Además de político, desde su llegada a la presidencia de Turkmenistán en diciembre de 2006, Gurbanguli Berdymukhamedov ha demostrado que es un fornido gladiador de lucha grecorromana y un implacable defensa sobre patines cuando se desliza sobre el hielo jugando al hockey sobre patines. Ahora, a los 54 años, también se ha destapado como un habilidoso conductor de coches de carreras.
Después de vencer en la primera carrera automovilística celebrada en Ashgabala, capital de la antigua república soviética, Berdymukhamedov es lo más parecido a Fernando Alonso en el país centroasiático.
El pasado sábado, el presidente turkmeno se acercó a la competición supuestamente como un mero espectador al volante de un Bugatti deportivo de color verde. Sin embargo, minutos antes del banderazo de salida solicitó tomar parte en la prueba. Se puso el mono de competición, el caso y los guantes, y cambió su Bugatti por un Volkicar de fabricación turca.
El mandatario-piloto acabó ganando la carrera y decidió donar el coche que le dio la victoria al museo del deporte de Turkmenistán para más gloria de su régimen. Para oposición la prueba no fue más que una farsa y ve detrás de esta victoria una maniobra de autopromoción orquestada por el mandatario, al que le gusta ser retratado como un hombre de acción, al estilo de Vladimir Putin.
Un país gobernado por excéntricos
Tras servir como ministro de Salud, Gurbanguli Berdymukhamedov llegó a la presidencia de Turkmenistán en diciembre de 2006 tras el fallecimiento de su antecesor, Saparmurat Niyazov. Un año después fue confirmado en las urnas con el 89% de los votos.
Cinco años después de llegar al poder, Berdymukhamedov ha demostrado seguir la línea política de culto personalista iniciada por Niyazov, que bautizó los meses del año con su nombre y el de los miembros de su familia, llenó el país de estatuas doradas con su figura y convirtió su biografía en libro de obligada lectura en las escuelas.
De momento, el actual presidente turkmeno ha escrito varios libros sobre plantas medicinales y caballos, ha dado el nombre de su padre a una unidad militar y no duda en gastar decenas de millones de dólares de dinero público en grandes obras, como una serie de hoteles con fachada de mármol en el Mar Caspio.
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