Una vieja estrategia de Rabat

Las maniobras del 'hermano' marroquí: del Sáhara a las aguas pasando por Perejil

  • No es casual que el nuevo conflicto, el enésimo desde 1956, se haya orquestado ahora por parte de Rabat en torno a las aguas territoriales.
Imagen de la Marcha Verde de 1975.
Imagen de la Marcha Verde de 1975.

El último territorio que España cedió a Marruecos tuvo como contrapartida un acuerdo de pesca. Fue en 1969, cuando se entregó lo que quedaba de la provincia española de Sidi-Ifni a cambio de un convenio que confería a la flota pesquera española grandes ventajas. Quedaba el Sáhara Occidental, pero entonces, tras la célebre Marcha Verde de 1975, España sólo se retiró, sin reconocer la soberanía de Marruecos y a la espera de un referéndum de autodeterminación del pueblo saharaui que nunca llegó. No es casual que el nuevo conflicto ahora, el enésimo desde la independencia del antiguo protectorado en 1956, se haya orquestado por parte de Rabat en torno a las aguas territoriales, esta vez la ampliación del dominio marroquí a 200 millas de la costa, más una ZEE, todo decidido unilateralmente por el Gobierno del rey Mohammed VI y destinado a amenazar las aguas que rodean a las Islas Canarias.

Es una vieja estrategia de la política exterior marroquí desde los tiempos del padre de Mohamed VI, el rey Hassan II, para obtener a su vez contrapartidas de la antigua potencia colonial y, a partir de 1986, de la UE, con quien se negocia a tres bandas. Descontado el proceso de independencia de 1956 instigado por la ONU y que el régimen franquista aceptó a regañadientes, la mayor tensión entre ambos estados se produjo precisamente en Ifni-Sáhara, cuyo último capítulo sería la Marcha Verde.

Después, vendrían el goteo de mini crisis: la ofensiva internacional para recuperar Ceuta y Melilla hasta mediados de los años 80, el incidente de la Isla Perejil en 2002 bajo la presidencia de José María Aznar y la crisis bilateral de 2007-2008 con el Gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero. Entremedias hubo escaramuzas diplomáticas y puestas en escena de variado signo, muchas de ellas fuera del foco público. Todas con el mismo denominador común -la sobreactuación marroquí respecto a la cuestión ‘nacional’ de Ceuta y Melilla- y casi idéntico resultado -la revisión de acuerdos comerciales, de financiación y de seguridad entre ambos países para salir del atolladero-.

Sidi-Ifni: la última guerra

18 años antes de la anexión del Sáhara Occidental por parte de Rabat tras la Marcha Verde, en noviembre de 1975, España libró con Marruecos su última guerra en Ifni-Sáhara (1957), un conflicto silenciado entonces por el régimen franquista en España y prácticamente olvidado ahora. Acabó con la presencia española en Cabo Juby y la reducción del territorio en el Ifni a su capital, Sidi, y los alrededores. El último conflicto armado de envergadura involucró en 1957 varias operaciones para defenderse de un ataque del llamado Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Ben Hammçu, teóricamente independiente del ejército marroquí y, cómo no, orquestado y dirigido por las fuerzas armadas marroquíes y el entonces rey Hassan II.

El cinismo diplomático de Hassan II de cara al régimen franquista, que enarboló en siempre una sobre actuada “amistad” con los países árabes dictada directamente por Franco desde El Pardo, tenía una débil justificación en el marco de la descolonización del año anterior, pero era en definitiva un acto de agresión en toda regla, sobre unos territorios que España no reconocía como soberanía de Marruecos y al que se respondió con la fuerza. Entre el 23 de noviembre de 1957 y el 30 de junio de 1958, la guerra del Ifni se convirtió en uno de esos conflictos -como el de EEUU en Vietnam- en los que ninguno de los contendientes se declara nunca la guerra, ni tampoco la paz. Como suele ocurrir en esos casos, sencillamente acabó en tablas, tras los acuerdos de Cintra: España mantuvo el Sáhara Occidental -que también amenazaron las tropas marroquíes- y perdió en cambio Cabo Juby y gran parte de la provincia del Ifni, al sur de Marruecos, enfrente prácticamente de las Islas Canarias.

Diplomacia pesquera

La experiencia del conflicto, la madurez diplomática tanto de España como de Marruecos en la ONU y el progresivo cambio de las relaciones internacionales en el mundo post-colonial, facilitaron precisamente la cesión, 18 años después de haberla defendido por las armas, de lo que quedaba del Sidi-Ifni. Se cerró con lo que se avecinaba como instrumento real de los conflictos venideros: las contrapartidas comerciales. España sacó del territorio un ventajoso acuerdo de pesca con el Convenio de pesca marítima de Fez, válido por diez años, prorrogable, que fue el inicio de una constante en las relaciones hispano-marroquíes: la flota pesquera y las concesiones económicas a cambio de los fusiles y las balas. El propio Franco lo reconocía unos años antes, en 1963, cuando aún no se había ejecutado el canje, tras una entrevista con Hassan II: “En nuestras provincias de soberanía hay algunos territorios que no nos sirven para nada, entre ellos el peñón de Alhucemas (…) Nos causa trastornos por asuntos de pesca y límites de aguas jurisdiccionales. Lo mismo ocurre con las islas Chafarinas (…) Creo que Ifni es una zona factible para negociar la ampliación de la zona de seguridad de nuestras plazas Ceuta y Melilla” -Francisco Franco Salgado-Araujo, ‘Mis conversaciones privadas con Franco’ (Planeta)-. Finalmente se cedería Ifni, aunque con la contrapartida principal de la pesca en 1969.

