Del "America First" al "Buy American"

El mundo después de la 'era Trump'

La victoria de Biden parece augurar un retorno lento pero seguro de la principal potencia al liderazgo mundial. Pero las cicatrices que deja el ‘trumpismo’ tardarán bastante tiempo en curarse.

Dos asistentes se toman una fotografía durante el discurso del presidente estadounidense, Donald Trump (C), en un acto de campaña en Pensacola, Florida.
Donald Trump durante un acto de campaña en Pensacola, Florida.
EFE

La agónica espera para saber quién es el nuevo líder mundial se acerca a su fin. Los estados de EEUU han ido tiñéndose de rojo y azul, alternando entre alegrías o tristezas en función del protagonista de una película que, pese a estar rodada en Washington, tendrá repercusiones en todos y cada uno de los rincones del planeta.

Ni Estados Unidos ni el resto del mundo serán los mismos tras las elecciones del 3 de noviembre de 2020. El panorama interno nos deja un país profundamente dividido y en el que las cicatrices sociales que deja el ‘trumpismo’ tardarán bastante tiempo en curarse.

Un primer análisis de las consecuencias que para el mundo tendrá la retirada de la escena internacional de Donald Trump nos trae como derivada la vuelta de Estados Unidos a un enfoque multilateral de la política internacional y las relaciones comerciales. Eso sí, al igual que nada será igual tras la pandemia, el multilateralismo tampoco. La victoria de Biden parece augurar un retorno lento pero seguro de la principal potencia al liderazgo mundial. Todo con sus pros y contras.

La despreocupación por los asuntos internacionales ha sido una constante en el mandato de Donald Trump. Un aspecto que ha llevado a un mundo más inestable que nunca y en el que potencias emergentes se han lanzado a reclamar un espacio que antes pertenecía a la diplomacia americana. Turquía, Libia, Arabia Saudí, Catar y Rusia son claros ejemplos de zonas geográficas en los que los conflictos y tensiones han proliferado conforme el abandono ‘trumpiano’ ha ido imponiéndose como estrategia.

El deterioro de las relaciones con los tradicionales aliados de los Estados Unidos ha sido una constante durante los últimos cuatro años. Una tensión que se ha acentuado especialmente en el seno del Comité Político y Militar de la OTAN, donde el principal argumento estratégico y geopolítico americano ha estado basado en la política del aumento de presupuesto militar europeo para dotar a sus fuerzas armadas de una tecnología militar que difícilmente podrán aprovechar en su totalidad. Países Bajos, Bélgica, Polonia, Italia y por supuesto Reino Unido han sucumbido a esa política vacía de análisis estratégico y generosa en dinero con el que regar la industria armamentística norteamericana.

La relación especial con Israel ha presidido gran parte de su agenda internacional, lo que ha supuesto una profunda transformación del tablero en Oriente Próximo. Todo a cambio de dinamitar la alianza fáctica en el mundo árabe y el sacrificio del peón palestino que, sin embargo, no parece haber ocasionado mucho más daño del que ya sufría la región.

El "Buy American" sustitye al "America First"

La primacía por ‘lo americano’ no cambiará mucho. Al igual que en el pasado, el "America first" será sustituido por el "Buy American", el eslogan con el que Joe Biden ha acompañado su programa económico y que tiene como objetivo hacer que la industria y productos americanos vuelvan a ser fabricados en un país que tiene como 'lacra' un 6,9% de desempleo en plena pandemia.

El abandono unilateral de Estados Unidos del Acuerdo de París, el acuerdo nuclear con Irán y la guerra comercial y arancelaria con China y la UE, todas ellas protagonizadas con vehemencia por Trump, serán la herencia que Joe Biden deberá administrar con mano izquierda para evitar generar más inseguridad jurídica y política en un convulso panorama internacional.

En este sentido, la vuelta de Estados Unidos al redil de las conferencias sobre el clima entra dentro de toda lógica teniendo en cuenta que el próximo presidente de los Estados Unidos ya ha anunciado que la transición energética será uno de sus principales pilares en la vuelta del país a la normalidad democrática y económica. Los más de dos billones de dólares que los demócratas invertirán para hacer realidad el sueño de una Norteamérica libre de CO2 nutrirán en buena parte el estómago de una industria nacional castigada por una década de olvidos y promesas incumplidas.

China será la espina clavada en el corazón del que fuera 45º presidente de los EEUU. Su visión de hombre de negocios metido a mandatario internacional ha ocasionado una profunda brecha entre dos bloques económicos condenados a entenderse. Seguramente la estrategia positivista y pragmática ‘trumpiana’ contemplaba la tensión máxima de las relaciones con el gigante asiático en su primer mandato para ofrecerle como el adalid perfecto de la negociación en el segundo periodo de gobierno. A fin de cuentas, los negocios se basan en los acuerdos en los que todas las partes salen beneficiadas y Donald Trump ha demostrado ser un gran hombre de negocios, incluso demasiado, a ojos de la siempre exquisita Europa.

La próxima administración americana deberá abordar un acuerdo comercial con China. De lo contrario, gran parte de la industria americana seguirá deseando fabricar los productos que ahora se construyen en las fábricas de Guangzhou y Shenzhen. El comercio internacional y los grandes fondos de inversión acompañarán a Joe Biden en su intento por normalizar unas relaciones tan deterioradas como imprescindibles para la normalización del comercio internacional.

Por último, no es descartable que las elecciones no terminen hoy y eso sí puede ser un desencadenante de una crisis institucional y política en Estados Unidos con ramificaciones en el planeta entero. El abandono y desafección de dirigentes republicanos es un adelanto de un movimiento que puede extenderse durante toda la legislatura de Biden.

Por primera vez desde la fundación de los Estados Unidos puede quebrarse uno de los principios que han regido las relaciones políticas del país. Tradicionalmente las elecciones norteamericanas han sido un juego del todo o nada. El ganador asumía su papel y respetaba el papel transitorio de su predecesor hasta que se celebre la ceremonia de investidura el 20 de enero.

Durante este tiempo el compromiso del perdedor se basaba en asumir la derrota y en pasar a una mejor vida política, cuando no al olvido social. En este sentido, la democracia americana presenta similitudes con la ateniense cuando condenaba al ostracismo por mal gobierno o una conducta reprochable a sus más eminentes personalidades. Todo hasta Donald Trump, que parece haber nacido para poner en cuestión cualquier lógica política e incluso democrática.

En esta ocasión podemos estar ante un fenómeno social que perdure a la derrota y nazca como la primera oposición interna y apartidista de los Estados Unidos. A los rojos y azules puede sumarse próximamente un partido blanco ajeno a las mecánicas burocráticas de republicanos y demócratas.

No puede haber ‘trumpismo’ sin Trump y lo más peligroso es que el actual presidente de los Estados Unidos de Norteamérica lo sabe.

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