La voz del exfutbolista de élite

'Fucking Brexit!': la visión de Michael Robinson sobre el divorcio con la UE

Michael Robinson en la presentación de World Football Summit 2018
Michael Robinson en la presentación de World Football Summit 2018
EUROPA PRESS - Archivo

Pocos británicos conocen tan bien España como Michael Robinson. El exfutbolista de élite aterrizó en Pamplona hace treinta años y se quedó para siempre en nuestro país, abriéndose camino como comentarista deportivo en programas como 'El día después' e 'Informe Robinson' hasta que acabó convirtiéndose en una de las voces más conocidas del deporte. En su libro 'Es lo que hay' (Ed. Aguilar), comparte su visión de la vida, el fútbol... y la salida de su país de la Unión Europea, sobre la que manifiesta, "a calzón quitado", un rechazo frontal. Coincidiendo con la ruptura oficial del Reino Unido con el club comunitario, Robinson ha permitido a La Información reproducir uno de los capítulos de la obra, titulado 'Fucking Brexit!'.

'Fucking Brexit!'

Conservó el pasaporte británico. Chris, en el pasado, me convenció de mantenerlo por razones más prácticas que sentimentales. Pero me gustaría ahora cambiar esa situación. El Brexit ha sido el colmo. Creo que he tomado firmemente una decisión por dos razones: me siento español y no quiero ese Reino Unido. 

Puede que les parezcan demasiado contundentes. Pero así lo creo. La verdad es que nunca he sentido patriotismo por el Reino Unido. Siempre preferí la Irlanda que me contaba mi madre. La romanticé. Mientras Jesús y yo escribimos esto, nisiquiera sé cómo se lo tomará mi familia. En casa piensan que soy demasiado antibritánico, pero no es verdad, no lo siento así. Reconozco que tienen un huevo de virtudes. España es un país con miles de defectos y diez virtudes. El Reino Unido tiene miles de virtudes y tal vez solo diez defectos. Lo que sucede es que los diez defectos que tiene el Reino Unido me irritan y las diez virtudes que tiene España resulta que coinciden con todo lo que amo. No es cuestión de qué país es mejor, sino de dónde me encuentro más cómodo. 

También pienso en mi padre. Él sabe que me siento muy feliz en España. Me acuerdo de nuevo cuando existió un desencuentro con el Reino Unido sobre las cuotas de la pesca. Fui a visitarle y andaba con un amigo suyo. Estaba criticando a su país a favor de España. Y todo porque este país había aceptado a su hijo. Discuto con él de todo y cuando llegamos al apartado Reino Unido, evita la pelea. Yo me decanto por la diplomacia porque no quiero herirle. Él sabe que políticamente estamos en las antípodas, pero lo cierto es que puso el listón muy alto para su hijo. No estoy a su altura en muchos aspectos. Él fue héroe, un luchador antifascista, yo no. 

Aun así, el hombre no deja de sorprenderme. Hace quince años o así me dijo: "Cada día me veo más de tu cuerda, Michael". Se refería  a eso de defender a los eslabones más débiles de la cadena. Me resulta asombroso cómo consideramos que la vida de nuestros semejantes no tiene el mismo valor que la nuestra. ¿Es el miedo? ¿Es eso lo que nos impide prestar cobijo a millones de refugiados y desamparados que huyen de situaciones de guerra y violencia? Hablamos de víctimas, no de probables sospechosos de terrorismo. ¿Quién coño ejerce de Dios en este asunto?

Aunque en muchos casos me mantenga firme en mis opiniones, no me siento con el poder de la razón. No es cuestión de convencer a todo el mundo de lo que piensas. Mi punto de vista es solo mío. Lo contrasto permanentemente conmigo, además. Ahí está una de las claves, porque eso te obliga al ejercicio y la clarividencia de no llevar la seguridad absoluta sobre lo que ocurre. Puede que eso sea lo que me ha conducido a reafirmarme o incluso ir más allá a mis cincuenta años sobre ciertas posiciones. Nunca siento que ha llegado la hora de decir: "Aquí me planto". El pensamiento, en el fondo, es como un balón, se desliza, permanece en constante movimiento. 

Cuando un 23 de junio de 2016, el Reino Unido decidió salir de la Unión Europea, confirmé unas nada agradables sospechas. El Brexit es clarísimamente un voto xenófobo. Y ninguno de quienes lo han promovido han intentado esconderlo. Pretenden acabar con el libre movimiento de extranjeros. No habrá espacio ni para los primos hermanos europeos: para ninguno. La tienda está oficialmente cerrada. 

