El romanticismo descarnado de la fotografía de Witkin se expone en París

  • La fotografía descarnada y cargada de un romanticismo macabro de Joel-Peter Witkin dialoga con una serie de grabados salidos de la colección de la Biblioteca Nacional de Francia (BnF) en una muestra que se expondrá en París hasta el 1 de julio.

Andrea Olea

París, 7 abr.- La fotografía descarnada y cargada de un romanticismo macabro de Joel-Peter Witkin dialoga con una serie de grabados salidos de la colección de la Biblioteca Nacional de Francia (BnF) en una muestra que se expondrá en París hasta el 1 de julio.

El trabajo de este fotógrafo neoyorkino, hijo de inmigrantes (lituano judío e italiana católica) fue siempre "controvertido", recordó a Efe la comisaria de la exposición, Anne Biroleau.

Así, la exposición "Infierno o Cielo" cabalga, como su protagonista, entre lo místico, lo sagrado, lo erótico y lo siniestro, caminando por el filo y muchas veces traspasando los límites de lo políticamente correcto.

Witkin, que comenzó su andadura profesional haciendo reportajes fotográficos para el Ejército estadounidense sobre suicidios, accidentes y otros casos que se producían en esa institución, encontró quizá en ese empleo el caldo de cultivo para desarrollar su proyecto.

Siempre desde su estudio, el que se define como fotógrafo, pero en realidad es también dibujante, pintor y grabador, compone sus fotografías tomando a modelos no profesionales, que ha conocido durante sus viajes o que han respondido a sus anuncios.

"Él viaja mucho", explicó la comisaria, "pero no por hacer turismo, sino porque le interesan las culturas y sensibilidades distintas a la americana".

Según los organizadores, su gran bagaje artístico y sus conocimientos del vocabulario plástico "se revelan en un despliegue extremo, que va de la mitología clásica a la cultura popular de Estados Unidos, de la iconografía religiosa a la pintura de fin de siglo".

Él mismo un ferviente católico, Witkin no busca "herir sensibilidades", tal y como advierte un cartel a la entrada de la exposición, sino abordar sin prejuicios temas que él considera universales.

Para ello, se adentra en la anatomía de cuerpos deformes y busca la ambigüedad, inmortalizando seres andróginos o de sexualidad difusa, al tiempo que esconde o enmascara su rostro "para borrar cualquier rastro de identidad", explicó la responsable de la muestra.

A través de una cuidadísima puesta en escena, muestra todo el espectro de miseria y sufrimiento humano, a través de temas como la muerte, la religión y las prácticas sexuales extremas, siempre teñidas de melancolía, en medio de una atmósfera de otro tiempo.

El disparo final es únicamente "una etapa intermedia dentro de un proceso que puede durar meses", según Biroleau.

En efecto, antes de cada sesión fotográfica, Witkin esboza croquis, establece un "atrezzo" en el que cada elemento cumple una función precisa, y ensaya posiciones hasta crear el momento perfecto, para posteriormente rayar negativos, añadir pintura o dibujar encima de la fotografía.

Los paralelismos entre las 81 instantáneas que componen la muestra y los 45 grabados, del Renacimiento al siglo XX, de artistas como Durero, Goya, Rops o Picasso, permiten, en palabras de la comisaria, "que cada visitante haga una reflexión personal sobre la circulación de las formas y los temas en la obra de Witkin".

"En realidad, esta exposición deja claro que su forma de aproximarse a la muerte y al sexo ya existía en la Edad Media y en el Renacimiento" continuó Biroleau.

En su opinión, "aunque Witkin reinterpreta obras pictóricas clásicas o ilustra poemas de grandes poetas de siglos pasados, su fotografía va más allá de las simples referencias y establece sus propias alegorías y categorías morales".

El nombre de la exposición alude a unos versos de Charles Baudelaire, en los que el poeta maldito se pregunta al "hundirse en el fondo del abismo, Infierno o Cielo, ¿qué importa? ¡Hasta el fondo de lo Desconocido, para encontrar lo nuevo!".

Biroleau explicó que con ello quería identificar a Witkin con el movimiento Dandy, en boga a finales del siglo XVIII, que el mismo Baudelaire definió más tarde como una búsqueda de distinción y de nobleza en medio de la decadencia.

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