El hombre en la Luna, la conquista de América y la era de las naves prodigiosas

La portada de The New York Times sobre la llegada a la Luna. /L.I.
La portada de The New York Times sobre la llegada a la Luna. /L.I.

Cuando una nave se posó por primera vez en la Luna, The New York Times tituló. "Astronautas aterrizan en un llano, recogen rocas y plantan una bandera". El 20 de julio se cumplen 50 años de aquel hecho y quedó como uno de los grandes récords de la humanidad.

Aparte de recolectar unas rocas, en la Luna no había mucho que hacer por lo cual el gobierno norteamericano cerró el programa en tiempos de Obama. Mucho dinero, poca rentabilidad. 

A muchos, eso les ha parecido la prueba de que aquel viaje solo fue un 'show off': para fardar. EEUU quería demostrar a los rusos que era más poderoso. La conquista de la Luna era un paso más de carrera espacial entre dos superpotencias, aunque solo se conquistaran unas rocas.

Pero aquel hecho fue algo más eso. El viaje a la Luna fue una maniobra de precisión de tal calibre, requirió tal número de científicos y calculadores que, desde el punto de vista tecnológico, tuvo mucha rentabilidad.

Para empezar, la moderna informática es fruto de aquel viaje: gracias al salto tecnológico, las computadoras aumentaron su capacidad de cálculo, las empresas fabricantes de chips aceleraron su desarrollo y hoy todo el mundo dispone de ordenadores.

Si no hubiera sido por el programa espacial, los ordenadores personales no habrían llegado en 1981 sino mucho más tarde, así como los portátiles, según recordaba Computerworld. Incluso las Blackberry y Facebook deben su existencia a aquel salto tecnológico. "La velocidad de procesamiento de datos. Todas las cosas que eran importantes para hacer factible el vuelo espacial llevaron a cambios importantes en la tecnología", decía un ingeniero de la Nasa a Computerworld con motivo del 40 aniversario del alunizaje.

La nanotecnología de hoy, así como las supercomputadoras, la aeronáutica, la electromedicina, la programación y muchas cosas producidas por las empresas privadas de todo el mundo son herederos de los esfuerzos de la NASA, así como del desarrollo de misiles de las Fuerzas Aéreas de EEUU: "La ingeniería requerida para dejar la Tierra y moverse a otro cuerpo celestial requirió el desarrollo de nuevas tecnologías que antes ni siquiera se habían pensado", afirmaba Daniel Lockney, el director de Spinoff, la revista de la NASA .

Por ejemplo, el software que se usa para las bandas magnéticas de las tarjetas de crédito procede del mismo software que se puso en marcha para operar las cápsulas.

Pero sin duda, uno de los adelantos más portentosos fue el microchip. El desafío era enorme: había que reducir el peso de la nave al máximo, y meter en un espacio muy reducido unos complejos sistemas electrónicos. Para ello, se requería reducir el tamaño de los chips, los cuales, a pesar de que ya no eran bulbos incandescentes ni relés, aún eran demasiado voluminosos para una nave. Los transistores, inventados en los años cincuenta, habían sido un gran avance, pero para una reducida nave espacial con tres hombres eran como meter lavadoras en un bote salvavidas. Demasiado grandes.

Así que la NASA pidió a los fabricantes que les entregaran circuitos más pequeños, y entonces Texas Instruments se entregó a la labor. De este modo nació el microchip, y Jack Kilby, el ingeniero de Texas Instruments que lo desarrolló ganó el Premio Nobel por esa hazaña.

Es decir, aquello fue una demostración del trabajo conjunto del Estado y la empresa privada a lo largo de muchos años, algo que no podían copiar en la URSS, cuyos notables inventos se quedaban en los cajones del Estado y no llegaban al pueblo.

En el descubrimiento de América por los españoles sucedió algo parecido. El estado –el reino de Castilla y el de Aragón–, puso los medios económicos para la construcción de las carabelas de Colón. Aquellas carabelas incorporaron las últimas tecnologías y las mejoraron, desde las jarcias, hasta los polipastos y los cabestrantes para operar las velas y el ancla.

"Las carabelas fueron las máquinas más complejas de su tiempo", afirma un trabajo sobre ingeniería naval publicado en la Revista del Sector Marítimo. "Esta complejidad nos venía ofrecida no solo por las mejoras en su diseño y construcción, sino por los numerosos adelantos técnicos con los que estaba dotada".

La navegación transoceánica, como el viaje a la Luna, requería construir cascos vigorosos para resistir la presión de las grandes olas y las tormentas. Los portugueses (como los rusos), competían con los españoles en la carrera por conquistar los mares, y habían avanzado mucho en el refuerzo de los cascos. De hecho, Colón había tenido varios encuentros con el rey de Portugal, pero su proyecto de viajar hacia Cipango (Japón) siguiendo la caída del sol no fue escuchado.

De modo que, cuando los Reyes Católicos le dieron su apoyo, Colón se enfrascó en la construcción de las naves que, al igual que el Apolo 11, cambiarían la historia de la humanidad. A partir de ahí se desarrolló una prodigiosa carpintería naval para lograr naves resistentes, rápidas y con más tripulación. En resumen, la conquista de la Luna supuso para EEUU culminar lo que The Guardian denominó "el momento de grandeza del siglo de América".

La conquista de América supuso para España inaugurar su momento de grandeza y abrir la puerta a su siglo. Ambos fueron hitos que han quedado en la memoria colectiva de cada país y del mundo.

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