Temí lo peor, aunque las encuestas hablaban de que iba a ganar el 'remain', no me lo creía. Vivimos un populismo de derechas que esconde sus intenciones ante las encuestas y juega a quitarnos el sueño. Son trescientos años de democracia parlamentaria los que nos contemplan. El altivo planteamiento inglés es el siguiente: "¿Vamos a tener que aguantar que estos que comen ajos vengan aquí a enseñarnos democracia? No, no". 

Es un voto envuelto en la Union Jack, la bandera. Alude al estómago. Es pasional. No confié en absoluto en las encuestas. Pasé la noche solo, una de las más tristes de mi vida. Chris estaba allí. Ganaron por goleada. Eso sí me pilló desprevenido. Ni la esperanza de que Londres arreglara la situación fue suficiente. Había hablado previamente con Susanna Griso en 'Espejo público' (Antena 3). Me pidieron una entrevista previa al voto y me dijeron: "A ver si puedes entrar al día siguiente en directo con los resultados". Les dije que sí. Se me atragantaron tanto que estuve a punto de no dar señales. Pero no quise dejarles colgados, por aquello del compañerismo. No estaba de humor. Llevaba toda la mañana llorando. Llorando. 

¿Por qué? Rabia, vergüenza, sobre todo vergüenza... Fue un viacrusis. Chris, Aimee, mi amigo Paco, con quien juego habitualmente al golf. Yo no soy patriótico, pero en estos momentos pienso en la lucha que libró mi padre para liberar a Europa del fascismo. Por el continente. Pese a la insularidad y que seamos distintos en muchas cosas, el papel del Reino Unido en los libros de historia ha permanecido al lado de Europa. Aportando, nunca restando. Esto ha sido así desde 1914. Y creo que la historia ha tratado mejor al país por ese hecho. 

Pero todo eso se ha torcido ahora. El mundo lo verá como un país insolidario, autosuficiente, soberbio, con tintes racistas y xenófobos: ¿no habíamos luchado justo contra todo aquello? Todo este desastre para salvar de una incómoda situación en su partido a David Cameron. Su error fue de cálculo ha provocado esta catástrofe. Pero si dejamos de lado el cálculo fatal, debemos preocuparnos ante todo por el aspecto emocional que conlleva. 

¿Qué nos dice el Brexit sobre el Reino Unido presente? El país de mi nacimiento, el lugar en que me salieron los dientes y di mis primeros pasos, donde me enseñaron a hablar, escribir, contar, jugar, sentir, en una palabra, los hechos rudimentarios de esta vida, se ha convertido en un extraño irreconocible. Todo esto me provoca un inmenso dolor. Sigo llorando aún por ello, llevo meses así. Sin previo aviso, me sorprenden las lágrimas. Aquello me quemaba dentro como una mancha que no quería cargar. 

Antes que inglés, me siento nacido en el Reino Unido, Gran Bretaña. Los ingleses... El Reino Unido ha sido un país importante para los celtas, los escoceses, los galeses y los irlandeses. El problema es que los ingleses piensan realmente que la isla es suya. Predominan, matemáticamente hablando. Por eso, en alguna medida, el Brexit lo tomó como un voto por la independencia de Inglaterra. Le concedo ahora a Escocia todo el derecho a exigir otro referéndum para decidir su futuro. Así que el destrozo no solo es internacional, también lo acaba siento profundamente nacional. ¿Cuál es el planteamiento de quienes están a favor de dejar la Unión Europea? Preguntar al país: "Qué tipo de británicos sois. De acuerdo, los griegos inventaron eso de la democracia. Pero su perfeccionamiento para la modernidad llegó con trescientos años de sistema parlamentario aquí. Y aun así, ¿tenemos que aguantar que desde Bruselas o una alemana como Angela Merkel nos diga qué debemos hacer? ¿Vamos a permitir esto? Y encima, deambulamos por las calles y nos topamos con que han desaparecido los ingleses y nos encontramos gente con la cara morena o europeos que no hablan nuestro idioma apenas y nos birlan el trabajo. ¿Somos de verdad británicos o qué? ¿No hablamos de los más grandes? Mira nuestras colonias. Estados Unidos, lo inventamos desde aquí; Australia, lo mismo". Pero este es un mensaje que ha ido calando desde los tiempos de Margaret Thatcher. Nada nuevo, sino algo continuado desde sectores muy retrógrados del país. 

