El norte de Afganistán también pierde la calma

  • En Balkh, otrora una provincia tranquila, la situación deja de estar bajo control.
Un hombre se lava las manos en Mazar-e-Sharif, al norte de Afganistán | GlobalPost
Un hombre se lava las manos en Mazar-e-Sharif, al norte de Afganistán | GlobalPost
GlobalPost
Jean MacKenzie | GlobalPost para lainformacion.com
Jean MacKenzie | GlobalPost para lainformacion.com

La gente de Mazar-e-Sharif es de una casta distinta. De ideas libres y espontáneos, fueron los últimos en caer bajo el yugo talibán y los primeros en saludar la invasión liderada por EEUU en 2001. Mazar, la cosmopolita capital de la provincia de Balkh, ha sido una isla de relativa calma y cordura en un Afganistán cada vez más caótico, una ciudad en donde los negocios florecen y muy pocas personas miran de reojo con temor.

Bueno, al menos eso era así hasta ahora. La creciente inseguridad en el norte, centrada en torno a las cercanas provincias de Kunduz y Baghlan, se empieza a sentir en este escenario idílico. Aún encima, dicen algunos, las elecciones presidenciales que se supone que iban a legitimar al gobierno y resolver las tensiones étnicas han hecho justo lo contrario y la provincia de Balkh está ahora dividida en dos zonas enfrentadas: la que apoya al presidente Hamez Karzai y la que apoya a su principal rival, el antiguo ministro de Asuntos Exteriores, Abdullah Abdullah.

Una guerra de poder

Se palpa la tensión en el aire, y el riesgo de violencia es permanente. "La gente está deprimida, preocupada, temerosa", dice Rahim Ibrahim, un periodista de Voice of America en Mazar-e-Sharif. "Sienten que sus vidas y sus propiedades están en peligro".Asef, un transportista que cubre regularmente la ruta entre Kabul y Mazar, es más sucinto. "Todo el mundo está muerto de miedo", dice.

Y con razón, parece. La campaña electoral y la eterna agonía del recuento de votos han dividido a la provincia. Atta Mohammad Noor, el poderoso y truculento gobernador de Balkh, apoyó abiertamente a Abdullah. Fue un desafío abierto a Karzai, con quien Atta había mantenido anteriormente una cálida amistad.

Karzai no nombró a Atta vicepresidente, y el gobernador se tomó la revancha. Durante la campaña los carteles electorales de Karzai fueron retirados o destrozados, y grandes pancartas con un sonriente Abdullah acompañado de un aprobador Atta adornaron prácticamente casi todas las rotondas de Mazar.Atta hizo campaña enérgicamente a favor de Abdullah, enviando a sus hombres a todos los rincones de la provincia para sobornar, amenazar y convencer a los líderes locales para que diesen su apoyo al principal rival del presidente.

El presidente Karzai intentó volver a atraer a Atta en numerosas ocasiones, pero el gobernador simplemente le ignoró. Los ciudadanos llegaron a hacer bromas abiertamente sobre el tema, diciendo que Balkh no esa ya parte de Afganistán, sino que es una república independiente presidida por Atta.Pero ahora, con la victoria de Karzai asegurada, Atta parece estar mirando nervioso a su alrededor y barajando sus opciones.

Complejo entramado

De momento, ha optado por jugar a la ofensiva. En un discurso explosivo el 9 de septiembre acusó al gobierno central de distribuir armas a varios grupos en el norte, con la intención expresa de desestabilizar la situación. La fecha fue elegida con cuidado: el octavo aniversario del asesinato del legendario comandante Ahmad Shah Massoud, azote de los talibanes, líder de los tayikos y amigo cercano de Abdullah, quien fue su asesor y portavoz.Según Atta, un antiguo rival y actual gobernador de Paktia, Juma Khan Hamdard, es la persona que está detrás del complot.

Las relaciones de Atta y Juma Khan se remontan a años atrás. Este último fue anteriormente gobernador de la provincia vecina de Jowzjan, en donde su represión de las revueltas políticas de 2007 se saldó con 12 muertos, 40 heridos y una población que reclamaba su dimisión por prejuicios étnicos.Prominente jefe pastún del norte, Juma Khan es una persona próxima a Karzai y en el lado diametralmente opuesto, en lo étnico y en lo político, a Atta, un tayiko asociado con la Alianza de Norte, una coalición suelta de comandantes que combatieron contra los pastunes talibanes.

