El primer ministro de Canadá celebra una legislatura sin crisis

  • El primer ministro de Canadá, el conservador Stephen Harper, acaba de celebrar el quinto aniversario de su llegada al poder. Ha logrado capear la crisis sin que afectase a los bancos ni al mercado inmobiliario y apenas al desempleo. Pero también ha recortado gastos en educación y reducción de la pobreza.
Stephen Harper, primer ministro de Canadá en una foto de archivo
Stephen Harper, primer ministro de Canadá en una foto de archivo
lainformacion.com
Sandro Contenta, Toronto (Canadá)
Sandro Contenta, Toronto (Canadá)

Stephen Harper, primer ministro desde el 23 de enero de 2006, ha alabado en la celebración de su quinto año en el poder la agenda de ley y orden que ha promovido su Gobierno, insistiendo en que continuará aplicando políticas que "dejen de mimar a los criminales y empiecen a proteger a las víctimas".

"Cinco años después, os puedo decir que hemos hecho de Canadá un país más unido, más fuerte, más próspero y más seguro", afirmó ante unos 600 seguidores del Partido Conservador reunidos en Ottawa.

El discurso, retransmitido por televisión, coincide con el creciente rumor entre los analistas políticos sobre la posibilidad de un próximo adelanto electoral. Hay mucha especulación en torno a una posible unión de fuerzas de los partidos de la oposición para no aprobar el presupuesto nacional (previsto para finales de febrero o principios de marzo), lo que provocaría la caída del Gobierno de minoría de Harper.

Actualmente las encuestas dan a los conservadores de Harper menos del 37 por ciento de los votos, cifra con la que consiguió su segundo mandato en minoría en 2008.

Al parecer, los canadienses no se han dejado seducir por la imagen más amable y suave que intenta dar últimamente su primer ministro, que ahora elige ponerse jerséis de lana, ha sustituido las lentillas por gafas e incluso se anima a subir al escenario para cantar temas de rock.

Ningún líder canadiense de gobiernos minoritarios ha logrado mantenerse tanto tiempo en el poder como Harper, lo que refleja tanto su habilidad política como también la debilidad de los partidos de la oposición (el Partido Liberal de Canadá, reducido a principal partido de la oposición tras dominar históricamente la política del país, se mantiene a flote con un líder, Michael Ignatieff, que no ha conseguido despertar el interés de los votantes).

Durante los últimos cinco años los canadienses han visto las dos caras de Harper: una es la del político pragmático deseoso de limar los impulsos conservadores más extremos de su partido con la esperanza de lograr un Gobierno de mayoría; la otra cara es la del ultra partisano acusado de cortocircuitar la democracia y degradar el discurso político con desagradables ataques personales.

El resultado es un país que ha girado perceptiblemente hacia la derecha desde la llegada de Harper al poder, y una cultura política que es más polarizada y miserable.

La semana pasada, por ejemplo, el partido de Harper difundió una serie de anuncios con los que vuelve a cuestionar el patriotismo de Ignatieff. Los anuncios subrayan los numerosos años que su contrincante ha vivido en el extranjero, intentando retratarle como un político más apasionado por EE UU que por Canadá, y concluyen con la frase "Ignatieff: No ha regresado por ti".

El veterano analista político Jeffrey Simpson califica la campaña de "degradante y repugnante". "¿Qué se esperaba la gente? Los anuncios son un reflejo del primer ministro y del partido que ha hecho a su imagen", ha escrito.

En el terreno económico, Harper solo tiene que comparar a Canadá con EEUU para poder vanagloriarse de un trabajo bien hecho. Los bancos canadienses han capeado la recesión sin planes de rescate, el mercado inmobiliario permanece fuerte y el desempleo es del 7,6 por ciento (frente al 9,4 de EEUU).

Aún así, antes de la recesión Harper despilfarró el superávit presupuestario de 12.000 millones de dólares que dejó el anterior gobierno liberal con un festín de gastos y el recorte de impuestos a bienes y servicios. Con la caída del consumo por la recesión, el déficit es ahora de más de 50.000 millones de dólares.

En el lado democrático de la balanza, Harper ha suspendido dos veces el parlamento para evitar pasar por aprietos: una vez lo hizo para que los partidos de la oposición no formasen una coalición que le echase del Gobierno, y otra, en enero de 2010, para impedir que la cámara se enterase de lo que sabe el Gobierno sobre soldados canadienses que supuestamente entregaron a detenidos afganos a torturadores.

También ha concentrado más poder en su oficina. Según un reciente estudio, Canadá es el último de la lista en un análisis comparativo internacional sobre las leyes de libertad de información.

En el terreno legislativo no ha habido grandes iniciativas, y el perfil ideológico de Harper se ha dejado ver más a menudo en las iniciativas que ha cortado o no ha apoyado, tales como un plan nacional de cuidados infantiles del anterior ejecutivo liberal, un acuerdo para impulsar la educación y reducir la pobreza entre los aborígenes, el Protocolo de Kioto para luchar contra el cambio climático y la financiación de la popular Fiesta del Orgullo Gay de Toronto.

Su Gobierno ha endurecido las penas para algunos delitos, como la posesión de mariguana, lo que según algunos opositores servirá para aumentar la población de reclusos en un momento en el que el índice de criminalidad ha caído de manera significativa.

También ha cambiado la política exterior, con un giro abierto a favor de Israel. Harper tiene la dudosa distinción de ser el único primer ministro canadiense que ha intentado sin éxito lograr un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU, lo que se interpreta como una clara señal de la pérdida de respeto internacional del país.

También ha intentado, sin éxito, deshacerse del registro de armas largas, un sistema centralizado donde los propietarios de rifles y escopetas tienen que inscribir sus piezas. En su discurso del pasado domingo prometió intentarlo de nuevo si gana las próximas elecciones.

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