Como conocedor de esa filosofía, me temo lo que buscarán tras el desastre real. Sacar tajada. Clara ventaja. Ahora nos las apañaremos para llegar a un medio Brexit. Comercio sin tarifas, eso sin duda. Importamos más dinero del que aportamos, así que tendrán que dejarlo barato, pero con todo lo que conviene, pocos impuestos y, si nos hinchan las narices, lo convertimos en un paraíso fiscal. Acabarán saliéndose con la suya, tarde o temprano. Y el resto, a tragar. 

Lo que importa de este gesto colectivo no es tanto el negocio, que quedará a salvo. Más bien un mensaje: "No os queremos". Ese alarde de insolidaridad es el que duele. Esa soberbia innecesaria, pero profundamente inglesa. No entiendo, por ejemplo, cómo mis suegros, que tienen una hija viviendo en Madrid y otro hijo en Barcelona, votaron Brexit. Lo tomé como una ofensa. Son libres de hacerlo, pero me cuesta meterme en sus cabezas. Si dicen, como de oído algunas veces, que los extranjeros están atascando la sanidad, deben pensar antes que también la están desatascando. Gran parte del personal sanitario hoy no es británico. Si no fuera por los extranjeros, sencillamente no existiría la sanidad con la que hoy cuentan. 

Emplear un discurso sobre la inmigración modo Brexit resulta típico de la era de la posverdad. Mienten, directamente. Si usamos ese término como dicen ellos, que el Reino Unido está entre los seis primeros países con más flujo de inmigración en Europa, no convence. Tengo una mala noticia: no todo el mundo quiere ir allá. Muchos lo contemplan como un peaje del pasado imperial. Pues, mire usted: érase una vez que decidimos invadir sus países, algo merecerán a cambio, digo yo. 

Con todo, pese a las sospechas, los avisos, no me sentía preparado para aquel desastre. Me cogió por sorpresa. Lo imaginaba, lo temía. Si hubiera tenido que apostar dinero, habría apostado que ganaba el Brexit. Lo que no calculé bien quizás fue el dolor. Pensaba que iba preparado, pero no. Cuando mister Dimbleby, de la BBC, dijo: "Señoras y señores, el Reino Unido ha votado para salir de la Unión Europea". Dios... Fue terrible. La entonación del presentador sonó como un entierro. 

Tampoco los partidarios descorcharon champán. Más bien parecían arrepentidos. El caso es que nos invade una sensación general de encontrarnos fuera de sitio. Se nos escapan los porqués. Para el pensamiento progresista convendría entender razonas más que crucificar a los oponentes. Debe primar el autoanálisis y la entonación de un 'mea culpa'. Desde la socialdemocracia se ha escogido una postura demasiado arrogante. Necesitamos respuestas, otras miradas. ¿Por qué de todos los rincones del mundo brotan tipos así? Nacionalistas, populistas y fascistas de nuevo cuño contra el mundo, beligerantes. Tipos que desde el poder hablan de la homosexualidad como una enfermedad curable. ¡Dios mío! ¿Se ha vuelto el mundo loco o no entendemos nada?

A veces, en vez de un drama, reconozco en el asunto su parte de ironía. Veníamos del referéndum escocés. Entiendo perfectamente que lo pidieran y me pareció un gran gesto de Cameron concedérselo. Pero ¿cómo puedo estar a favor del mismo en ese caso y radicalmente en contra respecto al Brexit? No porque temiera su resultado, sino porque no conozco a nadie en la calle que me pueda explicar los pormenores de la Unión Europea. Creo que existen miembros del Parlamento de Estrasburgo que tampoco están muy al tanto. Para lidiar con esos aspectos están los gabinetes de los respectivos países. Ellos conocen mejor que nadie las realidades del continente. A un John cualquiera, bebiendo unas cervezas en el bar, le preguntas por Europa y no tiene menor idea. Y es que no somos lo más indicados para tomar una decisión de esa envergadura. En este caso, pienso que el referéndum representa una abdicación de responsabilidad por parte del Gobierno del Reino Unido. Y lo más grave es que en la era de las noticias falsas, donde corre todo tipo de memeces por las redes lanzadas de forma interesada, sin escrúpulos, por medio de diferentes esperas de influencia que revierten y previerten en su propio beneficio el estado de la opinión pública, los políticos británicos fueron mucho más allá. Se alejaron, creo, un buen trecho de su clásica economía de la verdad. Así urdieron mentira tras mentira. Si a eso le unimos confusión -que el laborista Jeremy Corbyn, favorable al Brexit, por disciplina de partido tuvo que defenderlo con la boca pequeña; o que Theresa May, en principio favorable a quedarse, jugara sus bazas entre aquellos sectores conservadores que querían romper con la Unión para después liderar el Partido Conservador-, todo se convirtió en una constante feria de inconsistencias. 