Tensión étnica

La tensión étnica es profunda en Afganistán, y los recuerdos de los años de guerra son profundos.Aunque las cifras exactas son escasas, debido a la falta de un censo fiable, la mayor parte de los expertos calculan que los pastunes suman en torno a la mitad de la población. Los tayikos conforman el segundo grupo más grande de población, en torno a un 25 por ciento, seguidos de hazaras, uzbecos, turcomanos y otras minorías étnicas.Los pastunes han gobernado tradicionalmente Afganistán, y dado su gran volumen podrían seguir haciéndolo en un sistema democrático.

Y no es que los comicios del 20 de agosto fuesen particularmente democráticos, con un fraude y actos intimidatorios tan amplios que incluso un mes más tarde nadie ha sido declarado oficialmente vencedor. Karzai lidera el recuento, con cerca del 55 por ciento de los votos frente al 28 por ciento de Abdullah, pero la Unión Europea anunció el 16 de septiembre que cerca de 1,5 millones de votos de los 6 millones emitidos son "sospechosos" y tienen que ser investigados.

La inestabilidad política podría llegar a las calles

Abdullah ha advertido de que si Karzai intenta robar las elecciones él quizás no pueda ser capaz de controlar a sus seguidores defraudados y enfadados. Esto es especialmente peligroso en Balkh, en donde Atta parece determinado a mantener la tensión. Cuando se zanjen finalmente las disputadas elecciones, los pastunes en el norte, liderados por Juma Khan, y los tayikos, respaldados por Atta, podrían estar ya con las manos al cuello, lo que desestabilizaría la región.

Atta citó a tres distritos de la provincia de Balkh (Charbolak, Chamtal y Balkh, todos dominados por los pastunes) como las zonas en donde Juma Khan está soliviantando los ánimos. Un portavoz de Juma Khan ha negado enfáticamente que el gobernador de Patkia haya distribuido armas y ha contraatacado recordando las repetidas acusaciones contra Atta de asesinar sistemáticamente a líderes tribales pastunes en el norte.

Dos facciones, las dos fuertemente armadas y enfadadas, divididas por diferencias políticas y étnicas, no hacen mucho por la estabilidad del país."Creo que las elecciones agrandaron los problemas étnicos y regionales en la sociedad", asegura en privado un funcionario de una embajada occidental.

Los talibanes aprovechan las debilidades

Pero mientras que Atta y Juma Khan dan vueltas en círculo como lobos al acecho, los talibanes se están aprovechando al máximo de la situación. Expulsados del sur del país por las reforzadas tropas estadounidenses, los insurgentes están concentrando ahora sus esfuerzos en el norte cada vez más frágil.

Kunduz, en el noreste de Balkh, se ha convertido virtualmente en una zona vetada a los extranjeros. Un año atrás un periodista podría viajar libremente por la provincia, incluso por la noche; ahora ningún chofer está dispuesto a llevar a un periodista occidental por la carretera de Mazar-e-Sharif a Kunduz. Los talibanes mandan abiertamente en el distrito de Chahr Dara, donde tienen su propio gobernador, sistema de cobro de impuestos y tribunales.

Un reciente ataque aéreo en Kunduz ordenado por los mandos militares alemanes provocó numerosos muertos y dejó a cientos de afganos irritados. Un periodista de The New York Times y su compañero afgano fueron secuestrados el 5 de septiembre mientras realizaban una investigación. Un comando británico liberó finalmente al reportero, Steve Farrell, pero en la acción murió su colega, Sultan Munadi, lo que exacerbó aún más los ánimos de la población.

En Baghlan, al sur de Balkh, aumentan también los actos violentos. Los talibanes se han expandido a varias zonas de la provincia, lo que provocó una importante ofensiva militar de la policía afgana a finales de agosto.

La comunidad internacional parece estar frente a una encrucijada respecto a cómo manejar la creciente crisis en el norte. Atta ha disfrutado del firme respaldo de muchos gobiernos extranjeros, incluyendo los suecos, que encabezan el Equipo de Reconstrucción Provincial. Aunque Atta despotrica a menudo contra los extranjeros por no hacer lo suficiente, se le considera un líder fuerte capaz de mantener el orden en el norte.Pero si la tensión entre sus partidarios y los seguidores de Juma Khan y Karzai se transforma en violencia real, esta reputación bien podría cambiar.

"La comunidad internacional piensa que Atta y los otros señores de la guerra tienen el apoyo de la gente", dice Qayum Babak, un analista político que trabaja en Mazar-e-Sharif. "Pero realmente la población no se fía de los señores de la guerra y sólo quiere que les dejen en paz". Es demasiado pronto para saber de qué modo se desencadenarán los acontecimientos en el norte. Lo que está claro es que Balkh se está sumando a la creciente lista de provincias afganas en donde la situación ya no está del todo bajo control.

Mostrar comentarios