Desde la América profunda

Maine, el rincón donde los 'personajes' de Stephen King votan a Donald Trump

El Estado más extenso de Nueva Inglaterra no apoya en masa a los demócratas como el resto del noreste más rico. La mitad de este territorio eligió ir en 2016 contra la mayoría por primera vez en la historia.

La captura de la langosta es esencial en Maine. En la imagen, el pueblo pesquero de Stonington.
La captura de la langosta es esencial en Maine. En la imagen, el pueblo pesquero de Stonington.
La Información

Derry, Castle Rock, Salem’s Lot. Son pueblos tan sangrientos que el rey del terror, Stephen King, tuvo que inventárselos para situar a sus monstruos para que los pacíficos habitantes de Maine, Estado en el que nació y ha vivido gran parte de su vida, pudieran dormir tranquilos por las noches. Ahora, según cumple años, King vive cada vez menos tiempo en su tierra natal, entre los bosques y los lagos, la nieve y el mar azotado por el Polo Norte que cría a las mejores langostas del país. Prefiere el calor de Florida. 

O eso dice, porque, pese a que pocos famosos han sido tan críticos contra Donald Trump desde 2016 en las redes sociales, prefiere pasar por alto que sus vecinos, los reales, prefirieron al republicano frente a Hilary Clinton. Un escalofrío -y no por las bajas temperaturas- recorrió el corazón demócrata en uno de sus feudos históricos: hacía casi 30 años que el azul barría en las presidenciales (el rojo que representa a los republicanos había dominado de manera aplastante antes desde la Guerra Civil) hasta que llegó el magnate y logró cambiar el curso arañando a un representante de esta esquina gélida del continente americano. 

Agradecido por aquello, o necesitado hasta de la última papeleta, Trump hizo una parada sorpresa el pasado domingo 25, a poco más de una semana del decisivo 3 de noviembre, en el interior de Maine. Lo hizo en una granja familiar donde reunió a unas 4.000 personas (poca distancia social y menos mascarillas) y donde les recordó a los suyos todo lo que su administración ha hecho por los productos locales a cuenta de su política comercial. Ya que estaba, se hizo fotos a pie de huerta con calabazas sonrientes. 

Maine es un territorio peculiar. No solo porque sea la tierra del payaso Pennywise o los gatitos que resucitan para matar a sus dueños; tampoco porque otro autor de éxito, el irlandés John Connolly, sitúe allí las andanzas del inquietante detective Charlie Parker en su lucha contra criminales y algún engendro sobrenatural. Las rarezas son más bien administrativas en una zona donde nieva hasta bien entrado mayo y a partir de octubre. Junto a Nebraska, es el único Estado que no aplica la mecánica general de que el candidato con más papeletas se lleva todos los ‘votos electorales’. La circunscripción de Maine se divide en dos distritos (parejos en cuanto a población representada) y sus cuatro ‘votos’ a la Presidencia se reparten entre los dos que van al más apoyado en el conjunto del Estado y uno por el que venza en cada una de esas dos subdivisiones. 

Por primera vez desde que se aprobó la peculiaridad a principios de los 70, un candidato distinto al ganador general se llevó un distrito independientemente. Trump ganó por diez puntos de diferencia en el Distrito 2 de Maine y los 15 puntos de Clinton en el primero le dieron la ventaja total para los tres votos restantes. Este año las encuestas dan a Joe Biden una ligera ventaja también en el disputado interior del Estado, pero la horquilla es demasiado pequeña para no descartar un nuevo vuelco el próximo martes. A Hilary hace cuatro años le daban más ventaja y perdió.

Como mucho, hay en juego un voto. ¿Por qué importa tanto? Cada papeleta cuenta, contestarían los políticos. Pero aquí es donde entra el simbolismo de vencer en territorio hostil. O no tan hostil, porque Maine es símbolo de tantas cosas, una muestra en miniatura pero casi perfecta del resto de un país que el planeta creía de una manera hasta que vino Trump y dejó claro que Estados Unidos es más que Nueva York o Hollywood. En esta esquina con niebla constante habitan las dos almas enfrentadas de toda una nación. Por supuesto que los personajes despiadados de King no votan... pero sí los lugareños reservados y muy suyos en los que el escritor se inspiró para inventar sus tramas.  

Maine es un Estado con apenas 1,3 millones de habitantes (entre los diez menos poblados) y con un tamaño en la media. En demografía, su dato más relevante es que el 93% de sus residentes son blancos, la cifra más elevada de EEUU. También hay campo. Mucho. Se trata del Estado más "rural" de todo el país, con casi un 62% de su población. Casi le empata el cercano Vermont en una estadística que, en el ámbito nacional, no llega ni al 20%, según determina la oficina nacional del Censo, que considera rural todo aquel americano que no vive en una ciudad o núcleo urbano (en California, no llega ni al 5% los que viven alejados de la urbe). 

