instituciones libres", dijo Marshall en un discurso en la Universidad de Harvard. Fueron 12.000 millones de dólares (unos 65.000 millones de hoy) para reconstruir Europa, buena parte de los cuales se dirigieron a Alemania: concretamente 1.300 millones de dólares de la época. Fue el cuarto país que más dinero recibió entre 1948 y 1952.

La segunda razón del milagro fue que Alemania tenía una potente tradición industrial. Desde la segunda mitad del siglo XIX, muchos de los grandes inventos que produjo la humanidad nacieron en Alemania: el coche, los motores diésel, medicamentos como la aspirina o el salvarsán, y los hornos altos de Siemens. La historia de la electricidad está llena de apellidos alemanes: Ohm, Kirchoff, Ruhmkorff, Reis, Hertz, Braun… Alemanes fueron los inventores del primer microscopio electrónico en 1932, gracias al cual pudimos contemplar los virus por primera vez. Y el primer ordenador fue inventado por Konrad Zuse en 1936. Alemán fue el magnetofón, en los años treinta. La física estaba llena de alemanes desde Planck y Roentgen hasta Heissenberg pasando por Einstein o Schödinger.

Antes de la Segunda Guerra Mundial, Alemania era el país europeo que registraba más patentes, según World Intellectual Property Organization (WIPO). Cuando se pudo recuperar de las heridas, el estado solo tenía que recuperar sus ideas.

La tercera razón del milagro ha sido la estabilidad política. Alemania ha tenido desde la guerra gobiernos socialdemócratas y conservadores que, cuando no han tenido mayoría, han sido capaces de coaligarse formando la gran coalición (Grosse Koalition).

La cuarta razón es la demografía. Alemania es el país más poblado de Europa. Una cosa es tener una alta renta por habitante y otra es que ha sido y es el país más poblado de Europa (quitando Rusia), con 83 millones de habitantes, lo cual le da un peso enorme en Europa y en el mundo.

La quinta razón es que los alemanes son… alemanes. Tienen una peculiar forma de ser que se ha plasmado en los tópicos que todos conocemos pero que tienen un fondo real. Para empezar, el tópico del alemán trabajador no consiste en que está 14 horas al día trabajando sino que las horas en que trabaja son más productivas.

Dentro del espíritu alemán, el sentido cooperativo es algo que parece que llevan en los genes. Por ejemplo, en 2001 el canciller Gerhard Schröder aprobó un plan para mejora económicamente del país llamado Agenda 2010. Dentro del plan, los trabajadores y sus centrales deberían renunciar a grandes aumentos salariales y los patronos se comprometían a no echar a la gente al paro en casos de crisis. Durante la crisis de 2008 y los años posteriores, el impacto sufrido por las empresas alemanas fue relativamente escaso. Además, contaron con la ayuda del gobierno, que movilizó una especie de ERTE, de modo que podían ir al trabajo solo unas horas, (debido a la caída de la demanda), pero los trabajadores veían que su salario se lo completaba el Estado.

Los sindicatos están representados en los consejos directivos, de modo que se les hace participar de las decisiones de la empresa, para lo cual hace falta un gran sentido de la responsabilidad.

Hace tiempo, el que fuera presidente de la aseguradora francesa AGF, escribió un libro titulado 'Capitalismo contra Capitalismo'. Sostenía que contra el capitalismo buscador de beneficios del capitalismo americano, estaba el capitalismo cooperativo, ahorrador y previsor de Europa, uno de cuyos mejores ejemplos era Alemania.

La economía alemana es la tercera del mundo. Su PIB es de 4,3 billones de dólares. El peso de la industria en la economía es más del 22% (en España ha caído con los años por debajo del 17%). Tras la crisis de los años setenta, donde el precio del petróleo y la competencia japonesa pulverizó a muchas industrias automovilísticas, los alemanes salieron airosos y hoy tienen la mayor industria europea de coches. De la británica apenas quedan restos de serie. Eso revelaba una voluntad de resistencia por encima de lo normal, lo cual también se refleja en la cantidad de maquinaria pesada, de obras públicas y herramienta que existen en Alemania. Muchas de ellas son pymes que exportan a todo el mundo.

Los procesos, sistemas de calidad y exigencias de la normativa europea tienen una enorme base alemana precisamente por el sentido de la exigencia y el perfeccionismo.

La obsesión de los alemanes por las reglas es otro de sus rasgos. Pues las reglas crean orden, y el orden es la base de la convivencia. “Prefiero la injusticia al desorden”, decía Goethe. La obsesión es tan poderosa que ha convertido a todos los alemanes en guardianes del orden.

Por ejemplo, un reportaje de la BBC explicaba esta obsesión con una conversación en un tren entre un americano y un alemán, en la que se repente son interrumpidos por una señora que se levanta de su asiento y se les acerca para decir: “Sshhh. Este es el vagón del silencio”. Un alemán puede llamarle la atención a cualquiera que cruce el paso de peatones en rojo, de un golpe al parachoques de otro coche mientras aparca o habla alto en el tren. Lo alemanes se sienten a gusto en el orden porque es la domesticación del mundo. “Ordnung muss sein” (debe haber orden), es una de sus frases preferidas. “El orden se considera un valor prusiano al mismo nivel que el cumplimiento de las obligaciones, la puntualidad, el trabajo duro y la honestidad”, afirmó a la BBC Christina Röttgers, una experta en cultura alemana que ayuda a las empresas internacionales a comprender la mentalidad alemana.

Los alemanes están en la lista de los países menos corruptos del mundo, según Transparency Internacional. Para el mundo de los negocios es un rasgo clave. Otra característica curiosa del “ser alemán” es su tacañería. Los alemanes no tiran el dinero. Ahorran. No les gusta usar la tarjeta de crédito. Los bancos alemanes son los que han prestado al resto de Europa porque tienen unos generosos fondos producto del ahorro de sus ciudadanos. Las grandes tiendas 'superdescuento' de Europa son alemanas; Lidl, Aldi, Tengelmann… La razón es que los alemanes buscan ahorrar hasta unos pocos céntimos.

Dentro de la forma de ser de los alemanes la protección a la naturaleza tiene un enorme espacio. Es algo que viene muy de lejos. Son, por así decirlo, los padres del ecologismo. La mayor parte de las leyes sobre contaminación y protección al ambiente de la UE vienen de Alemania. La política antinuclear tiene sello alemán. Hasta el premio Nobel Konrad Lorenz, un etólogo considerado como el padre la etología, participó en campañas contra la instalación de centrales nucleares en Alemania. Incluso, Alemania tiene desde hace muchos años las regulaciones más avanzadas sobre la protección a los animales y contra la experimentación con los mismos.

Todas estas características puestas juntas y agitadas en una coctelera han dado como resultado el país más poderoso de Europa, el país que ama las reglas y las impone, el país que presta dinero a los demás y el país que dirige la política de la UE y marca la de los que no son de la UE.

Dentro de pocos días, el 26 de septiembre, se celebrarán elecciones federales de las que saldrá un nuevo o una nueva canciller. Angela Merkel, tras 16 años en el poder, ya no se presenta. Será sustituida por conservador, un socialdemócrata o una ecologista. Sea quien sea, cada una de sus decisiones tendrá un impacto considerable en el futuro de 447 millones de europeos.

Mostrar comentarios