Jericó, ciudad palestina en busca del impulso turístico

  • Dicen que Jericó es la ciudad más antigua del mundo, donde se cree que Josué derribó los muros y el rey Herodes construyó sus palacios de invierno. En tiempos más modernos Jericó fue el refugio invernal de la aristocracia de Jerusalén y Amán. Pero la globalización de la élite palestina y la volátil situación política hicieron que el centenario enclave acabara perdiendo el lustre como destino vacacional en la región. Los esfuerzos por reinventar la ciudad en la década de 1990 se fueron al traste durante la segunda Intifada. Ahora, tras la larga parálisis económica, Jericó está empezando a librarse del control de Israel y a reimpulsar sus esfuerzos turísticos.
Daniella Cheslow | GlobalPost

(Jericó, Israel). “Jericó es la ciudad a menor nivel sobre el mar en el mundo, y está en la frontera entre Palestina y Jordania”, asegura su alcalde, Hassan Saleh.Saleh ha explicado que la ciudad va a lanzar este año la campaña “Jericó 10.000” junto con el Ministerio de Turismo palestino para celebrar sus larga historia. Rusia está financiando un nuevo museo, y EEUU y Japón están poniendo el dinero para proyectos de energía solar.

El alcalde espera duplicar el millón de visitantes que se reciben cada año. Es más, dice, que palestinos que no son de la ciudad están comprando terrenos en Jericó para construir segundas viviendas en nuevas zonas urbanizables. “Jericó es especial, porque es el único lugar el Cisjordania que tiene terreno suficiente para expandirse”, explica Saleh.

Hasta cierto punto los esfuerzos ya están dando su fruto. En febrero Jericó registró 58.317 visitantes, muchos más que en los dos años anteriores. Parte de ello se debe a que el Ejército de Israel eliminó en junio de 2009 el principal control de acceso a la ciudad, que ha sido sustituido por otro gestionado por palestinos.

El resultado es que Jericó está empezando a sentir el empuje económico que se extiende por Cisjordania, según el economista palestino Samir Abdullah.“Las instalaciones turísticas se diluyeron” durante la segunda Intifada, dice Abdullah. “Puede que éste haya sido el primer invierno en el que las instalaciones turísticas de Jericó han sentido la demanda... Se nota también en los precios de la tierra, que están subiendo por toda la zona”.

En ningún otro sitio es más evidente el potencial y futuro prometedor de la ciudad que en el Hotel Intercontinental, construido hace 10 años y con 180 habitaciones, que se levanta majestuoso sobre la entrada sur de Jericó. En una tarde de calor implacable de marzo, tres empleados del hotel mataban el tiempo al borde de una piscina infantil sin agua. Al lado, la piscina para los adultos estaba llena de agua, pero sin bañistas.

Un mes más tarde, en Semana Santa, el gerente Yousef Salman veía cómo las reservas se disparaban a sus niveles más altos desde la segunda Intifada.“Abril fue excelente. Tuvimos un 77 por ciento de ocupación”, asegura. “El año pasado tuvimos el 61 por ciento”. Salman dice que esto forma parte de un aumento generalizado del turismo en Israel.

Los peregrinos que no pueden encontrar habitación en Jerusalén van a Jericó. Y sin una gran guerra en la región, espera que la tendencia continúe al alza.“La ciudad nos está ayudando muchísimo”, afirma Salman. “Están abriendo nuevas carreteras, y la seguridad es altísima”.

El Intercontinental es una avanzadilla importante para los planes de Jericó.Cuando abrió en 2000, el hotel y su vecino Oasis Casino formaban parte de un esfuerzo para reorientar la economía local hacia los turistas extranjeros, incluidos los israelíes, que no pueden jugar al azar en su país.

Ali Qleibo, de 52 años, creció en la ciudad vieja de Jerusalén y recuerda gratamente los viajes que hacía de pequeño a este enclave junto a su familia, una rama de los prominentes Nusseibehs.“Hasta 1988 la costumbre era pasear por la tarde e ir a los restaurantes y a los cafés en la calle principal”, dice. “Pero las generaciones mayores han muerto y sus hijos se han ido”.

Qleibo se compró una casita rosada rodeada de limoneros y naranjos, donde puede celebrar comidas al aire libre. Pero durante la segunda Intifada las medidas de seguridad de Israel dejaron a Jericó aislada y Qleibo, que se gana la vida escribiendo, pintando y enseñando, acabó teniendo que caminar cuatro kilómetros para poder cuidar su jardín. Hoy, aún con los accesos mejorados a Jericó, el estilo de vida de los antiguos “caballeros-campesinos” urbanos va en declive, admite Qleibo.

La calefacción central en Jerusalén ha hecho decrecer el caché de Jericó, y la principal avenida de restaurantes, Muntazahat Street, está llena de locales vacíos o de capa caída. La hija de Qleibo, Aida, nos enseña fotos de un reciente viaje de esquí a Francia. Son un agudo contraste con las carreteras polvorientas de Jericó, donde los ancianos pedalean sobre viejas bicicletas y los fruteros usan pesas manuales para vender los gigantescos racimos de plátanos.

El alcalde Saleh también reconce que los gustos han cambiado. “A la gente le gusta ver el tranvía, las piscinas y el parque español. Tenemos que cambiar nuestros métodos e instalaciones”, dice.El economista Abdullah asegura que el estado actual de Jericó, semi vacío, no es lo normal. “En la década de 1970 Jericó era un lugar donde siempre se podía encontrar a gente de fuera de la ciudad”.

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