Geoestrategia de petróleo y religión: Irán, Arabia Saudí y los ataques de los drones

  • La lucha entre las dos potencias se produce en muchos teatros de operaciones. Uno de ellos está al sur de la península arábiga: Yemen.
El portavoz de Defensa saudí muestra restos de los drones y misiles utilizados en el ataque. / EFE
El portavoz de Defensa saudí muestra restos de los drones y misiles utilizados en el ataque. / EFE

El Gobierno de Arabia Saudí ofreció a los periodistas una espectacular rueda de prensa el pasado 18 de septiembre para mostrar los restos de drones y de los misiles que habían atacado sus refinerías de Abqaiq y Khurais.

En una escenario voluminoso, mostró varios misiles destrozados y los restos de un dron que ocupaban muchos metros cuadrados. No eran, desde luego, los restos de un juguete que se vende en un centro comercial: se trataba de un aparato de los llamados UCAV ('unmanned combat aerial vehicle'), o vehículo aéreo de combate no tripulado. Un dron de combate puede alcanzar los 13 metros de largo y pesar 7 toneladas, pero se maneja por radio y puede cargar y lanzar misiles, o dejar caer bombas.

El dron mostrado por el uniformado portavoz del Ministerio de Defensa saudí (el coronel Turki Al-Malki) era, supuestamente, de origen iraní, y se estrelló en las refinerías durante el ataque (al parecer intervinieron 18 drones y tres misiles). Según los saudíes, los responsables de este ataque fueron los iraníes, pues las características de esas máquinas de guerra, así como las de la operación, les hacían sospechar que sus viejos enemigos están detrás.

¿Por qué esa enemistad entre iraníes y saudíes? La explicación tiene que ver con religión y geoestrategia. Por el lado de la religión, tanto Irán como Arabia Saudí quieren ser la cabeza del mundo musulmán: 1.600 millones de fieles. Pero en ambos países se profesa una rama diferente del islam: los iraníes son chiítas, y los saudíes, suníes. Es parecido a las guerras de religión de Europa en el Renacimiento entre protestantes y católicos, ambos cristianos, pero enemigos.

Los dos países, además, están dentro de la zona geográfica con más explotaciones de petróleo del mundo. Se producen diariamente 28 millones de barriles entre cinco países: Arabia Saudí, Irán, Irak, Kuwait, y los Emiratos. Eso supone el 35% de la producción mundial.

Arabia, además, tiene las mayores refinerías del mundo y es el mayor exportador del planeta. Con sus ocho millones de barriles vendidos cada día al mundo (el 10% de la producción mundial), es un país de 'primera clase' desde el punto de vista geoestratégico.

Solo para darse una idea de la potencia exportadora de Arabia, su compañía estatal de petróleos Aramco, es la empresa del mundo que más dinero gana. A principios de este año se convirtió en ‘trending topic’ global al saberse que en 2018 había ganado 111.000 millones de dólares (100.000 millones de euros). Por comparar: los beneficios de Telefónica en 2018 fueron de 3.331 millones de euros. Es lo que Aramco gana en dos semanas.

La pelea entre Arabia Saudí e Irán lleva a muchos teatros de operaciones. Uno de ellos está al sur de la península arábiga, en Yemen. Más o menos, la mitad de ese país es suní y la otra mitad es chiíta, lo cual no es un problema porque suelen rezar en las mismas mezquitas. Pero resulta que los chiítas viven al norte de Yemen, en las fronteras con Arabia Saudí.

Allí surgió, en 1990, una milicia islámica chiíta que se ha convertido en el dolor de cabeza de Arabia. Se llaman los hutíes. Mark Aguirre, periodista español que ha vivido en Yemen, los describe como "un movimiento genuinamente yemení". Explica a La Información que los hutíes componen una minoría pobre y abandonada por el Gobierno yemení. Viven en montañas del norte, donde ni siquiera se puede cultivar debido a su orografía. En poco tiempo se constituyeron en una milicia ideológica y se rebelaron contra el Gobierno.