Influyó definitivamente sobre el Sáhara aunque en aquella ocasión, como es bien sabido, el rey Hassan II aprovechó la enfermedad y agonía tanto de Franco como del propio régimen para imponer su anexión del Sáhara Occidental. España, con Juan Carlos I como jefe del Estado interino, solventó la situación con una solución de compromiso: salvaguardar el honor del ejército impidiendo que la marcha rebasase la línea marcada por Madrid y, sobre todo, conseguir respeto internacional renunciando al territorio sólo a cambio de una solución política de independencia para el pueblo saharaui, tal y como aún sigue establecido en la ONU.

El lío de la marcha verde

Se consiguió lo primero pero no lo segundo, ya que la política española sólo trasladó más confusión. Según escribió el historiador David Solar, presente en El Aaiún en el momento de los hechos: “La población local era incapaz de comprender lo que pasaba; por un lado, atendía las consignas del Polisario, por otro, veía cómo sus representantes en las Cortes escapaban a Marruecos; percibía cómo al Sáhara llegaban refuerzos militares [españoles] al tiempo que en el puerto y el aeropuerto se acumulaban las pertenencias de las familias españolas que se disponían a abandonar el territorio”. Al final, España abandonó el territorio sin llevar a cabo el referéndum y dejando en manos de Marruecos la administración.

Marruecos, por su parte, que afrontaba un periodo de inestabilidad interna y dificultades económicas, echó una cortina de humo al satisfacer una histórica demanda nacional -y del partido nacionalista marroquí Istiqlal- y aplicó de paso una política de hechos consumados: la administración territorial, que no la soberanía, pasó de facto a Rabat, tal y como sigue vigente hoy en día, a pesar de las múltiples protestas de los saharauis y los planes de la ONU para remediar la situación de ilegalidad internacional.

El varapalo de la UE

Con el Sáhara y a partir de la muerte de Franco, el desmoronamiento del régimen y la Transición, Hassan II se volcó en una ofensiva internacional para reclamar Ceuta y Melilla como territorios marroquíes comparándolos con la histórica demanda española de Gibraltar. Desde el principio tenía nulos visos de prosperar y el propio rey alauita tuvo que desdecirse, renunciando a la “gibraltarización” de las dos ciudades españolas. Tanto Ceuta como Melilla pertenecían a la corona española desde el siglo XV, habían permanecido como territorio español sin interrupción hasta ese momento con fronteras bien definidas y antes incluso de que existiera el sultanato de Marruecos y el nuevo Estado marroquí.

Para España, las Islas Canarias y Ceuta y Melilla eran y son absolutamente intocables y la política exterior respecto a ambas regiones de todos los gobiernos de la democracia ha sido la misma. El golpe definitivo para Marruecos fue la entrada de España en la CEE -después UE- que incluyó tanto Ceuta y Melilla como a las Islas Canarias en el Tratado de Adhesión. Alejaba definitivamente cualquier pretensión internacional seria de Marruecos sobre los territorios, lo que no impidió que de cara al pueblo marroquí y sobre todo, a partir de 1995, cuando el Gobierno de José María Aznar aprobó junto al PSOE el estatuto de ciudades autónomas, el recurso marroquí a su reclamación como medio para obtener ventajas de España y la UE en materia de financiación, pesca y otras contrapartidas.

Cooperación necesaria

La realidad es que para Marruecos, desde entonces y hasta ahora, si no cambia de estrategia, la confrontación en torno a la reclamación de Ceuta y Melilla ha sido instrumental. Como bien ha apuntado la experta Marcela Iglesias -Conflicto y cooperación entre España y Marruecos (1956-2008)- hay al menos cuatro poderosas razones:

1. Perdería un instrumento de presión en sus relaciones con España, especialmente para influir en la posición española respecto al Sáhara.

2. Dejaría de contar con un elemento de cohesión y legitimidad del régimen a nivel interno.

3. La frontera con España y por ende con la UE se alejaría, perdiendo el contacto terrestre al tener el Estrecho de Gibraltar.

4. Las cuestiones de lucha contra la inmigración clandestina, contra el tráfico de drogas y el contrabando, y contra el terrorismo integrista en el norte de Marruecos podrían llegara a perder parte de su importancia estratégica para España y por tanto podría disminuir la financiación.

Con todo, a pesar de que el posible conflicto sobre Ceuta y Melilla esté zanjado internacionalmente, las tensiones en torno a las islas, sin valor estratégico pero sí simbólico como Chafarinas, Alhucemas o Perejil, desataron, como en el caso de la última, nuevos enfrentamientos. De hecho, por primera vez desde la Marcha Verde en 1975, el entonces ministro de Aznar, Federico Trillo, envió tropas al islote tras ser ocupadas por los marroquíes en 2002, probablemente como represalia a la postura favorable de España hacia el pueblo saharaui, lo que abrió un nuevo periodo de tensiones que precisamente venían a debilitar la cooperación necesaria: control de fronteras y mercancías, pesca, política antiterrorista etcétera.

Lo que prácticamente ha permanecido inalterable hasta ahora ha sido el delicado equilibrio de cara a la imagen pública que supone cualquier afrenta o acto considerado hostil. La última gran crisis se produjo por una visita de los Reyes de España y del presidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero a Ceuta y Melilla en 2007, la primera oficial, tanto del Jefe del Estado como del presidente del Gobierno desde la democracia. En Marruecos se consideró una afrenta -o al menos así se escenificó-, lo que condujo a una mini crisis de 70 días en las que Rabat retiró al embajador en España y las relaciones se congelaron. En cualquier caso, exceptuando los momentos de fricción, si ha habido una tónica, como ya se demostró en 1975, es el de una agenda de diplomacia secreta en la que se resuelven con contrapartidas a uno y otro lado.

Mostrar comentarios