Esa dependencia del campo (o del agua, sea salada con todo su frontal ante el Atlántico o dulce, ya que se le considera como el Estado de los lagos) explica que presente unos ingresos medios por hogar por debajo de la media nacional y lo convierten en el más pobre de Nueva Inglaterra, una zona que, por otra parte, coloca tres de sus seis estados entre los ocho más ricos de EEUU: Massachusetts, Connecticut y New Hampshire. Los 55.000 dólares de ingreso medio por hogar de Maine lo sitúan más en la liga de los estados del sur que de sus compañeros del norte, que no bajan de 75.000. 

Por lo menos, en las estimaciones del INE americano de 2018. La campaña de Trump prefiere recurrir a un organismo paralelo que le da mejores comparativas como es la Reserva Federal de San Luis, y en el que las medias son algo más elevadas. Sea como sea, en la serie de informes territoriales que la Casa Blanca lanza para vender los logros del candidato republicano en la carrera electoral, se destaca que, "gracias a las bajadas de impuestos y otras políticas del presidente", los ingresos en cada hogar de Maine se han disparado un 25% en los dos últimos años, algo así como una mejore de más de 13.000 dólares. Rematan el dato con el de los ocho años de Obama, cuando se recortó la riqueza en 2.000 euros por casa.

Con ello, y con casi 90.000 hogares que se han beneficiado de las ayudas fiscales por niño, el equipo de Trump desmiente "que solo les bajemos los impuestos a los ricos". Pero, por encima de la pata tributaria, al candidato a la reelección le gusta hablar en zonas como Maine (o en toda esa América profunda o rural) de los efectos de su guerra comercial y que se traducen en "miles y miles de empleos". Para un Estado remoto como Maine las batallas con China o la Unión Europea se han plasmado en una defensa rabiosa de la agricultura local, que en este caso se especializa en arándanos, leche, patatas o la langosta. 

Precisamente, sobre esta última el presidente se muestra muy orgulloso de la orden ejecutiva que firmó en mayo y que liberó para su explotación alrededor de 5.000 millas cuadradas de costa (la mitad de Cataluña en extensión) protegidas desde 2016 frente a las costas de Maine. En paralelo, y sin salir de la barca que captura la langosta, ha estado pagando a decenas de miles de pescadores subsidios especiales como compensación por "las malas prácticas chinas" y, además, ha logrado desbloquear su venta a Europa.

Hablando de Europa, en el frente de la industria Trump trajo buenas noticias para Maine, tanto para el foco de la aviación civil en torno a su ciudad más rica y conocida, Portland (que está en la zona que no le vota: solo un 17% de sus habitantes lo hizo en 2016) como para los astilleros que fabrican embarcaciones para la Armada americana o participan en el proyecto del F-35 que se le está vendiendo a países como Bélgica, Israel, Japón o Corea del Sur. Entre el sector primario y secundario, todas estas medidas afectan a cientos de miles de empleos (la tasa de paro en Maine es de un 3,5%, entre las diez más bajas del país) que se traducen en votos. 

Por el contrario, en la Maine republicana tampoco se habla demasiado de la Covid-19. Es cierto que fue el Estado con menor incidencia de la enfermedad de todo el país (con unas cifras casi anecdóticas), pero justo este miércoles se ha batido el récord de casos diarios (con 87 nuevos) de toda la pandemia y la incidencia acumulada en 7 días acaba de superar los 50 casos por 100.000 habitantes, según sus propias autoridades. Como se puede apreciar en las imágenes del acto de Trump en la modesta granja del interior, la preocupación o la precaución no son muy elevadas.

La guerra de Trump es otra: menos impuestos, cuidar de sus productos locales y de su industria. El mensaje de Trump en el Distrito 2 de Maine (el profundo, el agrícola, la antítesis de las ciudades turísticas, costeras y prósperas del sur estatal que votan azul en masa) es el mismo que le sirvió para arañar comarcas rurales en otros estados y decantar la balanza a su favor allí donde los demócratas fueron a las urnas en 2016 con cinco o seis puntos de ventaja en las encuestas. Maine, en efecto, solo le dará un voto electoral en el mejor de los casos pero, si se repite la historia de hace cuatro años tanto aquí como en otros estados repletos de granjas y obreros de grandes fábricas que han asumido el mensaje de 'América primero', la pesadilla para demócratas y medio mundo solo habrá llegado a su ecuador. Y los libros de Stephen King siempre guardan lo peor para el final. 

Mostrar comentarios