La dudosa moral del pueblo que une turistas y refugiados

  • Los agentes de viajes lo denominan "turismo de cuello largo" y la ONU los califica como "zoos humanos". Una tribu desplazada por los conflictos en Birmania se asienta ahora en un pueblo turístico de Tailandia, pero no por sus monumentos. Además de los recuerdos típicos, los turistas pagan por hacerse fotos con las llamadas "cuellos largos".
Los agentes de viajes lo denominan "turismo de cuello largo" y la ONU los califica como "zoos humanos".
Los agentes de viajes lo denominan "turismo de cuello largo" y la ONU los califica como "zoos humanos".
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Patrick Winn, Mae Hong Son (Tailandia) | GlobalPost

Cuando la guerra convirtió en insoportable la vida de Mu Dti en su remota aldea de Birmania, decidió huir. Durante cuatro días caminó por serpenteantes carreteras de montaña, dejando atrás el conflicto sectario de su país y en busca de la seguridad de un campo de refugiados en Tailandia. Pero Mu Dti, de 15 años, tiene una dudosa ventaja sobre los otros miles de refugiados birmanos que atraviesan cada año la frontera tailandesa: es tan exótica que los turistas pagan dinero por verla.

El cuello de la joven es extraordinariamente largo, como consecuencia de una serie de pesados aros metálicos que han ido recubriendo su extremidad superior desde que tiene seis años y que han deformado además su clavícula. El efecto de esta tradición a la que son sometidas las mujeres de su tribu, los kayan, es extraordinario: la cabeza de Mu Dti parece un órgano desmembrado que reluce encima de un alto pedestal.

"La gente me pregunta '¿duele?, ¿es pesado?'", dice Mu Dti en el thai que ha ido aprendiendo en el campamento. Apenas habla inglés, pero cuando los extranjeros se le acercan, la joven se presenta como Mary. "Les digo que no, que ya estoy acostumbrada a mis aros".

La moralidad de pagar para interactuar con refugiados de guerra es bastante dudosa. Pero no hay que perder de vista que el nuevo "pueblo" de Mu Dti, pese a sus caminos de barro, chozas de bambú y gallos sueltos, es en gran parte artificial. Creado por empresarios tailandeses, que cobran 8,50 dólares por la entrada a los extranjeros, el enclave es básicamente una enorme tienda viviente de souvenires.

De los aproximadamente 120 habitantes que hay en el campamento Huay Pukeng, más de 30 son mujeres que llevan aros alrededor de su cuello, que reciben a los turistas de sol a sol y se ganan la vida vendiéndoles artesanía, camisetas y posados fotográficos.

 

Los agentes de viajes lo denominan "turismo de cuello largo". Los defensores de los derechos humanos, incluido el Alto Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas, prefieren calificarlo como "zoo humano".

"Hasta donde sabemos nosotros, esto surgió de una manera casi natural. Alguien vio que había un negocio potencial con esta tribu de las montañas y empezó a manejarlos", asegura Visanu Arunbamrungvong, director de la delegación de Turismo de Tailandia en la provincia de Mae Hong Son, en la frontera con Birmania.

Como refugiados, los kayan no pueden abandonar la provincia en la que están inscritos. Pueden no obstante obtener permisos de trabajo, muy codiciados entre los refugiados birmanos. Todos ellos reciben una paga para comida y productos de higiene. Las mujeres que llevan aros en el cuello reciben 50 dólares adicionales al mes.

Pero los ingresos que se obtienen con la entrada de 8,50 dólares, que fácilmente generan unos 300 dólares al día por aldea, no se reparte directamente entre el centenar de kayan que viven en ellas.

"Esta tasa paga sus necesidades diarias, como comida, tratamientos médicos, educación de sus hijos, mejoras en las instalaciones y otras necesidades", según indica un comunicado oficial del consorcio propietario de la aldea. Los habitantes sí pueden quedarse con los beneficios que sacan por vender artesanía y recuerdos.

Aunque hay turistas a los que no les interesa la propuesta, cada día llegan multitud de furgonetas con extranjeros curiosos a estos campamentos de refugiados comercializados.

En Mae Hong Son, la provincia tailandesa a la que en 1984 llegaron por primera vez refugiados kayan, hay tres pueblos de "cuellos largos" a poca distancia por carretera de la zona de hoteles. También hay aldeas de este tipo en Chiang Mai, en la zona de la jungla e importante destino en los circuitos turísticos. Un empresario tailandés ha creado incluso una aldea de "cuellos largos" a las afueras de Pattaya, una ciudad costera especialmente conocida por su vida nocturna.

"Tenemos instrucciones para dirigir a la gente a estos campamentos tan sólo si nos preguntan por ellos", explica Visanu. Hace unos 10 años, dice, una oleada de quejas desde dentro y fuera de Tailandia logró que las autoridades turísticas dejasen de incluir imágenes de mujeres kayan en su material promocional.

