“La clase media se está convirtiendo en una reliquia”

Epidemia de desesperanza en EEUU: los blancos mueren cada vez más jóvenes

La tendencia se acelera entre las personas blancas con empleos de baja cualificación. Los economistas temen que la crisis sanitaria alimente las muertes en las comunidades socialmente más desfavorecidas.

Epidemia de desesperanza en EEUU: los blancos mueren cada vez más jóvenes
Epidemia de desesperanza en EEUU: los blancos mueren cada vez más jóvenes
EFE

Los estadounidenses mueren cada vez más jóvenes. Pasa en todos los grupos sociales y étnicos. Pero la tendencia se acelera y se hace más pronunciada específicamente entre las personas blancas que ocupan empleos de baja cualificación y que nunca fueron a la universidad. Se sienten perdidos y la pandemia eleva el riesgo de caer en una desesperación que les puede costar la vida.

Es difícil concebir el coste social a largo plazo de un impacto de la magnitud del coronavirus en la economía. Pero las muertes prematuras por desesperación ya eran un problema serio antes de la pandemia. Solo tres años antes fallecieron por este motivo 158.000 personas en los EEUU. Equivale a un B737 MAX estrellándose cada día lleno de pasajeros durante un año.

A mediados de los años 1990 eran unos 69.000 los fallecidos por desesperación. Aunque son menos visibles y disruptivas que las muertes por coronavirus, acecha también desproporcionadamente a las personas menos educadas y con bajos ingresos. Pero para la epidemia de desesperanza no hay vacuna. Lynn Parramore, analista del Institute for New Economic Thinking, anticipa por eso que los efectos más severos de la pandemia seguirán yendo a la caza durante décadas de los grupos más vulnerables. “Muchos estadounidenses ya se ahogaban en las olas de la desesperación mucho antes de declararse la crisis sanitaria”, señala, “el coronavirus las puede acabar convirtiendo en un verdadero tsunami”.

Los datos del Centro para el Control de las Enfermedades (CDC) muestran cuando se produjo el punto de inflexión. La esperanza de vida se redujo por primera vez en décadas entre 2014 y 2015. Se esperaba que hubiera sido algo pasajero, pero volvió a suceder en 2016, año en el que ya morían más blancos de los que nacían, y continuó en 2017. La última vez que se vio una contracción tan prolongada fue con la gripe de 1918.

Los economistas señalan como factor la desigualdad. Anne Case y Angus Deaton publicaron precisamente en 2015 un estudio en el que hicieron sonar las alarmas por las muertes por suicidio, sobredosis y la ingesión de alcohol entre los blancos. Aunque sus ingresos son más altos que los negros e hispanos, se sienten más enfermos y estresados, son más proclives a sufrir dolores y tienen dificultad para trabajar.

Las muertes prematuras entre adultos se redujeron un 8% entre 1999 y 2015 gracias principalmente a las terapias para combatir el VIH, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer. Sin embargo, al desglosar las estadísticas, en los grupos de población blanca no hispana crecieron por los suicidios, envenenamiento y enfermedades del hígado. La tendencia era más evidente fuera de los grandes núcleos urbanos.

Los negros en EE UU sigue teniendo una mortalidad prematura mayor en términos absolutos en todos los grupos de edad. Pero la tendencia es más desfavorable entre los blancos y eso provoca que se vaya cerrando la brecha entre los dos grupos de población. Si se mantiene la tendencia, se igualarán en una década. Lo mismo sucede con los hispanos comparado con los blancos. Y esto pasa mientras crece con Europa.

Los dos profesores de Princeton publicaron en marzo de 2020 un libro en el que acuñan el término “muertes por desesperación” y en el que señalan que la epidemia de los opiáceos, la inestabilidad laboral, un sistema de salud predatorio, una red social desmembrada y la globalización como factores que alimenta esta tragedia. La socióloga Shannon Monnat añade que la adicción a los opiáceos no habría generado esta espiral sin esa brecha creciente entre los que tienen y los que no.

