De Charlottesville al asalto al Capitolio

El Hundimiento de Trump: la caída a los infiernos de una presidencia surrealista

La imagen de Jake Angeli disfrazado de guerrero Sioux sobre el estrado del Capitolio  pasará a la historia de la vergüenza de un mandato presidencial que ha tenido momentos cercanos al surrealismo.

Efe
El Hundimiento de Trump: la caída a los infiernos de una presidencia surrealista
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En 2004, Oliver Hirschbiegel dirigía ‘El Hundimiento’, una magistral película sobre los últimos días del III Reich en la que Adolf Hitler trataba de dirigir unas inexistentes divisiones Panzer al frente ruso. La escena ha sido protagonista de innumerables memes de casi todas las temáticas habidas y por haber. Algo parecido debe vivirse estos días en el Despacho Oval, donde el 45 presidente de Estados Unidos está viviendo sus últimos días al frente de la mayor potencia económica y militar del mundo.

Sólo llevamos ocho días de 2021, y la verdad es que el año promete. La imagen de Jake Angeli disfrazado de guerrero Sioux sobre el estrado del Capitolio de los Estados Unidos pasará a la historia de la vergüenza de un mandato presidencial que, además de suponer el hundimiento electoral de Donald Trump, ha tenido momentos cercanos al surrealismo, un movimiento artístico inspirado por el dominio del subconsciente frente a la razón. Esa parece haber sido la expresión ética que, desde el principio de su mandato, Donald Trump ha impuesto en todos los rincones de la Casa Blanca.

Ya hace cinco años que Trump, por aquel entonces precandidato republicano a la Casa Blanca, realizaba toda una declaración de intenciones cuando alentaba a sus más fieles seguidores recalcando que “podría ponerse a disparar a gente en la quinta avenida de Nueva York y ni aun así perdería votos”. Al menos uno no contará más, el de Ashli Babbit, una de las cuatro personas que resultaron muertas en su intento suicida de asaltar el Capitolio.

Pero esta declaración era solo una pequeña muestra de lo que se nos venía encima. Las mañanas de los últimos cuatro años las hemos vivido pendientes de un hilo: el del Twitter del presidente quien, en una alocada cascada de mensajes incendiarios, vivía el fin de sus días con una censura por parte de la red social que, paradójicamente, le aupó a dirigir la mayor potencia del mundo.

Ante los episodios de Charlottesville de 2017, Trump hizo piruetas verbales para evitar condenar la violencia racial de cientos de nazis y neofascistas blancos que, con antorchas en mano, se dedicaban a incendiar todo aquello que “oliera a negro”. Tras la insistente petición de condena por parte de las decenas de periodistas que le bombardeaban, ofreciendo constantemente una salida mediática a sus ocurrencias, Trump solo pudo arrancar una lacónica frase en la que aseguraba que en esas manifestaciones “había gente muy buena, de ambos lados”. Misma reacción la pudimos observar ante las movilizaciones, en su mayoría pacíficas, que se produjeron tras la muerte de George Floyd, en las que amenazó con enviar a tropas de combate para reprimir las protestas precursoras del movimiento Black Lives Matter.

La política internacional también ha sido objeto de la acción de Trump. Desde las continuas reticencias a reunirse con sus aliados europeos, las reclamaciones, casi agónicas, para que Europa comprara material americano a cambio de seguridad, la retirada unilateral de los acuerdos de París y nuclear con Irán, el traslado, sin previo aviso, de la embajada norteamericana a Jerusalén, el inédito acercamiento a la dictadura de Corea del Norte, a la que trató de acallar recordando que él también tenía un “botón nuclear que podía pulsar”, pasando por la oferta de compra de Groenlandia a Dinamarca o la acusación sin ningún tipo de miramiento, a la OMS de estar detrás de la propagación del virus, han sido claros ejemplos de la ‘show diplomacia’ con la que el 45 presidente americano ha diseñado su acción exterior.

La loca llamada al presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, fue otro de los momentos culmen de su mandato. Ni corto ni perezoso, según las informaciones del agente de la seguridad nacional que asistió a la llamada, Trump le pidió directamente “que le hiciera un favor” para presionar a Joe Biden a través de los negocios de su hijo en el país. Toda una anécdota que define a la perfección un perfil personal en el que conseguir el éxito o la victoria no puede verse frenado por ningún obstáculo, por muy diplomático que este fuera.

En 'El Hundimiento', el rostro de Adolf Hitler muta según avanza la cinta. Los últimos días de Trump en Washington han ofrecido una sensación similar. Dentro del elenco de despropósitos y ante las 50.000 víctimas que dejaba la Covid-19 en EEUU, la salud de sus propios ciudadanos también encontró un hueco para salir a la palestra. Lo hizo de la forma más chusca que puede hacerse, sugiriendo las maravillas del desinfectante y la lejía como remedio contra el coronavirus.

Algunas de sus últimas manifestaciones públicas también mostraron que el presidente moriría matando, otro de los rasgos megalómanos de su mandato. Su reticencia a aceptar una derrota electoral que todos los tribunales han ratificado, hacía presagiar que la traca final se acercaba sin remedio. Tras calentar el ambiente y ver como sus propias bases tomaban el Capitolio, la sede de la soberanía americana y que simboliza la democracia mundial, sin despeinarse y fijando su mirada en la cámara sugería a sus simpatizantes que se marcharan a casa, dándoles una palmadita en la espalda a sus “muy especiales” compañeros, no sin antes insistir en el “robo electoral” que estaba sufriendo.

Aun quedan 12 días para llegar al esperado epílogo de la que sin duda es la legislatura más polémica de los últimos 100 años de la historia americana. 12 días no son nada, como más o menos cantaba Gardel, pero en manos de Donald Trump es todo un mundo ignoto en el que aun puede suceder de todo. La película y el hundimiento particular de Trump está próximo a terminar, pero, como en los buenos metrajes, habrá que esperar hasta el último minuto para ver el desenlace que, en este caso, promete encontrar su máxima expresión con la reacción de Trump en el momento de la jura del cargo de Joe Biden, ante las mismas escalinatas que esta semana estaban infestadas de una turba llena de odio.

En el fondo es lo que tiene la democracia. Cualquiera, si se lo propone, puede llegar a ser presidente de los Estados Unidos. Una regla exquisita y muy bella, para lo bueno y para lo malo.

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