La mayor parte de las críticas por parte de los tailandeses, asegura, denuncian la crueldad que supone llevar estos pesados aros. Cada uno de ellos puede llegar a pesar unos 11 kilos. "La sociedad concluyó que eso no está bien. Nosotros no podemos promocionar la crueldad. Sólo podemos mandar a la gente allí si nos lo preguntan específicamente", aclara. Según una información difundida por el Ministerio de Cultura de Tailandia, el primer enclave turístico para ver "cuellos largos" fue idea de un alto cargo gubernamental en 1985 en la provincia de Mae Hong Son.

Cientos de kayan habían llegado a Tailandia por el recrudecimiento de los ataques del Ejército de Birmania, notorio por sus décadas de represión hacia las minorías étnicas. Tailandia, que tradicionalmente ha acogido a los refugiados por conflictos civiles de los países vecinos, concedió a los kayan un estatus de permiso temporal como refugiados.

Pero las autoridades provinciales vieron también "que las mujeres kayan, con sus aros dorados en el cuello, tenían unos rasgos peculiares que podían despertar el interés turístico", según el Ministerio de Cultura. Las autoridades negociaron entonces con los líderes kayan y decidieron establecer "un pueblo cultural de cuellos largos a orilla del río" para que lo visitaran los turistas.

Mae Po, de 48 años, fue una de las primeras kayan que huyó a Tailandia. Aunque aparece como una aldea de "cuellos largos" en los mapas turísticos, el nombre oficial de su campamento es Área de Acogida Temporal Baan Mai Nai Soi Sección 4.  "Algunos días gano 3 dólares vendiendo cosas a los turistas. Algunos días no gano nada", reconoce.

Aunque los reportajes periodísticos denuncian que su tribu está siendo explotada comercialmente, Mae Po dice que su familia ha salido beneficiada al cruzar la frontera. No echa de menos la vida que dejó atrás en Birmania, y muestra orgullosa la fotografía de unos parientes que hace poco han conseguido asilo en EEUU. "Viven en... Ee-Oh-Ah", dice con esfuerzo.

¿En Iowa?  "Sí, eso creo: Iowa", dice. "Los mayores no pueden hablar el idioma de los extranjeros, pero lo más jóvenes sí. Trabajan en una fábrica donde matan pollos".

En los campamentos, aunque son pobres, no faltan instrumentos tecnológicos modernos como teléfonos móviles, televisión vía satélite y películas pirateadas. Al otro lado de la chabola de madera de Mae Po un grupo de chavales kayan sentados en el suelo no separan los ojos de un reproductor de DVD portátil en el que ven la película "Step Up 2: The Streets". "Es de adolescentes que bailan", explica un muchacho.

Mu Dti, que vive en una aldea mucho más turística, dibuja un contraste aún más agudo entre su vida en Birmania y en Tailandia. "Aquí es agradable. Birmania es horrible. En Birmania los soldados te pueden llevar. Te violan", dice.

La Dta, un joven de 27 años, interviene en la conversación para insultar a los militares birmanos. "Siempre hay algún tipo importante que llega a tu pueblo. Si no le pagas te dice 'Haz esto; lleva aquello; limpia eso'. No hay ley".

Aún así, algunos plantean que el valor turístico de los kayan, sumado a sus derechos limitados, les hace demasiado vulnerables.

En 2008 la agencia de los refugiados de la ONU acusó a las autoridades tailandesas de impedir a mujeres kayan reubicarse en Nueva Zelanda por proteger los intereses turísticos del país. El gobierno tailandés negó dichas acusaciones y las refugiadas pudieron finalmente ser trasladadas.

Ese mismo años 11 kayan desaparecieron durante un corto periodo de tiempo, generando especulaciones sobre su traslado ilegal a una pseudo aldea turística en Chiang Mai. El grupo terminó por regresar a su campamento, cerca de la frontera con Birmania.

Los turistas occidentales más informados suelen ser conscientes de la reputación negativa de estas aldeas comerciales, dice Melissa Ah-Sing, de la empresa Thailand Hill Tribe Holidays, que ofrece servicios a "viajeros culturalmente curiosos". "Cuando la gente llega a nosotros, muchos ya han llegado a la conclusión de que las aldeas de cuellos largos son un zoo humano", dice Ah-Sing. Su empresa normalmente lleva a pequeños grupos a aldeas habitadas por minorías étnicas propias de Tailandia.

Ah-Sing no pide a los turistas que se nieguen radicalmente a visitar los campamentos kayan, pero dice que les facilita información para que la valoren al tomar su decisión. "Van a estar en las aldeas un buen rato. Así que aconsejamos a los turistas que compren allí sus souvenires, porque los kayan se quedan con todo el dinero que ganan por ello", dice la empresaria. "¿El dinero de la entrada? No tenemos ni idea de cuánto se pierde en el camino".

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