¿Se equivoca la UE?

El virus y la energía: Europa se la juega y apuesta todo al verde para salvar la crisis

El virus y la energía: Europa se la juega y apuesta todo al verde para salvar la crisis.
El virus y la energía: Europa se la juega y apuesta todo al verde para salvar la crisis.

Bruselas y los mil y un lobbies que lleva pareja comienzan a salir tímidamente de su particular confinamiento. Dos palabras comienzan a escucharse tímidamente por las frías aceras de la Rue de la Loi: recuperación y energía. Las capitales empiezan a debatir cuál será la mejor salida posible y qué energía será la más adecuada para ello. La cuestión es que existen tantos tipos de recuperaciones como tonalidades cromáticas hay en nuestra paleta energética. De la mezcla de todas ellas obtendremos el color final de nuestro rescate económico, que siempre pasará por la elección de un modelo energético frente a otro.

La salida 'negra'

Junto al coronavirus, la estrepitosa caída del precio del petróleo se ha convertido en uno de los principales peligros de la economía mundial. El derrumbe histórico de los precios, en los principales mercados de cotización del oro negro, alcanza el 70% en el caso del West Texas y de casi el 60% en el Brent. Esta circunstancia, sin duda, favorece a las economías basadas en el consumo intensivo de esta fuente de energía, además de, en nuestro caso, favorecer la balanza comercial al abaratar el coste total de nuestra importación de productos energéticos, favoreciendo las exportaciones.

A pesar de estas consecuencias positivas, el derrumbe de los precios está fundamentado en dos cuestiones coyunturales. Por un lado, el descenso de la demanda internacional debido a la crisis del coronavirus y, por otro, la 'inundación' de producto en los mercados, como consecuencia de la guerra vivida entre Rusia y la OPEP que ha provocado un aumento de la oferta. Como en cualquier otro mercado, si al aumento de oferta le unimos la disminución de la demanda, no obtendremos otro resultado que la bajada o más bien 'despeñamiento' de los precios.

Un precio por los suelos podría apuntar a que la salida de la crisis debería ser negra, pero las características energéticas europeas pasan, de momento, por una altísima dependencia energética, amén de los más de 330.000 millones de dólares destinados a inversión renovable mundial solo en 2018. La nueva Directiva Europea de Energías Renovables plantea un objetivo de un 35% de energía limpia para toda la UE, algo que no podrá ser alcanzado sin una multimillonaria inversión por parte de los Estados miembros. La salida negra se ve frenada por el condicionante técnico y político.

La recuperación a medio plazo de los precios del petróleo, los costes impuestos a las empresas altamente contaminantes y la ineficiencia que provocaría tirar por la borda toda la inversión realizada hasta el momento hacen que el color negro no suponga más que una pequeña pincelada en el futuro energético de Europa.

La salida 'verde'

Pese a su coste, es la opción que más apoyos institucionales está recibiendo. La mayor parte de las veces más por miedo que por convicción. En realidad, el meollo de las discusiones y disquisiciones energéticas de la última década esconden detrás no tanto un cuestionamiento del modelo energético basado en los combustibles fósiles, un debate ya absurdo, sino el calendario de transición que trae consigo. Este afecta tanto a las empresas energéticas e industriales como a los Estados. Las primeras luchan por posicionarse en una situación ventajosa, mientras que los segundos tienen que asumir mayores costes en función de las fechas y plazos necesarios para llegar a los objetivos aprobados por Bruselas.

Las energías renovables han demostrado hasta el momento ser una tecnología cuyo patrón de impulso ha sido, principalmente, las políticas públicas. Sin ellas, su desarrollo está condenado al fracaso, al menos hasta que sean plenamente competitivas, en precio y fiabilidad, algo que sin inversión pública y privada será imposible alcanzar. Aquellas que comienzan a ser competitivas se lo deben en gran parte a los miles de millones de euros dedicados en los últimos años por parte de las administraciones públicas. Solo en España requerirán inversiones de entre 60.000 y 70.000 millones en los próximos diez años hasta 2030.

Evidentemente, la recuperación tendrá que dedicar una parte sustancial de la financiación a paliar los costes sociales de la crisis. Algo mucho más urgente en el corto plazo, que una planificación energética a medio o largo plazo. En el difícil equilibrio presupuestario comunitario, destinar dinero a un sector implica quitarlo a otro y este temor empieza a surgir en Bruselas. Solo así pueden explicarse los miedos y reivindicaciones que surgen en los muchos memorándums o declaraciones que apuestan por el mantenimiento de las inversiones renovables anteriores a la entrada del Covid-19 en nuestras vidas.

La salida 'azul'

Como en todas las teorías económicas, siempre existe una tercera vía en la que el eclecticismo encuentra su principal virtud. Los bajos importes del petróleo llevan aparejados que haya otro hidrocarburo beneficiado. Así, los precios del gas están directamente afectados por su indexación al precio del petróleo, por lo que, aunque sea artificialmente, se ven favorecidos en un escenario de cotización baja del crudo.

La salida azul presenta otras dos ventajas en una época de crisis. En primer lugar, supone la energía idónea de respaldo a la salida verde. Aporta la ‘gestionabilidad’ imprescindible para la integración de las renovables en el sistema. Allí donde no brille el sol o sople el viento, este hidrocarburo podrá aportar su poder calorífico y bajas emisiones que, nunca serán cero, pero reflejan una reducción considerable con respecto a la salida negra.

Por otra parte, y ya en clave nacional, España arrastra una característica desde la reconfiguración del sistema energético diseñado en 1997. Nuestras infraestructuras y redes energéticas están basadas en una premisa que apenas se ha cumplido durante los últimos 20 años. Están optimizadas para fuentes energéticas en las que el gas debería jugar un papel protagonista. El complejo entramado de redes y generación centralizada son grandes escollos en la carrera por el autoconsumo y la generación distribuida, base de las renovables. Estas dos condiciones son imprescindibles, si queremos asegurar un crecimiento sostenible de las renovables para alcanzar los objetivos previstos.

La salida azul presenta, como todas, opciones negativas. La dependencia del exterior continuaría siendo un punto en contra insalvable. Un aspecto en el que no admiten argumento en contra. Europa podrá garantizar la diversidad de las fuentes de aprovisionamiento, pero nunca la autonomía suficiente que asegurar el abastecimiento energético propio de este hidrocarburo. La inestabilidad geopolítica en su origen también juega en contra en esta complicada balanza de lo bueno y lo mejor.

La Comisión Europea y la mayoría de países de la Unión han advertido que no se debe retroceder ni un ápice en el Pacto Verde. Es una opción políticamente deseable, técnicamente posible, pero, en tiempos de recesión, económicamente arriesgada. Todas las salidas son buenas, siempre que nos saquen de una crisis que también tendrá su dimensión industrial y económica. Tan equivocado sería renunciar a todos los logros obtenidos en la lucha contra el cambio climático como obviar que las circunstancias han cambiado por la mayor crisis económica vivida en nuestro continente desde la II Guerra Mundial.

Los juristas acuden al ‘rebus sic stantibus’, aquella clausula aplicable cuando las circunstancias extraordinarias, y no previstas, imponen que hay que modificar lo establecido en un contrato. Igual Europa no debe buscar una única salida y la solución sea optar por la policromía con un objetivo común: competitividad con el menor coste ecológico posible.

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