Esta milicia, cada vez mejor armada, ha llegado a tomar ciudades importantes de Yemen como la capital Saná, y está en guerra permanente con el Gobierno del país (aliado de Arabia Saudí). En 2017, un francotirador hutí 'se cargó' al expresidente yemení, Alí Abdullah Saleh, el cual era famoso por su corrupción.

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Un hombre herido tras un bombardeo en Saná, capital de Yemen. / EFE

La milicia hutí está supuestamente financiada y armada por Irán. Aguirre dice que esa versión es la que han hecho circular EEUU y Arabia Saudí, pero no hay pruebas. Para él, los hutíes solo tratan de tumbar al Gobierno corrupto de Yemen, y al mismo tiempo combatir a los saudíes, que compran con el dinero del petróleo a los jefes tribales yemeníes. Más aún: Yemen quizá sea uno de los países más pobres del mundo (para colmo, no tiene petróleo), pero al estar cerca de dos estrechos (el golfo de Adén y el de Omán), controla las salidas y entradas de petroleros.

De modo que los hutíes, si controlan Yemen, controlarían las rutas de petróleo. Por eso Arabia Saudí les envía bombas. Ellos responden atacando territorio saudí. La última operación contra las refinerías con drones y misiles fue obra de ellos y no de los iraníes, según uno de los portavoces hutíes. "Yemen tiene una tradición militar misilística que se remonta a la década de los noventa", dice Aguirre, refiriéndose a la guerra civil de 1994.

Aguirre explica que Yemen cuenta además con un mercado de armas importante que ha abastecido históricamente al cuerno de África. "Es muy posible que los drones y misiles hayan sido montados en Yemen", añade Aguirre. La tecnología es iraní pero adaptada a las necesidades yemeníes, especialmente porque necesitan incorporar depósito de combustible para llegar tan lejos (más de mil kilómetros). "Posiblemente hayan contado con ingenieros iraníes y sin duda alguna de Hezbollah. Pero los hutíes no son marionetas de Irán", añade.

Desde hace años, Arabia Saudí bombardea las posiciones de las milicias hutíes al norte de Yemen, en la frontera. Estos ataques no solo han tocado a las milicias porque las bombas también han impactado en hospitales en los que han muerto civiles yemeníes, mujeres y niños.

Como Arabia Saudí no es muy fuerte en la fabricación de armas, tiene que comprarlas en el extranjero. Sus principales suministradores son EEUU y los países europeos, entre ellos España. A finales del año pasado se desató una polémica en el Congreso español por la venta de 400 bombas a los saudíes, bombas que según la ministra portavoz Isabel Celáa, "son de alta precisión y no se van a equivocar matando yemeníes".

En realidad, lo que la ministra estaba tratando de decir es que si no les vendíamos bombas a los saudíes, ellos tampoco nos comprarían cinco corbetas que ya estaban encargadas a los astilleros de Navantia en Cádiz, lo cual supondría perder miles de puestos de trabajo.

El caso es que, aunque no nos guste mucho el régimen medieval de Arabia, los países occidentales prefieren apoyarlo porque garantiza los suministros de petróleo a sus industrias, y porque puede equilibrar la balanza. Es decir, puede contener la expansión de los chiítas (Irán) en esa parte estratégica del mundo.

Perder el control de esa zona significa perder el control del petróleo. Esta materia prima no solo es uno de los pilares principales del transporte y la industria occidental, sino que una alteración en la producción puede disparar los precios e impactar en toda la cadena se suministros. De hecho, tras el ataque, el barril subió un 15%. El efecto dominó puede ser muy profundo, ahora que la economía mundial se ralentiza. ¿Quién puede resistir esa presión sobre su economía?

Para Occidente, mantener lazos con Arabia Saudí se resume en una regla diplomática: quizá los saudíes no les hagan gracia, pero los iraníes les hacen menos gracia.

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