Ankara lanza su arsenal diplomático y militar

La guerra del gas amenaza con desatar un conflicto entre Europa y Turquía

La tensión se corta con un cuchillo en el Mediterráneo Oriental. En un espacio de apenas unos cientos de kilómetros convergen la gran mayoría de los males de la diplomacia europea.

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La guerra del gas amenaza con estallar entre Europa y Turquía.
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La tensión se corta con un cuchillo en el Mediterráneo Oriental. En un espacio de apenas unos cientos de kilómetros convergen la gran mayoría de los males de la diplomacia europea. La inacción, las disputas territoriales y los movimientos geopolíticos se unen para dar paso a una situación compleja en la que cada parte tiene algo de razón.

Los movimientos de Grecia, Israel y Chipre en pro de los yacimientos gasísticos escondidos en las profundidades del 'Mare Nostrum' han provocado que el gran gigante de la zona, Turquía, lance su arsenal diplomático y militar para parar en seco las aspiraciones de este ‘grupeto’ para convertirse en un actor de primer orden energético en la zona.

Los intereses de los primeros pasan por el desarrollo del proyecto de gasoducto ‘EastMed’, diseñado para suministrar gas israelí́, principalmente de los yacimientos de Karish y Tanin, al sur de Europa, a través de Grecia y Chipre en una primera etapa, y entre Grecia e Italia y Grecia y Bulgaria en una segunda fase.

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Una simulación del gasoducto EastMed

El núcleo del problema, como siempre, es económico y, como muchas otras veces, es también energético. La reacción turca obedece a la reciente adhesión formal, por parte del Gobierno israelí, al EastMed. No son palabras menores. Una vez que esté construido, en 2025, EastMed podría inyectar directamente 12 billones de metros cúbicos de gas procedente de Israel y Chipre, vía Grecia, al corazón del sureste europeo.

Como siempre en política internacional no es tan importante cuan grande seas, sino si eres capaz de empequeñecer al resto. Disponer de una vía alternativa al gas africano que entra por el sur de Europa haría que Grecia pusiera un pie encima de la mesa en el selecto grupo de países influyentes en materia energética que controla el paso de hidrocarburos entre dos continentes.

Turquía no está dispuesta a dejar crecer a su eterno enemigo, así que, ni corta ni perezosa, ha comenzado a explorar los recursos que pudieran estar adyacentes a la zona en disputa y que, según todos los estudios, podrían albergar una bolsa capaz de satisfacer las necesidades de Ankara durante varios decenios. Además, le daría el poder negociador suficiente para explotar económicamente estas riquezas y frenar, en buena medida, las aspiraciones comerciales de Atenas.

Para llevar a cabo esta operación no ha tardado un segundo en enviar un buque de perforación, cortésmente escoltado por varios navíos de guerra, a unas aguas marítimas que están reconocidas como chipriotas por el derecho internacional, pero que Turquía las reclama como propias sobre la base de acuerdos firmados con la República Turca del Norte de Chipre… un Estado reconocido sólo por… Ankara.

Turquía vive momentos de expansionismo político y militar. Probablemente, las tensiones y cuestionamientos internos están llevando al gobierno de Erdogan a mostrar hacia fuera lo que no puede contener hacia dentro. Su presencia militar en Siria y Libia, el despliegue naval en el Mediterráneo y los continuos tiras y aflojas con Estados Unidos y Rusia, son una clara muestra de la necesidad de marcar el territorio por parte del león turco.

Además de Grecia, la Unión Europea también tiene otros actores directamente afectados por esta crisis. Hace apenas unas semanas, Francia anunciaba el envío de varios buques de su Armada al Mediterráneo Oriental. La medida fue aplaudida por Atenas y en mucha menor medida por Italia (que juega otras bazas más estratégicas en Libia con los turcos).

Ante la inacción europea, la acción francesa es una clara llamada de atención a Turquía y lo que es más importante, con la entrada de los galos en el conflicto, se cierran las dos grandes puertas del mar que proporcionan la vía principal de intercambio energético entre África y Europa.

Francia no está dispuesta a dejarse comer un melón que, de abrirse, supondría ampliar la inestabilidad libia a las orillas europeas. París ya cuenta con precedentes de enfrentamientos con la Armada turca a los que parecen unirse los escarceos entre buques griegos y turcos en los últimos días y las más que palabras en la frontera terrestre.

La sombra del conflicto libio también explica gran parte de los acontecimientos presentes y, probablemente futuros del Mediterráneo. La plataforma continental libia se superpone a los yacimientos chipriotas. Esto implicaría la reclamación y posible explotación por parte de Libia (o lo que queda de ella) de su Zona Económica Exclusiva.

En un golpe diplomático magnífico, Turquía firmó un acuerdo de demarcación marítima con el Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) libio. El tratado dibuja una Zona Económica Exclusiva que se extiende entre la costa sur de Turquía y la costa norte de Libia. De esta manera, Ankara sería dueña del lecho marino por el que transcurrirá el futuro gasoducto de griegos, chipriotas e israelíes. Esta es la auténtica razón de la política de hechos consumados turca: controla el continente y controlarás el contenido.

Al coctel explosivo no le falta de nada. Para liar aun más la madeja, la OTAN observa las tremendas implicaciones que podría tener un enfrentamiento entre dos de sus socios. Francia, Grecia y Chipre constituyen un bloque monolítico en su postura frente al EastMed y Libia. Mientras, Turquía, el aliado díscolo, sigue firme en la defensa de sus intereses y no duda de "echar mano" de su ejército para desplazarlo allá donde Erdogan considere necesaria su presencia.

A medida que crece la tensión geopolítica por la gestión de los recursos, la Alianza Atlántica languidece. Las dudas sobre como gestionará este asunto se suman a la renuncia que Estados Unidos parece haber hecho como árbitro (o ejecutor) en las disputas entre socios. Una ausencia que, unida al papel inexistente de la UE, solo promete tensar aun más la cuerda de la delicada seguridad internacional en el Mediterráneo Oriental.

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