Monnat observó con su investigación en la Universidad de Syracuse que hay menos muertes por opiáceos en las comunidades con mayor estabilidad económica, una red de asistencia social robusta y mejor calidad de empleos. “Las políticas tienen un impacto en la mortalidad”, señala, “porque bloquean el acceso a la atención médica y no promueven el empleo decente y seguro”. En otras palabras, “la miseria no es algo que sucede de la nada”.

La esperanza de vida se redujo por primera vez entre 2014 y 2015. Se esperaba que fuera algo pasajero, pero volvió a pasar en 2016 y siguió en 2017. Morían más blancos de los que nacían

La conclusión de Elizabeth Stein, de la Escuela de Salud Pública en la Universidad de Wisconsin, es demoledora. “Esta tendencia está causada primordialmente por conductas de salud autodestructivas relacionadas con factores sociales y económicos subyacentes en las comunidades”, opina. La doctora añade que es aún más pronunciada en adultos en edad de trabajar, menores de 65 años.

Janet Yellen ya dijo cuando presidía la Reserva Federal que las sobredosis afectarían al rendimiento económico. La socióloga trabaja ahora en un equipo que trata de determinar cómo la pandemia por el coronavirus está impactando a los consumidores de drogas en Nueva York. La CDC ya observó un incremento de las muertes por sobredosis durante la crisis sanitaria. El aislamiento y la soledad por el confinamiento, cree Shannon Monnat, representa ciertamente un factor.

"La clase media se está convirtiendo en una reliquia"

La reducción en la esperanza de vida entre los adultos blancos no se está observando en ningún país industrializado y contrasta con décadas de progresos. “La clase media en EEUU se está convirtiendo en una reliquia”, valora la doctora Parramore, “nos estamos convirtiendo en lo más parecido a un país del tercer mundo, con una economía dual con recursos, perspectivas y destinos divergentes”.

Peter Temin, profesor del MIT, señala que en una de esas dos economías vive un 20% de los estadounidenses. Es gente educada en las universidades, con buenos empleos en finanzas o nuevas tecnologías y que se van a dormir sabiendo que tendrán dinero para llegar a final de mes. Además cuentan con la red social para seguir alimentando su éxito y ser influyentes para prosperar.

Para el otro 80%, las oportunidades decrecen y la vida para sus familias se hace incierta. Son ciudadanos ahogados por las deudas y ansiosos con el futuro de su trabajo. “Muchos enferman y mueren más jóvenes de lo que solía ser”, apunta Parramore. “Esta economía dual separa a los EE UU de la idea de lo que la mayoría de nosotros pensamos que debía ser”.

Carol Graham, de Brookings Institution, considera que la pandemia creó una tormenta perfecta que aumenta las profundas desigualdades que existían antes de la crisis. “Las muertes por drogas, alcohol y suicidios superan el millón desde 1999”, indica, “son principalmente blancos no hispanos con niveles educativos bajos”. “Las muertes por desesperación son la cara más dura del declive de la clase trabajadora blanca”, valora.

Los analistas coinciden al señalar que el racismo subyacente en la sociedad estadounidense distorsionó, además, el impacto de la creciente desigualdad económica. La mayor parte del empleo con bajos salarios es ocupado por blancos, pese a que los políticos digan que es negro para apelar a prejuicios raciales. “La economía dual les daña por igual”, indica Temin. Eso hizo a los blancos invisibles en la política pública.

La victoria de Donald Trump en las presidenciales de 2016 se explica en gran medida en que supo dar voz a este colectivo y el republicano supo amplificar su rabia. El problema es que la tendencia no solo continúa, sino que se acelera y eso está contribuyendo a perpetuar una economía dual en la que los que menos tienen no pueden pensar en su futuro porque están centrados en ver como sobrevivir al presente.

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