Filipinas: turismo en vías de desarrollo

  • Las 1.007 islas que componen el archipiélago filipino suponen una peculiaridad cultural llena de contrastes. Frontera geográfica entre Asia y Oceanía, el país conjuga influencias asiáticas, malayas y españolas. Es un baluarte de la iglesia católica, pero en el sur del país se amotina la creciente población musulmana en una escalada terrorista. Mezcla enormes rascacielos y hoteles de lujo con la pobreza de las calles de Manila. La regulación extrema contra el tabaco impacta frontalmente contra la jungla caótica que se vive en el asfalto. Son sólo algunos ejemplos de los múltiples contrastes que ofrece una alternativa turística creciente en el sudeste asiático.
Filipinas, turismo en vías de desarrollo
Filipinas, turismo en vías de desarrollo
Borja Ventura
Borja Ventura

Manila recibe al viajero con una bofetada. Los 35 grados de temperatura y la humedad relativa por encima del 90% pesan tras las horas de vuelo. La ruta más directa llega desde Amsterdam (entre 335 y 650 euros la tarifa más barata). El primer contraste del que el turista se da cuenta es el ambiental: enfrentarse al infierno de la calle resulta aún más duro cuando se sale de cualquier local dotado de un aire acondicionado que siempre colocan a la máxima potencia. El choque térmico está asegurado.

A pesar de ser una ex colonia, en Filipinas los lazos con España están bastante difuminados. Sí existe cierto cariño hacia los españoles, pero no esconden recriminar que los antiguos pobladores no les permitieran hablar castellano (sólo lo enseñaron a las clases altas). Nuestro idioma pervive sólo en algunos dialectos de la zona, como el ‘chabacano’ (así llaman a su lengua vulgar) o el ‘cebuano’ (de la zona centro), pero no en la lengua principal, el tagalo. Ni siquiera en la cocina se aprecia la huella española: es mucho mayor la herencia mexicana (la colonia se gobernaba desde allí) que la nacional. Todo lo que quedaba de España se encargaron los norteamericanos de erradicarlo tras el llamado "e;desastre del 98″.

Filipinas es un país lleno de contradicciones. A caballo entre Asia y Oceanía, mantiene tenues influencias españolas y mexicanas, tanto en lo cultural como en lo culinario. Pero no son los únicos ingredientes del pastel: los posos malayos en la raza y el idioma, la creciente población de origen chino y su implantación en la zona o el enorme poder de la iglesia católica en oposición con el auge del integrismo al sur del país completan un cóctel peculiar. Filipinas es un poco de todo y un poco de nada, una peculiaridad en mitad del Pacífico.

Arquitectónicamente es tan caótica como en lo demás. Como todo país en vías de desarrollo carece absolutamente de clase media, algo que se percibe en el perfil de su ciudad: enormes rascacielos de oficinas y hoteles de lujo contrastan con las infraviviendas a pie de calle. No en vano, dos de las tres ciudades más grandes del mundo según el tamaño de su área están en el país. En una ruta urbana lo más llamativo es sin duda el tráfico. Centenares de motocicletas cargadas con gente (tres como mínimo), sidecares y jeepneys (los taxis y autobuses del país) se agolpan en las calles. Los semáforos existen, pero nadie los mira: no es tan raro entrar en una avenida y cruzarla con el semáforo en rojo, o adelantar con línea contínua e ir pitando para que los que vienen de frente se echen al arcén.

Pobreza, riqueza y devoción

Según las estadísticas, Filipinas no es un país especialmente pobre (es el 47º del mundo en Producto Interior Bruto), pero pasear por Manila (no tanto en el resto del país) hace ver lo contrario. De noche decenas de personas duermen al raso, sobre la acera, mientras niños desnudos juegan chapoteando en charcos de agua contaminada. La prostitución sale al encuentro del turista: si pasear por la ciudad implica que algún proxeneta se acerque a ofrecer sus servicios no es difícil imaginar qué se puede encontrar en las zonas de ocio nocturno tan frecuentadas por los extranjeros.

La nota más triste del país es, probablemente, la situación de los niños. Dejando de lado la explotación sexual en el país, un auténtico problema humano, a los pequeños es a quienes más afecta la pobreza. Hacen de vendedores urbanos (desde tabaco y flores a Viagra), de guías para turistas… todo vale. Y eso no es un caso exclusivo de la capital: los niños mendigo aguardan incluso subidos a las barcas junto a los muelles del sur. Los "e;gitanos del mar"e; les llaman.

En toda esta problemática social se esconde una natalidad disparada, una masificación social, entre otros factores. La media es de más de tres hijos por mujer filipina, debido en parte a una importante primacía del sector primario en la economía, en algunas zonas con ciertas reminiscencias feudales: el dueño del latifundio alquila sus tierras a quienes las trabajan. El razonasmiento es simple, a más hijos, más manos para trabajar.

Como segundo factor de la explosión demográfica (podrían superar los 100 millones de habitantes en siete años, según el Gobierno), algunos filipinos apuntan al enorme poder de la iglesia católica en un país con unas creencias religiosas muy asentadas y tradicionales. "e;Tras cada inauguración o acto público en las fotos en la prensa siempre aparece un representante de la iglesia"e;, comentaba una filipina. En unos meses se celebrarán unas elecciones que se antojan fundamentales de cara a asentar el crecimiento de un país con un enorme potencial enclavado en la que está llamada a ser el área económica más importante del mundo.

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