En medio de todo se va aclarando cada vez más la verdadera causa. May ha puesto de manifiesto una verdad. Va a intentar por todos los medios mantener el acceso al mercado único porque lo que realmente quieren resolver a su manera es la libre circulación de extranjeros. Ahí reside el quid. Por eso nos lleva a concluir que el voto ha sido mayoritariamente xenófobo. Pero ¿no parecerá ridículo que mantengamos el acceso al mercado único sin permitir que nadie se pasee por el país a su antojo? Es una completa incongruencia. Ya se ha decidido que sea el Parlamento quien tome la iniciativa, pero este apoya a la primera ministra, después de que las demandas ciudadanas que se han puesto al Gobierno dejen claro en los tribunales que no tienen potestad para ciertas cosas y que debe ejecutarlas el Parlamento. Pero los comunes no van a llevar la contraria a una consulta popular, así que conceden al Ejecutivo su capacidad de acción. 

Fue el típico producto de sí mismo. Antes que socialista, estudiante de Teología en Oxford. Supo transmitir un empaque de iluminado, pero como no había apenas nada debajo, pronto quedó desnudo. Yo llegué a ser un auténtico convencido. La tercera vía representaba justo lo que quería encontrar. Estaba harto de tener que decidir entre laboristas y conservadores. Fui presa del híbrido. La síntesis. Una alianza junto al capitalismo con conciencia social. Y, de pronto... ¡Se abraza a Bush y a Aznar para emprender una guerra religiosa!

Aparte de las derivas nacionalistas thatcherianas, en el laborismo también deben repartirse culpas. Sobre todo, en la era Blair. Toda esa confusión permanente y cierta conciencia de crisis han propiciado el terreno para vender árnica con una política de comunicación digna de los tiempos de Goebbels. Me cuesta admitirlo, pero es así. El Reino Unido ha caído preso en los brazos de las técnicas tradicionalmente enemigas. En una época en la que no tenemos dónde caernos muertos, algunos han sabido despertar al monstruo al grito de: "¡Somos los más grandes!". Esto ha prendido en un momento en el que el progresismo, a escala anglosajona, ha fracasado. Sobre todo por ese estado de ánimo basado en una moral superior que lo aleja de las gentes. Hubo una época en que Tony Blair pareció que podía caminar sobre las aguas, pero se le acabó. 

A menudo, hemos fabricado ídolos. Algunos salieron con más consistencia que otros. Yo no le diría a ningún británico que Winston Churchill es de los tipos más denigrantes que ha existido porque nosotros queremos héroes. Y no nos salen mal. Ahí está sir Winston. Imposible de criticar. Si te cuento que fue racista y misógino, me matan... Eso nunca. 

Aunque a menudo reconozca que posee el don de la inoportunidad. El día que cayó el Muro de Berlín, estaba en casa de mis padres y tomamos champán. Brindamos. Entonces dije: "Papá, ahora vamos a observar sin barreras la cara del capitalismo. Ya veremos si se impone la paz. No tengo ninguna fe. Brindemos, papá, aunque creo que el mundo es más peligroso que nunca". 

Y mamá, por única vez en mi vida, me pegó una bofetada... Ahora admito que no estuvo mal aquello. Entiendo a mi madre: no elegí el momento adecuado para decirlo. Lo que me repateaba, quizás, era un nuevo triunfo de Estados Unidos a nivel global. Hay dos hechos claves en la historia reciente. Uno fue en julio de 1969, cuando Neil Armstrong pisó la Luna. Eso representaba ganar el Mundial de la Humanidad. Y respaldados por Hollywood... El siguiente: la maravillosa caída del Muro de Berlín. Representaba la libertad, pero ellos lo vieron más bien como una barra libre para imponer su predominio. Lo han interpretado como un "teníamos razón"y después no han demostrado una actitud muy positiva. Han existido excepciones de la era Obama, pero la fiera regresa hambrienta con Trump.

*Michael Robinson dirige actualmente el programa 'Informe Robinson' en Movistar+ 

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