El Gobierno federal como enemigo

De la Guerra de Secesión a las milicias proTrump: una historia de violencia

Por ahora ninguna propiedad del Estado ha volado por los aires, como ocurrió en Oklahoma en 1995, pero ya se ha producido el primer traspaso de poderes violento desde la guerra civil estadounidense. 

EFE
De la Guerra de Secesión a las milicias proTrump: una historia de violencia
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Hace tan sólo unos meses, Donald Trump hizo un brindis al sol cuando pidió diez años de cárcel para cualquiera que dañase un edificio público. Este miércoles, el aún presidente de EEUU remató dicho brindis al alentar a sus seguidores para que "detuviesen" el "fraude" que estaba teniendo lugar en el Capitolio, durante la sesión para ratificar la victoria de Joe Biden en las presidenciales de noviembre. Por ahora, ninguna propiedad del Estado ha volado por los aires, como ocurrió en Oklahoma el 19 de abril de 1995, cuando una bomba destruyó el edificio federal Alfred P. Murrah, pero ya se ha producido el primer traspaso de poderes violento desde la Guerra de Secesión.

Los asaltantes del Capitolio portaban, de hecho, banderas confederadas, el símbolo de los estados sudistas que se opusieron a la Unión. Trump ha alimentado esa discordia que divide a 'las dos Américas', pero lo más grave ha sido que ha capitalizado una visión de EEUU entre sus seguidores, un imaginario que ya ha aflorado en diferentes momentos de la historia del país y ha creado problemas en el pasado.

Dicha visión hunde sus raíces en la Guerra de Secesión, que se cerró en falso porque no hubo una unificación modélica y además, en poco tiempo, la misma clase dirigente del Sur que había perdido la guerra acabó ocupando los puestos relevantes de la administración en los estados perdedores.

Con el cambio de siglo se agudizaría la tendencia. A la esclavitud le siguió la América del ‘Jim Crow’, -ese estereotipo despectivo de la raza negra que se entremezcla con la propaganda antisemita de Europa central en el siglo XX-. Eran 'los estados del Jim Crow' , es decir, los de una segregación racial que no fue abolida hasta la presidencia de Lyndon B. Johnson con la aprobación de la ley de los Derechos Civiles.

En cualquier caso, no se limita a una lucha o enfrentamiento con la cuestión racial como único fondo. Cierto es que la presidencia de Barack Obama, el primer inquilino de la Casa Blanca negro, fue un acicate. Así, la primera piedra la puso el Tea Party en la oposición, que heredaría Trump apelando también a elementos fundamentales de la 'América de la frontera', como el derecho constitucional a poseer armas de fuego. Así, cuando aumentaron las masacres a tiro limpio en los colegios, el magnate planteó como solución armar a los profesores.

Poco después de la victoria de Trump se torcieron las cosas. Las agencias federales habían alertado ya del auge de nuevo de los grupos de extrema derecha. Básicamente, había más riesgo de un terrorismo perpetrado por los propios estadounidenses que de ataques de islamistas radicales dirigidos por DAESH o Al Quaeda.

El fantasma de las milicias y los grupos antisistema se reactivó después de que en los 90, tras la tragedia del atentado de Oklahoma, dichas milicias comenzasen una 'hibernación' hasta que llegase una nueva oportunidad. Se nutrían de base de un espíritu del Oeste: el control al gobierno y el individuo por encima del Estado, que hunde sus raíces en la misma fundación del país.

Los que se consideraban herederos de esa esencia sudista o, aún más, de los primeros colonos, creían necesario protegerse de un Gobierno federal que pudiera recortar o amenazar sus derechos individuales. Un sentimiento que está en el ADN de EEUU. Lo que no había ocurrido nunca es que fuera el propio presidente quien los azuzara con sus mensajes.

En su origen, la Guerra de Secesión se inició precisamente por una disputa sobre el control federal, los impuestos que ciertos estados se negaron a pagar o la sombra de una burocracia centralista que secuestrara el país.

Más allá del trasfondo económico de la conflagración civil entre los estados del norte y los del sur, que basaban su economía en la esclavitud, existía una fractura. No es difícil entender algo así en Europa tras la experiencia de los años 30, en los cuales la violencia y las organizaciones paramilitares fueron un lastre en la mayor parte de las democracias. Con el fin de la II Guerra Mundial desaparecieron en su mayor parte, pero en EEUU siguieron proliferando con el tiempo

Uno de sus mayores detonantes fue el asalto del FBI en 1993 al rancho de Waco (Texas), donde vivía la secta de los Davidianos que lideraba David Koresh. El ejemplo de esa América reacia a las instituciones federales se hizo evidente en la lucha del FBI contra un ejército de seguidores de Koresh atrincherados en su rancho y armados hasta los dientes. Una parte del país lo consideró un atropello y no solo por la desastrosa actuación de las fuerzas de seguridad, que degeneró en una batalla campal de tres días más parecida a un escenario bélico que a una intervención policial.

El asalto de Waco tuvo el efecto de popularizar el fenómeno de ciertas milicias, que se convirtieron en una tendencia en ascenso. Siguieron consiguiendo adeptos, hasta que Tim Mcveigh, con ayuda de Terry Nichols, que pertenecía a una de esas milicias, colocó una furgoneta cargada de explosivos en el parking del edificio Alfred P. Murrah en Oklahoma matando a 168 personas, 15 de ellos niños.

Cuando Trump advertía de una posible pena de diez años de cárcel no ya contra terroristas, sino por mero vandalismo, sabía mejor que nadie la mecha que había prendido y sus posibles consecuencias. Un juego temerario.

Durante la campaña electoral, el FBI ya desarticuló un plan de una pseudomilicia para secuestrar a la gobernadora demócrata Getchen Witmer.  Antes, Kyle Rittenhousoe, miembro de la milicia denominada Guardia de Kenosha, disparó a dos personas durante una manifestación del movimiento ‘Black Lives Matter’.

Ayer hubo sangre en las calles en una nueva demostración de ese previsible choque que siempre ha estado latente. Desde la Guerra de Secesión, nunca EEUU, un 'país armado' y en el que existen cientos de milicias, se había polarizado hasta el extremo de que el presidente saliente arengara a sus seguidores contra las instituciones. Donald Trump ha reconocido por fin la victoria del demócrata Joe Biden, pero sus últimos coletazos han enfrentado al país de una forma que solo invita al pesimismo.  

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